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"Germán García: la ética vs la cobardía en psicoanálisis"

por Liliana Goya

 

Por mi fruto me conoceréis”: hacer no tiene demasiada importancia, medir los efectos de transformación de algo que éso ha producido es lo que importa.

Germán García, El curso de Tucumán: Formación, clínica y ética. 1990.

Entre varios textos suyos elegí este Curso de Tucumán, uno de los primeros en ser publicado en forma íntegra, porque entiendo que representa de modo cabal la enseñanza de Germán García, ya en esos tempranos años 90. No sólo encontramos allí indicaciones preciosas acerca del modo en que opera la neurosis en sus diferentes formas clínicas (histeria, neurosis obsesiva), sino también el modo de transmitir lo que implica una institución analítica conforman el estilo coloquial que tenían sus clases y que le daban un sello particular.
Hablando de la praxis como acción transformadora afirma: ““La praxis humana es trabajo en y dentro del hacer presente por medio de la negación del pasado (…) Negación del pasado en la cura”. La cura es un problema en Heidegger, es una palabra que él usa. Por otra parte tienen uds. los cuatro pasos hegelianos de la relación del hombre con la autoridad. El primer paso es estoico. Si tengo un amo que me pega, aprenderé a resistir los golpes. En el segundo me doy cuenta de la injusticia de estos golpes que recibo, entonces soy escéptico y no creo más en el amo. El tercer tiempo es el de la conciencia desdichada, donde descubro que soy tanto el amo como el esclavo; es el momento ante el cual retrocedemos espantados. Esto se ve cuando uno tiene hijos y otro nos felicita. La idea de que se puede dejar de ser hijo, de que no haya más padre, es el horror de que cualquiera puede salir para donde quiera en cualquier momento. Decía un personaje de Dostoievski:si Dios ha muerto, todo está permitido”, y Lacan replica: “si Dios ha muerto, nada está permitido” (…) Podemos ver que Lacan era un hombre que tenía una presencia carismática, pero él disputaba la legalidad del psicoanálisis en nombre de la tradición freudiana; o si uds. quieren, hacía una operación con ésto, porque podía volver contra sí misma a la tradición al apoyar a Freud contra los post-freudianos; volvía contra sí misma la función jurídica, al apoyar la legalidad del psicoanálisis respecto de la medicina; y volvía contra sí su propio carisma al montar una organización que podía funcionar sin ningún líder. Es decir que hacía una suerte de operación hegeliana de negación de sí en lo mismo en que se apoyaba, por éso es que Lacan es difícil de refutar. Estos cuatro momentos son los momentos por los cuales se pasaría del trabajo de la transferencia a la transferencia de trabajo. La única prueba de que hay transferencia de trabajo es que hay algún producto que tiene alguna racionalidad según lo que se ha propugnado hacer (…) La transferencia de trabajo sería el acceso del sujeto, a través de su viaje (porque ésto es la metáfora de un viaje), el acceso del sujeto a la racionalidad del ámbito en el que está metido. La racionalidad de este ámbito le daría una relación legible, y visible, con la autoridad, etc. (…) Entonces, el trabajo transforma la materia, pero forma al sujeto (...) La cuestión es si alguien tiene deseo de algo (…) El deseo que trabaja transforma al deseante en algo diferente de lo que era.”
Cité in extenso su forma de razonamiento porque da cuenta del estilo que tenía Germán no sólo de exponer ideas y conceptos, sino que su modo de razonar era una demostración de esa misma racionalidad de la que hablaba y que ponía a funcionar mientras explicaba. Una de las ideas fundamentales que fue sedimentando ese modo de enseñar y de encarnar la función del analista como objeto a fue comprobar que la relación que tiene el analista al psicoanálisis, si quiere practicarlo según la enseñanza de Lacan, no puede quedar fuera de su propio análisis: no hay modo de hacerse analista, según la concepción lacaniana, si ese mismo que aspira a ser analista no pone en juego su práctica, y la cuestiona, en su propio análisis y en el control o la supervisión. Ser analista es poner en cuestión su propia relación al psicoanálisis. En este sentido entiendo el ser transformado por el deseo en algo diferente a lo que era. En palabras de Germán: Este es el problema de la ética del psicoanálisis: es difícil que alguien pueda decir por el analista la relación que el analista tiene con el psicoanálisis.” Pero qué es el analista, se pregunta: “El psicoanálisis es tarea de aquéllos que transformados por el trabajo analítico han hecho de su duración, de su permanencia y de su carga, el trabajo analítico mismo, de manera tal que no pueden hacer otro trabajo. Podemos definir al analista, negativamente, como alguien que no sirve para otra