Algunas incidencias de lo femenino en la historia argentina: Las mujeres en la historia hacia el 1800
Por Gerardo Pérez
Allí donde la historia es contada por la sucesión de hechos y acciones de sus actores, se destacan en particular hombres; hombres importantes, virtuosos, valientes, decididos; creando, con sus luchas, sus ideas y sus actos, procesos históricos fechables. Así se cuentan 1810, 1813, 1816, 1852, 1853 entre otros. A ellos se asocian acontecimientos que al mismo tiempo van conformando un prohombre; de nuevo virtuoso, valiente, sacrificado. Relatos, cronologías que van conformando un orden, pero también modelando el deber ser, la moral y los modos de una época, con sus jerarquías, estatus y leyes.
Allí donde la historia se cuenta de ese modo, imponiendo una lectura, nos ha sido posible otra al investigar sobre la incidencia de mujeres en la sociedad argentina y más específicamente en lo que se puede denominar el “orden colonial”. Amo de entonces, este orden determinaba las atribuciones de los sexos, estableciendo diferencias sostenidas en leyes, normas, mandatos, urdiendo la trama de un cuerpo legal, sujetando los cuerpos y destinos de las mujeres de aquella época.
Aquella sociedad (aquellos socios) con su derecho, política y religión, establecía un régimen patriarcal que pretendía poner en regla lo que amenaza con desquiciarse (del Otro). Sociedad que en materia de uniones arraiga, para la época en la norma colonial que abreva en el derecho castellano junto al derecho fundado en la religión y decide la potestad de los varones. Los matrimonios necesitarán del consentimiento paterno hasta la edad de 25 años (lo que para entonces es casi toda la vida de las mujeres) para realizarse, lo que en la práctica incluía a la gran mayoría de las casaderas, ya que los casamientos iban entre los 14 y los 22 años.
La Pragmática junto al Concilio de Trento (mas adelante hará lo mismo el Código Vélez Sarsfield) determina y formaliza la validez de las uniones, modos de relaciones, capacidades, derechos, puniciones. Sosteniendo la pretensión, no alejado de la voluntad de legislar todo, donde esa ¨ ley ¨ no hace al deseo y más bien se acerca al goce de quien pretende ser amo. En ese terreno algunas irrumpen desbaratando lo establecido, enrareciendo la época, agujereando al “orden”, incidiendo para que otra ley, lógica del no todo, resto que resiste a ser absorbido por el amo colonial, haga al goce imposible, dejando lugar al deseo.
El Concilio de Trento condenó toda unión que no fuera celebrada por la iglesia y la Corona aceptó la medida sin rodeo (aquí encontramos esas sociedades). Allí quedaron de un lado y del otro virtuosas y condenadas. El antiguo régimen se caracterizaba por la restricción de la soberanía individual pero sobre todo la soberanía de las mujeres. El marido podía depositar a su arbitrio a su esposa en las casas de corrección cuando incurría en conductas desobedientes. Se trataba de lugares de aislamiento generalmente en manos de religiosas donde se las reeducaba.
El mandato paterno,(entonces) establece ese marido, muchas veces exageradamente mayor, prometido desde la edad de la niñez, producto, no de una elección singular, amorosa, si no, de una potestad paterna transferida al cónyuge determinado por el afán de poder, alcurnia, linaje, dotes; ajenos a lo que de deseo y sexualidad se entrelaza en un cuerpo sin otra deriva posible que constituirse en síntoma encarnado de una época. Sobre este contexto (pero) habrá mujeres que arriesgan, procurando otro destino, movilizadas por el riesgo de que su deseo sea capturado por esa voluntad que las desaloja al anonimato de un padecimiento privado, ciñéndolas a las labores domésticas, la crianza y el sometimiento al marido; a ser testigos pasivos del ejercicio de la sexualidad de estos fuera de los límites de sus moradas.
Rasgan con sus rasgos una época, permitiendo otra lectura, tramando lo que de quiebre se abre a otro lugar posible para Ellas y para el Otro. Cabe señalar que conforman una serie con lo que para entonces es lo Otro: mujeres que no se adaptan, negras, mestizas, indígenas; extendiendo y enlazando dicha serie con debilidad, desorden, locura; sinsentido de entonces.
