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AÑO FREUD

Freud, el arte sano *

por German García

Los observadores quieren saber qué pasa, los participantes qué hacer.

                                          Paul Feyerabend

Clínica y política en la correspondencia de Freud, así titulé a un curso que dicté durante un año en una instancia del Instituto del Campo Freudiano. Antes, había extraído un caso que circula en la correspondencia entre Freud y Lou Andrea Salomé. El caso de “La pequeña K (…)”, como le llaman.

    Fue así que descubrí que Freud no era un aprendiz de ingeniero – según la clasificación de Lévi-Strauss – sino un auténtico bricoleur: se vale de lo que encuentra para proseguir, como Descartes, en las consecuencias de su certeza; la de seres atravesados por las exigencias del pasado y abrumados por sus aspiraciones ideales.

La epifanía

La certeza es anterior al argumento, incluso a la formulación y práctica del psicoanálisis. El artesano que era Freud, pero algo más, como lo muestra una carta a W. Fliess fechada el 20 de octubre de 1895: “Una noche de la semana pasada, cuando estaba enfrascado en el trabajo, atormentado por esa dosis justa de sufrimiento que parece ser el mejor estado para que mi cerebro funcione, se levantaron repentinamente las barreras, se apartaron los velos, y tuve una clara visión desde los detalles de las neurosis hasta las condiciones que hacen posible la conciencia. Todo parecía intervinculado, todo el conjunto funcionaba perfectamente, y yo tenía la impresión de que la cosa ya era realmente una máquina y pronto marcharía por sí misma. Los tres sistemas de neuronas, el estado libre y ligado de Cantidad, los procesos primarios y secundarios, la tendencia principal y la tendencia al compromiso del sistema nervioso, las dos leyes biológicas de la atención y la defensa, las indicaciones de Cualidad, Realidad  y Pensamiento, la posición (particular) del grupo psicosexual, el determinante sexual de la represión, y finalmente las condiciones necesarias de la conciencia como función de la percepción: todo estaba perfectamente claro, y aún lo está. Naturalmente no quepo en mí de satisfacción”.

    Casi ochenta años después, en una audaz travesía cognitiva, Karl Pribram y Merton Gill sometieron esta epifanía a una lectura sistemática. Karl Pribram, profesor de neurología, psiquiatría y ciencias de la conducta en la Universidad de Stanford. Merton Gill, profesor de psiquiatría en la Universidad de Illinois. Dicen: “Nos proponemos mostrar aquí que la metapsicología psicoanalítica debe verse, en todas sus facetas, como una teoría biológico-cognitiva del control, basada en una neuropsicología explícita”.

    Como se ve la psicoterapia cognitiva-conductual corona algo que se venía gestando desde hace unas décadas ya que este trabajo de 1976 no es el primero. La neurociencia por un lado y el conductismo por el otro se encontraron al descubrir su objeto: la manipulación de las conductas con ayuda farmacológica.

    Freud estaba satisfecho con su epifanía, existen quienes no soportan lo que bajo la forma del pánico les llega desde otro lado y hacen bien en aliviarse de cualquier manera, sin que por eso deban olvidar lo que les pasa.

Las cartas

En su correspondencia con el pastor Pfister encontramos una confidencia: “escribí […] – dice Freud – ‘El porvenir de una ilusión’ para evitar que los religiosos se apropiaran del psicoanálisis y ‘Análisis de los laicos’ para limitar el poder de los médicos”.

    Luego afirma que sus laicos no existen, que no deberán ser sacerdotes y que no es necesario que sean médicos. En esta perspectiva los psicólogos – como lo entendió Oscar Masotta entre nosotros – tenían una posibilidad histórica de encarnar a esos psicoanalistas soñados por Freud. Para eso necesitaban dispositivos de formación fuera de la Universidad, ya que Freud temía que dentro de cualquier Facultad el psicoanálisis se convirtiera – son sus palabras – “en un capítulo de la psicología general”.

    En esta perspectiva, el reflujo del psicoanálisis en el momento en que el lenguaje y el “proyecto” de Freud ha sido asimilado por la sociedad, es una ocasión renovada de precisar su clínica y su política.

    Las llamadas ciencias cognitivas son un conjunto de disciplinas configuradas a partir del símil del cerebro propuesto por la inteligencia artificial. Pero, como dice Fodor, la mente no funciona así.

    Eso no implica ignorar lo que se juega allí, si queremos que el psicoanálisis no se encuentre lost in cognition (según el título del excelente libro de Eric Laurent).

    La epifanía de Sigmund Freud, como Freud mismo, es el punto de partida pero no el de llegada. Después de todo, está claro que su presencia entre nosotros es por el hecho de haberse convertido en el más notorio precursor de Jacques Lacan.

 

* Texto publicado en Imago Agenda N° 99 - Mayo 2006 - en el dossier Aniversario freudiano 

 
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