cosa. Lacan era así, hasta un día antes de morirse atendía gente, hacía éso siempre.” La ética lacaniana, leída por Germán García era la de erradicar una jerga hecha de clichés, de impostura, de hablar sin entender realmente de qué se trata; para hacer aparecer en ese vacío de modo fulgurante, mediante un ejemplo clínico, un chiste, una humorada, la verdadera función del inconciente. Pero implicaba también hacer algo con la cobardía imperante en nosotros, aspirantes a analistas que no sabíamos que nuestro propio horror al saber nos ponía límites en la acción, no sólo en la vida personal sino sobre todo en el quehacer analítico, ejemplificada muchas veces cuando parodiaba una frase que solía escuchar en los controles que hacía, de modo irónico: “...y entonces qué le digo al paciente?...” Hace algunos años afirmaba que al analista no se le reprocha su neurosis, sino lo que hace a la hora de practicarlo, cuando recibe a quienes acuden a él y también cuando se encuentra en alguna institución. Si la cobardía (conciente o no) lo hace parapetarse tras conceptos que no sabe hacer operar en la práctica o cuando intenta transmitirlos a otros sin entenderlos realmente, cuando se dirige a los demás con cierta impostura, queriendo dar una imagen de saber, sobre todo se engaña a sí mismo -y por supuesto no me refiero aquí a la mentira estructural de la neurosis, que al mentir dice la verdad de su deseo-. No hay forma de entender lo que significa enfrentarse a la castración si no se está dispuesto a ir en la dirección de ese horror al saber, si se retrocede frente a éso: sólo aprehendemos ese impresionante sueño freudiano “La inyección de Irma” luego de habernos acercado nosotros mismos a ese abismo del agujero del Otro, innombrable, horroroso. Si el analista decide afrontarlo en su propio análisis y puede ir más allá, en nombre de un deseo de saber, entonces quizá esté en condiciones de dimensionar lo que implica y pueda hacer lo necesario para guiar a otros en ese recorrido, sinuoso, largo, plagado de vías dispersas y laberintos sin salida.
La enseñanza en psicoanálisis podríamos imaginarizarla como una cinta de Moebius, la primera figura topológica que Lacan tomó para dar cuenta de la estructura del sujeto: no existe teoría sin clínica, puesto que el psicoanálisis es fundamentalmente una praxis y la operatividad de los conceptos se ponen en juego a la hora de ejercer la función. Continúa Germán en el Curso mencionado: “El saber que se articula en el sueño (…) El campo del inconciente es el campo de la interpretación como deseo, la interpretación como deseo en el doble sentido: Lacan dice que un sueño es una interpretación del deseo. Es decir, si es deseo es nada, el montaje del sueño ya es una interpretación (…) Pero además, el acto del analista también es su interpretación (...) Ya sea la interpretación que el sujeto plantea cuando habla de su problema, ya sea de la respuesta interpretativa que el analista plantea a ese sujeto (…) La transferencia de trabajo hay que situarla en ese campo donde en vez de ser el horror a la falta de saber, o el horror a la falta del Otro, es la producción de un saber sobre ese horror”. Agrego aquí una frase suya insistente en los últimos tiempos: uno tiene que ser vecino de su propia maldad” para saber algo de ese horror al que hay que enfrentarse. Así como Freud tuvo el coraje de ejemplificar en sus propios sueños esa travesía, también en otros fenómenos inconcientes, como el que relata en “Un trastorno de la memoria en la Acrópolis”, donde un recuerdo de juventud es analizado desde la vejez: la retroacción en acto en la interpretación de una enigmática ocurrencia, marcada por la recurrencia (acudía el recuerdo varias veces en el ocaso de su vida).
Observemos cómo opera la lógica freudiana: “La comprobación de un fenómeno hace surgir enseguida, desde luego, la pregunta por su causación.” Vemos entonces que la racionalidad es una propiedad del psicoanálisis, tal como fue concebido por su fundador, como decíamos al inicio, no se trata de una “obscura elucubración sobre la psiquis humana”. Luego continúa Freud: “se trata evidentemente de procesos complejos, vinculados con determinados contenidos y relacionados con decisiones relativas a esos contenidos.” (Subrayado mío). Para explicarlo expone los procesos de desmentida de la realidad, o de un fragmento de la realidad en la psicosis y en la neurosis. “Se las observa de dos formas: o bien es un fragmento de la realidad el que nos aparece ajeno o bien lo es uno del yo propio”. Se trata, como podemos deducir, de la escisión de la personalidad psíquica, idea que será una de las últimas que marque la reflexión freudiana tardía (la “Carta a Romain Rolland” es de 1936) y una de las fundamentales. Toma el ejemplo del rey moro de Granada para hablar de lo “non arrivé”:

“Cartas le fueron venidas
de que Alhambra era ganada.
Las cartas echó en el fuego
y al mensajero matara.”

Se trata entonces de la defensa, concepto que pertenece a la primera elaboración freudiana, de los tempranos años 1893 y que en el final de su teoría, cuarenta años después, será retomado para describir la operatoria psíquica respecto de esas mociones inconciliables con el yo que es necesario mantener a raya, fuera de la conciencia. Veamos el final del artículo: “No es cierto que en mis años de estudiante secundario dudara yo alguna vez de la existencia real de Atenas. Sólo dudé de que pudiera llegar a Atenas.” (Nuevamente subrayado mío). Y se pregunta Freud: “...por qué nos estropeamos el contento por el viaje a Atenas. Tiene que haber sido porque en la satisfacción por haber llegado tan lejos se mezclaba un sentimiento de culpa; hay ahí algo injusto, prohibido de antiguo. Se relaciona con la crítica infantil al padre, con el menosprecio que relevó de la sobrestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito fuera haber llegado más lejos que el padre, y como si continuara prohibido querer sobrepasar al padre.” Y concluye: “….anciano yo mismo, [tenía ya ochenta años] me he vuelto menesteroso de indulgencia y ya no puedo viajar.”
Y como Lacan retraduce a Freud en otros términos, veamos la lectura de Germán: “hay que hacer una diferencia: que cada corte de sesión de análisis produce la incompletud, nunca es completo como en el teorema göedeliano. El resultado final de ésto es la inconsistencia del nombre del padre. Tenemos que la incompletud de cada sesión es la inconsistencia final. [Ese recuerdo de Freud] nos lleva de la incompletud a la inconsistencia, porque a través de lo que falta en su memoria, Freud llega al problema de la inconsistencia de su padre, y al problema de ir más allá de esa inconsistencia.”
Inconsistencia/consistencia. Si hay algo que tiene consistencia en el análisis es la transferencia, verificada por los fenómenos que produce -Germán solía decir que “la transferencia es una cosa curiosa”-. La transferencia es ese ágalma cuyo secreto busca el sujeto al dirigirse al saber, de la misma manera que lo buscaba Alcibíades en Sócrates. Pero ¿cómo realiza el analista esa operación que consiste en que el sujeto, a través de sus propias palabras, descubra una verdad que ya estaba en él sin saberlo, y que ese descubrimiento cambie su perspectiva? ¿Cambiará por ello su relación al goce, algo de éso podrá transformar el análisis? Se verá en cada caso, al menos es la apuesta del analista al hacerse soporte de esa experiencia, de esa travesía, haciéndose causa del deseo, aún contando con que el amor al saber, la demanda de saber que el sujeto le dirige encubre su opuesto, el horror al saber.
Si extraigo los párrafos donde Germán sitúa la transferencia de trabajo no es sólo porque sea un tópico sobre el cual vuelve una y otra vez en el Curso, sino porque considero que es una de sus lecciones principales: no hay modo de exponer lo aprendido, sobre todo siguiendo su método, -que aunque aparentaba ser lo más alejado a una metodología, lo era: el método de la argumentación, de la disputatio argumentativa-; si primero éso aprendido no se lo ha captado en el propio análisis y se ha