Nada más que contar lo que funcionara como establecido, y sorprenderse de aquellas consideradas “débiles, inferiores”¨, que enrarecen el “orden”, gritando otra historia, deshabitando ese lugar asignado. Rompiendo el par que va de la causa al efecto allí donde la causa se exilia para procurar un vacío causando, ahora sí, un lugar en el Otro. Sujeto (barrado) que incide en la historia produciendo otro texto.
Allí aparecen, para mostrar otro poder, tal vez el del deseo.
(Nos surge la pregunta:) A qué motivos responden (estas) cuando se enfrentan a poderes tan absolutos y a consecuencias tan extremas. María Josefa Petrona de todos Los Santos, ¨Mariquita ¨ hija de Cecilio Sanchez Velazco y Magdalena Trillo quien decide hasta las últimas consecuencias rechazar la voluntad de sus padres quienes habían decidido los destinos de la vida de su hija desde intereses cercanos a garantizar el patrimonio familiar, ajenos a los dictados del amor. A la edad de 14 años enamorada de Martín Thompson, su primo segundo, enfrenta un “juicio de disenso”, enfrentando a los mandatos paternos, a los del estado y a los de la iglesia, oponiéndose a la sociedad de la época, sin calcular las consecuencias de tal acto, consecuencias que por entonces costaban una vida de reclusión en un convento, de destierro, de escarnio. Castigos ejemplares para que otros no osaran seguir la misma vía. (Nuevamente a qué motivos responden) Heroísmo, transgresión o simplemente fuerza del deseo que no se detiene hasta abrir surcos para que otra vida respire, habilitando otra legalidad donde el deseo se hace ley.
Ana Perichón, abuela de la célebre Camila O´Gorman, igualmente decidida hasta el límite de su vida, ya que las autoridades no iban a contradecir el poder de la Iglesia. Ana, bella, inteligente, características que inquietan al Amo colonial, trama su poder en las alcobas del Virrey Liniers. Aquí es la intriga que va tejiendo una trama fantástica de espionajes, secretos y sociedades de un poder a la sombra. Tal vez por estar tan cerca del poder y por tales rasgos produce en sus pares la mirada que acusa, la voz que deshonra, los comentarios y los alegatos para que, finalmente marche al destierro más allá de los límites de esa mirada. Tranquilizando así las almas de esa provocación de la belleza, inteligencia, intriga, poder. Inquietantes rasgos de femineidad encarnada.
Pero también hubo de las que con toda energía sirven a los planes del amo, lo sostienen conformando sociedades, otra vez con la política y la religión, configurando el estado de las cosas. Lo que muestra que las ¨mujeres ¨ no coinciden con lo que de femineidad se sustrae al amo. Cuestiones de posición. Conjugan un conjunto, conforman el ¨todo ¨ de las mujeres cuando trabajan para el amo. ¨Las mujeres de Rosas ¨, trabajando para establecer en su lugar al ¨Restaurador¨. Desde Doña Agustina López Osornio de Ortiz de Rosas, madre del Restaurador, Manuelita su hija, quien tendría injerencia en asuntos del gobierno, María Eugenia Castro, empleada y cuidadora, quién habría tenido relaciones muy estrechas (y hasta hijos) con Don Juan Manuel, María Josefa, hermana y colaboradora de Encarnación Ezcurra, Agustina hermana de Rosas, tan bella como inteligente, firme y con capacidad para resolver problemas con audacia, Mercedes Rosas de Rivera colaboradora incondicional de su hermano, entre otras que no pertenecían a su familia pero que las unía el común denominador de abrazar la causa de sostener al hombre que encarnaría la suma del poder público. Podríamos detenernos en quien encarnara el ¨ paradigma del complemento ¨ del Otro, Encarnación Ezcurra con el temperamento suficiente para pretender una existencia independiente de cualquier hombre, sin embargo pondrá toda su energía en la causa de su marido. De carácter enérgico, con capacidad de autonomía, decidida a todo, fue una de las agentes principal de los acontecimientos que abrieron el camino al poder político de su marido. Encarnación no cesó frente a ningún obstáculo para sostener la causa de su marido pero, así también, con un respeto incondicional y absoluto a las decisiones de este hasta la consolidación definitiva allá por 1935 donde se retrajo a lugares de poca exposición pública en ese movimiento que va de jugar todo a favor de la instalación de ese hombre a recluirse para no empañar el resplandor del amo.
Decíamos: incidencia de lo femenino para vaciar tal completitud aunque una vez establecido el lugar a vaciar. Causa y enigmas del deseo, resplandor fálico y privación para que el deseo transite.
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