BUDISMO Y FEMINISMO
Comentario del libro de Rita M. Gross El budismo después del patriarcado. Historia, análisis y reconstrucción feminista del budismo. Ed. Trotta, Madrid, 2005.
Por Liliana Goya
Rita M. Gross concluye en 1993 su libro, que es el resultado de 25 años de estudio respecto al tema, ya que su primer artículo data de 1967 (“Religiones tribales: Australia aborigen”). En él, refiere haber investigado por primera vez el papel de las mujeres en la religión, motivado en principio por su sensación de frustración respecto de las religiones occidentales y el lugar (nulo) de las mujeres en ellas. Así, ese primer ensayo fue entregado a Mircea Eliade, quien se lo devolvió con esta respuesta: “Ud. está viendo cosas en esos materiales que yo, como hombre, posiblemente no podría ver”. De este modo, la autora se ve incentivada a seguir investigando el tema con miras a su tesis doctoral…y a lo que se convertiría en uno de los principales intereses de su vida. Al respecto, digamos que la “coincidencia auspiciosa”, como ella misma la llama, del budismo y el feminismo le han llevado a ver en ello una vía posible de conjunción entre su vida académica y una práctica religiosa libre de preceptos androcéntricos y con un lugar para la mujer igualitario al del hombre.
Al respecto, destaquemos la distinción entre androcentrismo y androginia que realiza Gross con miras a una visión nueva e integradora del budismo, vía el feminismo. Androcentrismo sería entonces toda visión que centre su mira desde el punto de vista del hombre, es decir, desde el varón como preponderante, como visión rectora. Androginia, en cambio, sería el modo según el cual se pueden analizar las cosas desde un punto que integra tanto al hombre como a la mujer, sin poner énfasis en las diferencias de género, es (como dirá Gross en el apartado IV: “El Drama es masculino y femenino: hacia una reconstrucción andrógina del budismo”), una visión no neutra, sino que incluye a ambos, el principio femenino y el masculino.
En cuanto a la estructura del texto, digamos que consta de 4 apartados y 2 apéndices metodológicos. En estos últimos, Gross sitúa las razones, tanto de su método (religiones comparadas), como de su postura (budista y feminista).
En este punto, me parece interesante lo que la autora define como una crítica razonable y veraz en relación al budismo. Se trata de la posición, más que de la doctrina, de quienes se han encargado históricamente de transmitirla, de cierta complacencia al estado de cosas sociales, al statu quo. Lo cual se fundamentaría en que el budismo nunca se preocupó de criticar situaciones sociales de desigualdad, ya que desde sus inicios, aquél predicaba el aislamiento del mundo, una vida monástica libre de las ataduras (apego) de lo material y de lo que conllevara el deseo y sus preocupaciones. Así, siendo que el budismo nace (siglo IV a.C.) en una sociedad (la India) donde el patriarcado ya estaba instalado, el budismo se incluye, contemplando ese marco cultural casi misógino, donde la mujer era considerada como de un grado menor que el hombre. Por ello, las enseñanzas búdicas propugnarán un renacimiento como hombre, no como mujer, ya que la mujer no alcanzaría la budeidad en el mismo nivel que el hombre. Pero también afirma Gross que si no se propugna un renacimiento como mujer, no es sólo porque el karma femenino sería negativo, sino porque se sabía que debido a las condiciones en que vivía la mujer (subordinación al padre primero, luego al marido y finalmente al hijo), era mejor renacer como hombre; entonces también por compasión y no sólo por creer que carecía de condiciones.
Gross indagará, (en los cap. 4, 5 y 6 del apartado II) los relatos del Therigathade las experiencias de las primeras monjas budistas en la India que han logrado el estado de budeidad, para demostrar que es posible llegar a ese estado para las mujeres, que no hay ningún impedimento por el hecho de ser mujer. Al respecto, citemos un ejemplo del siglo VIII, Yeshe Tsogyel, a quien otra deidad mujer le manifiesta:
“Que pueda ser una contigo, Señora de la Magia Poderosa.
A partir de ahora, con la pureza bañando la esfera de pureza en tu campo de luz de loto,
Tú y yo proyectaremos emanaciones del karma de Buda
Como formas de luz de la compasión del Guru Pema-Guirlanda de Cráneos:
Que podamos vaciar las profundidades de los tres ámbitos del samsara.”
Finalmente, unos comentarios acerca del apartado III: “El Dharma no es ni masculino ni femenino: un análisis feminista de conceptos budistas clave”. El karma “se refiere a la ley de causa y efecto y su corolario, la creencia en el renacimiento (…) no es una teoría de castigo o recompensa (...) ni una de retribución o penalización, porque no hay nadie que inflija el castigo u otorgue el premio, y porque los efectos carecen de arbitrariedad (…) no es una teoría de la predestinación (…). Una vez puesto en marcha, sin embargo, el efecto inevitablemente seguirá a la causa; las opciones y decisiones personales, incluso las adoptadas por una deidad, no pueden hacer nada para cambiar o alterar dicha inevitabilidad. Así, mucho de lo que constituye mi presente viene determinado por lo que ya ha sucedido en el pasado y no puede ser deshecho o cambiado. Sin embargo, mi forma de afrontar el presente no está predeterminada; el modo de vivirlo afectará hondamente a mi futuro” (pág. 211), cursivas de la autora. Roza aquí Gross el tema de lo explicativo y nos invita casi a una discusión en torno a lo terapéutico del budismo y su teoría del karma.
En el cap.11: “El género y la ausencia de ego” afirma: “carecer de ego es una de las 3 características de todos los seres sintientes. Junto con el sufrimiento y la impermanencia, puede considerarse el diagnóstico más básico de la condición humana”. Así, la autora explica que la dificultad para soportar la impermanencia y el cambio es lo que nos hace creer en el yo y sus modalidades, aunque “éstas suelen causarnos problemas” (Pág.231). Punto que podríamos analizar desde el punto de vista de los problemas de la identificación.
En el capítulo siguiente “El género y el vacío” Gross resalta la importancia del término shunyata, vacío, pues “se trata del único concepto budista que se ha utilizado en esos textos para criticar las prácticas de discriminación de género” en su seno. Entonces “cuando se dice que las cosas están vacías, ¿“vacías de qué?”(…) están vacías o carecen de “entidad propia”(….) ese vacío lo atraviesa todo, o dicho de otro modo, todo está transido de vacío. No hay nada que se pueda sustraer a su realidad o de lo que se pueda decir que existe intrínsecamente, exento de causas y condiciones. No hay ningún reducto privilegiado, ninguna excepción, llámese ser supremo o alma eterna, e incluso nirvana budista, que no esté completamente caracterizado por shunyata” (Pág.253). Al respecto, existen dos peligros: uno es que extremando esta idea, se caiga en la relativización absoluta y en consecuencia hagamos cualquier cosa, dado que todo es relativo, es decir, caer en el extremo nihilista. El otro peligro se refiere a reificar el vacío, esto es, llenar de contenido algo que por esencia no lo tiene: “Todo carece de entidad propia, incluso el vacío, que es antes una herramienta utilizada para cortar la fijación conceptual que otro nuevo concepto alternativo con el que construir una cosmovisión”, refiriéndose aquí a la tendencia occidental a “sustancializar” aún el vacío, por ej. Con relación a dios, comparando el cristianismo y el budismo. En este sentido, hay que subrayar “el vacío del vacío”.
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