realizado con ello algo que decante y se elabore en una exposición de saber, como intentamos hacerlo en Enseñanzas de la Clínica y también en el curso anual. Tanto en un espacio como en el otro su estela marca las intervenciones de acuerdo a una argumentación expuesta: no sólo se expone el analista que presenta el relato clínico o la clase, sino que los que intervienen desde la audiencia tienen que dar cuenta de su pregunta o intervención. Lo que demuestra que cada uno expone en lo que dice, -aún si lo desconoce-, la idea que tiene del análisis. Su provocación era una inducción, un forzamiento, en el sentido de un tour de force, a argumentar: el sintagma lacaniano “el que pregunta ya tiene la respuesta” quedaba en evidencia cuando respondía a cualquier intervención, leyendo al interlocutor, devolviéndole su propia palabra en forma invertida.
Más de una vez recomendó una entrevista que le hicieron a Jacques-Alain Miller para un diario parisino en 2007, que se tituló “Lacan, un serial killer”. En esa entrevista, contundente, Miller da cuenta de la forma en que Lacan fue transformando su enseñanza a lo largo de los años, hasta llegar a hacer un barrido de la misma en los últimos años, y afirma que nada queda en pie: “La última enseñanza es lo que comienza con L’insu. Es verdaderamente Lacan contra Lacan (…) Ahí es la demolición. (…) Es una devastación.” Y alude al libro Del asesinato como una de las bellas artes de Thomas de Quincey, que es otra forma del arte, escrito. Lacan serial killer entonces, o también mass murder. Esta figura tan curiosa y precisa me remite a otra entrevista que le realizaran, en 1998 en Bogotá, titulada en esa oportunidad “Siempre será mejor ir al psicoanalista que comprar un arma y matar al vecino”, aludiendo a los E.E.U.U., donde sabemos la facilidad de acceso a las armas para cualquier ciudadano. Pero también resuena allí la idea freudiana del malestar en la cultura, y la dificultad del control pulsional para el hombre por vía de la sublimación. También es una entrevista donde vemos a un Miller distinto del que leemos en los cursos publicados, en los que nos ha habituado a que la sistematización y el recorrido de su lógica permite seguir un razonamiento hasta las últimas consecuencias, donde los conceptos son desarmados en todos los detalles. En estas entrevistas en cambio, más que en otros lugares, sienta posición frente al interlocutor, lo conmina, lo provoca. Parafraseando a este Miller en particular entonces, califico a Germán García de serial killer, no porque haya hecho cambios en su modo de enseñar -en todo caso iba perfeccionando el arte de adaptar su discurso al auditorio que tenía cada vez, interpretándolo-, sino más bien porque su estilo de dejar aprender barrió, al modo de Lacan, a lo largo de los años con toda una escolástica universitaria y configuró una transmisión del psicoanálisis absolutamente inédita, sin concesiones de ninguna clase. No podemos aspirar a que su estilo se repita, ya que era inigualable, pero nos anima el deseo de proseguir con su Proyecto, porque era su acto por excelencia, lo que dejó para el porvenir, y es el horizonte de expectativa que nos anima.

Liliana Goya, marzo de 2020.

 

 
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