Usos de la noción de interpretante en
El Seminario. Libro 7: “La ética del psicoanálisis”
En el marco de una investigación de amplio espectro, el Equipo Temático “Psicoanálisis y lingüística”, cuyo tema de indagación es: “Consecuencias clínicas de las tesis de Jacques Lacan sobre el lenguaje”, se propone situar en los Escritos y Seminarios, las referencias, usos evidenciales y aplicaciones de distintas teorías lingüísticas. En este sentido, en el contexto de nuestro programa de investigación, el recorrido de l as referencias tiene el propósito de despejar el marco general en que se inscriben, prestando especial atención al tipo de debates que animan – a quiénes se dirigen, quiénes son sus interlocutores explícitos e implícitos, de qué manera y mediante qué saberes los convocan, en qué contexto y para qué– . La lectura implica entonces, casi homologándose, un ejercicio de desciframiento que interroga los textos dentro de los límites de su situación: precisando una fecha y circunstancia en cuanto a su función y posición dentro de una teoría, sin suponer una interpretación exhaustiva.
A continuación, expondremos nuestro recorrido en torno a la noción de interpretante, para situar en El Seminario. Libro 7 (1959-60) ciertas líneas de desarrollo que dicha teoría sugiere. Atentos al tema que nos convoca decidimos darle a esta presentación un tratamiento afín a la idea de una comunidad de investigadores que, para la ocasión, adquiere la forma de una serie de lecturas, donde cada miembro del Equipo escribió una parte.
I
El concepto de signo usado por Jacques Lacan proviene de Charles Sanders Peirce, y lo encontramos así definido, de forma explícita: un signo o representamen, es algo (apariencia, objeto, acontecimiento, tipo) que está bajo algún aspecto o disposición, para alguien. Se dirige a alguien y crea en su mente un signo equivalente. A eso que crea, afirma Peirce: “lo denomino interpretante”, encargado de establecer la relación de significación entre signo y objeto, relación que, para Peirce, es del orden del decir.
La teoría saussureana, la doctrina del inconsciente estructurado como un lenguaje, el carácter diádico del signo, así como la noción de valor, en tanto sistema de diferencias, acompañan las posiciones del primer Lacan. Simultáneamente, sus usos y aplicaciones permiten vislumbrar de qué manera Jacques Lacan transforma el psicoanálisis y se inserta en el programa estructuralista. Sin embargo, a partir de los años ’60 las referencias explícitas e implícitas a Peirce, el ternarismo, la noción de interpretante y la idea pragmática de una comunidad, soporte de los valores normativos que sostienen, en la esfera práctica, el pensamiento lógico, irán tomando, en los seminarios, clase a clase, cada vez más relevancia. Es importante recordar que la fundamentación de un orden moral, suficientemente consolidado como comunidad ética , incluye y presenta, para Peirce, una serie de categorías que, por referencia a los sujetos afectados en los predicados, sitúan la semiosis como un proceso triádico que contiene instancias del ser. Dicho proceso sitúa, entonces, un salto de nivel ontológico en el engendramiento de una jerarquía, es decir, de una organización.
En este sentido, el relevo Peirce/ Saussure muestra, en el ordenamiento interno de los seminarios, las consecuencias clínicas de las tesis de Jacques Lacan sobre el lenguaje, así como su interés en la noción de sujeto, definido como una existencia distinta de toda individualidad empírica. En otras palabras, una persistencia que no depende de la rememoración sino de la actualidad del decir.
A partir de aquí, dos temas, relacionados con la noción de interpretante y la investigación que Freud iniciara en el Proyecto, material que Lacan retoma a lo largo de sus clases, conducen nuestra indagación. El primero está ligado al pasaje que introduce, en el sentido psicoanalítico, un sujeto. Pasaje que alude a la transformación mediante la cual una cantidad adquiere cualidad psíquica, por ejemplo, de dolor o de placer. El segundo tema se sitúa en torno al problema de la verdad, en tanto articulación que se produce en el decir. En otras palabras, dejando un poco de lado el valor de un enunciado por su concordancia con un estado del mundo exterior, nos interesa, en función de sus consecuencias clínicas, esa verdad que no tiene otro valor referencial que la posición del sujeto.
