Algunas puntualizaciones sobre el romanticismo
por Eduardo Romero
Para las jornadas del año pasado la presentación del equipo temático estuvo a cargo de Sebastián Aguilera con un trabajo que tituló “Entre amor y desamor”. Tomando principalmente como eje la lectura de Ana Karenina de León Tolstoi y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust hizo un desarrollo sobre lo que podríamos llamar el circuito del amor en el cual los celos jugaban un papel preponderante. A partir de ello decidimos investigar sobre el Romanticismo en tanto que es un movimiento que ha exaltado las pasiones y para ello seguimos una indicación de Germán García que puede leerse en su libro “El psicoanálisis y los debates culturales –ejemplos argentinos” en la que dice que “Sigmund Freud se propuso ampliar la razón ilustrada para entender la lógica de las pasiones románticas…”
Para estas puntualizaciones sobre el romanticismo he tomado principalmente dos libros “El espíritu de los románticos europeos – ensayo sobre historia de la cultura” de Hans Georg Schenk y “Romanticismo una odisea del espíritu alemán” de Rüdiger Safranski.
Primero quiero tomar una aclaración que hace Safranski respecto de lo que es el Romanticismo y lo romántico. El Romanticismo es una época. Lo romántico es una actitud del espíritu que no se circunscribe a una época.
Safranski toma como punto de partida de la historia del romanticismo alemán el año 1769 cuando Johann Gottfried Herder se hace a la mar con estas palabras “Mi única intención es conocer desde más perspectivas el mundo de mi Dios”. Fue impulsor del movimiento Sturn und drang que se oponía a la excesiva tradición literaria racionalista del neoclasicismo de origen francés y establece como fuente de inspiración el sentimiento en vez de la razón. Herder estimuló el culto al genio, aquel en quien la vida brota con libertad y se desarrolla con fuerza creadora.
Las ideas principales de Herder que influirán en los románticos son en primer lugar, todo es historia, no solo el hombre y su cultura sino también la naturaleza. Piensa la historia como el proceso de una evolución que produce la multiplicidad de formas naturales. Entonces la naturaleza pasa a ser una potencia creadora. El hombre toma en sus manos esta potencia creadora que actúa en la naturaleza y tiene que hacerlo porque es pobre en instinto y está desprotegido. El hombre es el ser defectuoso que crea cultura. Y la formación de la cultura como medio de vida es en sus términos “promoción del humanismo”. Herder lega al siglo XIX el concepto de una historia dinámica, abierta. No concibe ningún sueño de una prehistoria paradisíaca a la que sea deseable retornar (contradice a Rousseau).
En contraposición a los materialistas franceses dice que la historia tiene un sentido, aunque no esté ordenada a un fin que podamos comprender de antemano. La realización de la humanidad es una especie de experimento del mundo, un proceso abierto cuyo transcurso depende de los hombres, aunque en el trasfondo actúe una intención de la naturaleza. El proceso histórico no transcurre linealmente sino que se realiza a través de ruptura y ajustes, golpes y revoluciones con experiencias que aquí y allá llegan a la exaltación, se vuelven violentas e incluso repugnantes.
Entre el viaje por mar de Herder y el primer Romanticismo acontece la Revolución Francesa. Por primera vez se llegaba a una realidad donde parecía cumplirse en la historia lo que Herder se había prometido de ella veinte años antes.
Muchos podían afirmar que este gran acontecimiento inauguraba el establecimiento de la vida humana sobre una base de puro sentimiento. Pero también muchos otros podían afirmar que se trataba del comienzo de la anhelada edad de la razón. En Alemania, la mayoría de los escritores e intelectuales vieron con claridad y de inmediato que los sucesos de Francia significaban el comienzo de una nueva época. Y muchos de ellos vieron la Revolución Francesa como su revolución, pues creían que habían contribuido a producirla. En un primer momento los jóvenes románticos se encuentran entre los entusiastas de este espíritu de la Revolución. Pero el desencanto no tardará en llegar. La Revolución no cumplió sus promesas de Libertad y Fraternidad. En cuanto a la Igualdad fue una aspiración que los románticos debatieron acaloradamente porque algunos de ellos veían el peligro de la vulgarización de la cultura. Para Goethe la Revolución no significaba otra cosa que el comienzo deplorable de la época de masas. Pero él no estaba obstinado con los intereses y puntos de vista de los nobles y de la sociedad bien situada sino que advierte claramente la indignante injusticia y explotación. Le resultaba terrible la idea de que las masas sean susceptibles de seducción, pues los hombres de la revolución” que así llamaba a los demagogos y doctrinarios, las arrastran a una región desconocida para ellas.