II
Charles Sanders Peirce fue un filósofo y lógico norteamericano, contemporáneo de Saussure y de Freud. Si el estudio de los signos capturó su interés, fue en la medida en que, según su doctrina, no podemos pensar sin signos, dado que el acceso a la realidad consiste en un proceso de inferencia a través de signos. Se trata de una doctrina acerca de la relación pensamiento- mundo, sostenida en una disciplina fundada por él, la semiótica. De esta manera denomina una teoría lógica, no psicológica, según la cual por un proceso triádico, llamado semiosis, a un signo, llamado representamen, se le atribuye un objeto a partir de otro signo, llamado interpretante. Este 2º signo, producto de la traducción del 1º, debe tener la capacidad de articular el sentido y la referencia. En otras palabras, no solamente produce efectos de sentido por la asociación de un signo con otro, sino que también establece el referente del signo, “en algún aspecto o disposición”. Por esta razón, el interpretante soporta la función del juicio, al conferir como elemento vinculado a la terceridad, una ley, una generalidad que permite establecer “algo” como objeto del signo. Algo es signo cuando semantiza algo diferente a sí mismo.
Luego de afirmar que la satisfacción de la libido está sujeta a la primacía del mundo de los signos (mundo que Freud, por otra parte, ubicó en el cuerpo) Lacan recuerda la definición del signo propuesta por Peirce, para agregar: “A ellos (los signos) nos vemos conducidos cada vez que leemos a Freud con ojo atento”. Esta lectura atenta es la que inaugura el seminario de los años 1959-60, deteniéndose en el Proyecto de una Psicología para neurólogos, texto que, en articulación con la Carta 52 a Fliess, el esquema de La interpretación de los sueños y “La negación”, le ofrecen los términos con los cuales Freud construye una doctrina sobre la relación del pensamiento y la constitución de la realidad. Lacan destaca que allí se despliega “la topología de la subjetividad, en la medida en que se edifica y se construye en la superficie de un organismo. ” (1). Como indica J.A.Miller (2), para Lacan este Seminario produce un corte en su enseñanza respecto a la asignación del lugar del goce. Cito: “…la satisfacción, la verdadera, la pulsional, la Befriedigung, no se encuentra ni en lo imaginario ni en lo simbólico, está fuera de lo simbolizado y es del orden de lo real”. Lo que persiguen estas clases, es el punto de conformación de ese real que, más allá del principio del placer, rige el conjunto de la relación del sujeto con el mundo.
Lacan ubica, en el texto de Freud, un mecanismo lógicamente anterior a la represión que, por la vía del juicio de atribución, establece la realidad para el sujeto, a partir del rechazo de una porción de la misma. Así se establece la función primordial de Das Ding, la Cosa como ausente, extranjera, tajantemente diferenciada de Die Sache, las cosas del mundo, articulables por la operación del lenguaje. Si la operación sobre el signo saussureano marca el camino de esta articulación, el signo de Peirce permite ubicar el punto de anclaje del proceso. Lacan plantea la pregunta: “¿Cuál es el mínimo inicial concebible de una batería significante para que el registro del significante pueda comenzar a organizarse. No podría haber dos sin tres, y esto debe implicar seguramente, pienso, el cuarto...” (3). El sistema de los signos de percepción, primera transcripción de las percepciones en el aparato, constituye para Lacan la sincronía primitiva del sistema significante, es el punto de amarre que para cada sujeto establece las Banhungen (facilitaciones) que organizan la relación pensamiento- mundo. Es muy interesante constatar en su lectura, la resonancia de las formulaciones peirceanas. Si se trata de signos –dice Lacan- es porque no implican la cualidad como lo que informaría de alguna propiedad esencial del objeto, sino en tanto indica la presencia de algo que se relaciona con el mundo, señalando la conciencia que se enfrenta con dicho mundo. Se trata de una subjetivación, de tal modo que la realidad no es percibida por el hombre, más que de una forma profundamente elegida. Dicho en términos de Peirce, “en algún aspecto particular”.