También el enfoque romántico tuvo gran influencia en la forma de concebir la historiografía a la que veían seca como el polvo. Había que dar vida al pasado, resucitar a los muertos con todos sus problemas y conflictos humanos. Ningún historiador digno de ese nombre podía lograr nada sin algún esfuerzo de sus poderes imaginativos. Lo que caracterizó entonces a este nuevo enfoque fue el sentimiento inmediato del pasado. Los filósofos románticos de la historia, especialmente Friedrich Schlegel, se enfrentaron concientemente a un fenómeno humano tan a menudo dejado de lado en el enfoque ilustrado de la historia como el problema del mal. De allí no había más que un paso hacia el redescubrimiento romántico del elemento trágico de la historia. Novalis llegó hasta sugerir que debía escribirse la historia en forma de tragedia.
La otra idea de Herder que tuvo gran repercusión fue la de individualismo (o el personalismo) y en consecuencia la pluralidad. Decir “el” hombre es una abstracción, sólo hay hombres. Cada individuo acuña en una forma especial lo que el hombre es y puede ser. De esta forma la historia ya no es sólo el gran panorama respecto del cual se deslinda el individuo. Las fundamentales fuerzas motrices de la historia, que descubrimos fuera de nosotros, pueden y deben ser descubiertas por el individuo en él mismo como totalidad creadora.
Para Herder la unión de individuos en la comunidad no da simplemente una suma, sino que forma en cada caso un espíritu especial. La comunidad por su parte será una especie de individuo mayor. Lo mismo que los individuos entre sí, las unidades superiores forman una pluralidad y hablará del espíritu de los pueblos. Dirá que todo pueblo tiene un carácter único que se manifiesta en todas sus costumbres e instituciones, obras de arte y literatura. Así, durante su viaje en barco, concibió un plan de recoger canciones populares y otros testimonios culturales y sobre esto sostiene que el desarrollo de la propia peculiaridad no sólo ha de respetar la peculiaridad de los otros sino que además debe considerarla como una ganancia. Por primera vez la multiplicidad hace que brille la riqueza de lo humano. El resurgimiento de antiguas lenguas literarias en España y Francia como el gallego, el catalán, el provenzal y el vasco se debió también a la ola romántica iniciada por Herder.
La idea de singularidad por lo que respecta al individuo fue poderosamente subrayada por los románticos y resultó muy fructífero por ejemplo en el campo de la educación que con la influencia del Emile de Rousseau, el alemán Fröebel en 1837 inaugura el primer Kindergarten atendiendo al interés romántico por las funciones no racionales del espíritu.
El concepto mismo de singularidad tuvo que llevar al abandono de los cánones clásicos de la belleza absoluta y a su sustitución por la teoría romántica de la relatividad estética
También tuvo mucha influenza y fue acogida con entusiasmo la teoría del yo de Fichte. Este filósofo muy influenciado por Kant, radicaliza el concepto kantiano de “libertad”. A partir de la frase en la que Kant dice “el <yo pienso> ha de poder acompañar a todas mis representaciones” deduce la idea de un yo omnipotente que experimenta el mundo como una resistencia inerte o como posible materia de una acción práctica. Fichte se presenta como apóstol del yo vivo. En sus clases en Jena quería difundir entre sus oyentes el gusto de ser un yo, pero no ser un yo cómodo, sentimental, pasivo sino ser un yo dinámico, fundador y creador del mundo. A diferencia de Kant, que partió del “yo pienso” como algo ya dado, Fichte piensa al yo como un acontecimiento, una actividad, él “se pone”. El mundo comienza con una acción, y con una acción comienza también lo que llamamos yo. “Yo me produzco como yo, por eso soy”. Primero tenemos el mundo exterior tan sólo como nuestro mundo interior, sólo en el instante en el que el yo se aprehende a si mismo, aparece su opuesto, el no yo. En este sentido el objeto resistente es “puesto” en el mismo instante en el que también el yo se pone a sí mismo. Este no yo es una limitación, que es asumida por el yo como limitación en sí mismo. El problema comienza cuando se esconde la participación del yo en la limitación lo que lleva a conceder a las cosas un poder del que carecerían si el yo fuese conciente de si mismo. Toda realidad que actúa en nosotros, por ejemplo las sensaciones en el propio cuerpo, permiten un espacio de juego, podemos comportarnos con ellas por lo tanto la realidad está inmersa en posibilidades. Podría ser de otra manera y esto es la libertad.
Para terminar tomo una cita de Friedrich Schlegel
“La razón no es, por doquier, mas que una; sin embargo, así como cada ser humano tiene su propia naturaleza y su propio amor peculiar, así toda persona lleva en sí misma su propia poesía”