III
Si el performativo es el enunciado por medio del cual quien habla realiza una acción o, como dice Paolo Virno “no habla de esto que hace, sino que hace algo hablando”(pág.54), el “performativo absoluto” sería aquél en el cual enunciado y enunciación coinciden. Es la frase “Yo hablo”. Lo “absoluto” reside para Virno en cuatro razones: 1) que dicha frase pone de manifiesto lo que el performativo comúnmente oculta o da por sentado, que es el hecho de que se ejecuta algo al decirlo. 2) Que es la única frase que tiene el objetivo de mostrar el acto de habla en sí. Es el que “ilustra la performatividad del enunciar en general”. 3) Que este enunciado no necesita de condiciones extralingüísticas para ser válido, lo que sí ocurre con los performativos ordinarios. El conocido ejemplo de Lacan: “Tú eres mi mujer” necesita del contexto de validación del partenaire: como él mismo lo manifiesta, basta con que el partenaire rechace o desestime la afirmación para que ésta carezca del efecto buscado. 4) Finalmente, ya que afirmar: “Yo hablo” remite sólo a quien la enuncia, esto implica no sólo que se hace algo al hablar, sino que el decir es la acción efectivamente realizada.
Se entiende así que Virno hable del performativo absoluto como encarnando la “ritualidad del lenguaje” y a la vez la “lingüisticidad del rito” (pág.60). Ritualidad del lenguaje porque el hombre al hablar pone en acto cada vez el “rito” del decir. Coincidimos con el autor en que lo ritual es más una “praxis” que un “concepto”. Pero también hay una lingüisticidad del rito, porque sólo a partir del lenguaje existe el rito.
En la frase: “Yo hablo”, dice Virno, se actualiza una y otra vez el “factum loquendi, la inserción del lenguaje en el mundo” (pág.65), en ella verifica el hombre su status de animal parlante. A lo que podríamos agregar la cita de Peirce en El hombre, un signo: “…no existe elemento alguno de la conciencia del hombre que no tenga algo correspondiente a la misma en la palabra, y la razón es obvia. Es que la palabra o el signo que usa el hombre es el hombre mismo.” (Citado por Roberto Marafioti). Y en el mismo sentido, a Wittgenstein: “Un signo está siempre allí por un ser viviente, por lo que éste debe ser algo esencial al signo. Entonces ¿cómo se define un ser “viviente”? Pareciera que estoy pronto a definir al ser viviente recurriendo a la capacidad de utilizar un lenguaje de signos…” (Citado por Virno”).
Diremos entonces que ese “mundo de los signos” al que se refiere Lacan en el seminario sobre la ética cuando cita a Peirce (pág.114), que conforma para el sujeto su hábitat, sólo es signo en la medida en que él mismo es signo a su vez, interpretante e interpretable de y por otros signos que le darán sus sentidos, múltiples y diversos, pero determinados por una historia. En su relación con los otros, en el análisis, el sujeto pone, mediante su palabra, esos signos a funcionar, aún sin saberlo. Porque ha sido “subyugado” por ellos, porque habita sólo (y nada menos), que un mundo de palabras. Por eso, perentoriamente, finalicemos con la cita de Lichtenberg que tanto gusta a Paolo Virno:
“HABLA, PARA QUE PUEDA VERTE”
Referencias:
- J. Lacan, El Seminario. Libro 7: “La ética del psicoanálisis”, Paidós, Bs. As., 1992; clase 3, “Una relectura del Entwurf”, pág 55.
- J.A.Miller, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2002; clase 13, “Paradigmas del goce”.
- J. Lacan, El Seminario. Libro 7: “La ética del psicoanálisis”, Paidós, Bs. As., 1992; clase 5, “Das Ding II”, pág. 83
Bibliografía:
- DELADALLE, Gerard, Leer a Peirce hoy, Gedisa, Barcelona, 1996.
- GARCÍA, Germán, La clínica y el lenguaje de las pasiones, ficha, Buenos Aires, 2000.
- LACAN, Jacques, El Seminario. Libro 7, Paidós, Bs.As, 1988.
- MAGARIÑOS DE MORENTIN, Juan, Los fundamentos lógicos de la semiótica y su práctica, Edicial, Buenos Aires, 1996.
- MARAFIOTI, Roberto, Charles S.Peirce. El éxtasis de los signos, Biblos, Bs.As, 2004.
- MILLER, Jacques-Alain, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2002.
- PEIRCE, Charles S., Obra lógica semiótica, Taurus, Madrid, 1987.
- SAMAJA, Juan, Semiótica y dialéctica, JVE, Buenos Aires, 2002.
- SINI, Carlo, Semiótica y filosofía, Hachette, Buenos Aires, 1985.
- VIRNO, Paolo, Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humana, Mentalimón-Cactus, Bs.As, 2004.
- VITALE, Alejandra, El estudio de los signos: Peirce y Saussure, Eudeba, Buenos Aires, 2002.