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El síntoma

por Ricardo Gandolfo

 

Que la poesía pueda ser considerada en el rango de los “síntomas” que aquejan a algunos de los hombres modernos, no resulta, desde luego, una concepción descabellada. Es el paso que no terminó de dar Harold Bloom en su magnífica obra sobre los orígenes de la poesía a partir de las influencias del poeta aunque apuntó muchos de los modos en que ese “síntoma” puede constituirse.
El punto de partida lo constituye la diferencia que Bloom realiza entre los poetas clásicos y los poetas modernos. Afirma que el poeta clásico no sufría la angustia de las influencias porque para él no era la originalidad del tema lo importante, sino el modo de tratarlo. Así los temas se reiteraban de poetas y escritores en nuevos poetas y escritores, sin que nadie reivindicara una autoría original.
En cambio los poetas modernos, luchan con sus predecesores y logran, en el caso de los mas geniales, una inversión de los términos de influencia: a veces, es el antecesor quien parece inspirado por el predecesor, en la medida en que la creación mas reciente resulta la mas fuerte poéticamente.
Dice Bloom: “Las influencias poéticas- cuando tiene que ver con dos poetas fuertes y auténticos,- siempre proceden debido a una lectura errónea del poeta anterior, gracias a un acto de corrección creadora que en, en realidad y necesariamente, una mala interpretación” .
En esta afirmación advertimos rápidamente dos elementos que tendrían que llamar la atención del psicoanalista. El primero de ellos, concierne al hecho de que la influencia se eleva sobre el “dato” de una mala interpretación. Casi es como si el Otro del cual procede la capacidad creadora del sujeto estuviera incompleto y por lo tanto, cualquier interpretación que viniera a completarlo nunca sería la original, siempre sería una mala interpretación.
El segundo elemento, es en realidad, anterior al primero. Antes de la interpretación equivocada, sucede una lectura errónea, es la percepción misma del Otro lo que resulta equívoca, en cierto modo, procede de una incoherencia del Otro que asegura la falsa lectura, siempre diagnosticada sobre una supuesta lectura correcta, que en realidad, no existe.
Sea que el Otro se presente al sujeto según una cierta incompletitud que promueve una “mala” interpretación o una incoherencia que asegura la lectura incorrecta, ambos casos no son simultáneos sino alternativos. Me parece que de allí surgirían dos categorías: los poetas que proceden por lecturas erróneas del Otro de su influencia, por ejemplo Borges con respecto a Lugones. Insistir, inicialmente en el fascismo de Lugones para denostarlo y “anularlo” como influencia, para, luego, retornar con una cierta reverencia hacia el Lugones suicida para proceder allí a declararlo casi como un predecesor, aunque, hay que decirlo, esta última operación se realiza cuando ya se es Borges y nada preocupante puede esperarse de quien- según la declaración borgeana- fue su antecesor literario.
Por el contrario, la relación de influencia entre Germán García y Henry Miller, me parece que se inscribe en la segunda categoría. Quiero decir, creo que en Nanina, García malinterpreta a Miller, respecto al papel literario de la sexualidad. Entre la irreverencia seductora de este último y las angustias de un casi adolescente procurando convertirse en adulto, las referencias sexuales cambian de sentido, sin duda, produciendo una obra nueva, respecto a su influencia anterior.
Lo que he dicho, no tiene el sentido de una crítica, sino más bien el mostrar un modo de engendramiento del síntoma poético o literario.
Sin duda este síntoma tiene una referencia muy clara al padre. Lo ha visto con claridad Harold Bloom al identificar a este modo de influencia poética con lo que llama- a partir de Freud- “la historia de amor familiar”. En ella describe seis modos de negar al padre del cual el poeta procede, para apropiarse de él, y finalmente, superarlo. Esos seis modos son clinamen, es decir la mala lectura o la mala interpretación del predecesor; tésera, el completamiento y la antítesis; kenosis, mecanismo de ruptura que conduce a un movimiento de discontinuidad respecto al predecesor; demonización, o sea el movimiento hacia un “Contra sublime personalizado, en reacción ante el Sublime del precursor “; ascesis, intento de auto purgarse en soledad, renunciando a una parte de sus dotes humanas e imaginativas con el objeto de separarse de todos, incluso de su precursor y finalmente, apofrades , el retorno de los muertos, en tanto en la fase final un poeta se abre de tal manera que parece que él estuviera escribiendo el poema de su precursor, en lugar de a la inversa. Prénsese en este último caso en lo que decíamos sobre Borges y Lugones y se tendrá una idea clara del procedimiento.
Lo que interesa de esta tesis es que todo poeta construye, entonces, su síntoma, en relación al padre y de este modo, la poesía se articula con ciertas características de la filiación, en donde es posible establecer cadenas de generaciones literarias, donde las inclusiones, exclusiones, omisiones y presencias pueden leerse de manera articulada.
Incluso, los escritores cuya obra particular, resulta extrañamente asintótica con la línea de sus predecesores, como es el caso de Joyce, pueden ser leídos (y así, creo lo ha hecho Lacan en el Seminario El sinthoma) como esos casos geniales en que la ausencia de paternidad efectiva en la vida del poeta, promueve la creación sintomática de una equivalencia de paternidad en la propia obra.
Es lo que Harold Bloom recuerda cuando discute dos frases, una de Kierkegaard y otra de Nietzsche, que indican suficientemente como la creación humana se edifica sobre un vacío previo. Una de ellas, la de Kierkegaard afirma que “Quien está dispuesto a trabajar engendra su propio padre”. La segunda, la de Nietzsche, dice, más drásticamente, que “Cuando uno no tiene un buen padre, es necesario que se lo invente” . En ambas, campea, una idea ciertamente moderna, tal como ir mas allá del padre, lo cual consiste en muchos casos en sustituir un vacío por una creación original. Quizás es allí- respecto al padre- donde encontremos una referencia esencial para distinguir, como lo hemos hecho hasta ahora groseramente, la modernidad del periodo clásico. Es probable que en clasicismo existía (o al menos nos gusta imaginarlo así) la figura paterna como ordenamiento social, mientras que la en la modernidad el lugar del padre está ocupado por una ausencia que obliga, a los sujetos a inventar sustitutos. Uno de estos sustitutos creo, es el sinthoma, tal como J.Lacan lo definió.


En un pequeñísimo ensayo fechado en 1915, Sigmund Freud reflexiona sobre lo transitorio de la vida y sobre todo acerca de la finitud de la belleza . El texto está recorrido por una anécdota minúscula: a saber un paseo por la campiña estival en compañía de un poeta “joven pero ya célebre” y un amigo “taciturno”. Allí el poeta, embargado por una melancolía en la que reconoceremos un rasgo fundamental del escritor moderno, se ve aquejado por la tristeza al comprobar que la enorme belleza del paisaje perecería en muy poco tiempo bajo el invierno destructor. Freud reacciona ante este sentimiento afirmando que su “pretensión de eternidad traiciona demasiado claramente su filiación de nuestros deseos como para que pueda pretender se le conceda valía de realidad” . Y acto seguido propone, como salida, la adquisición psicoanalítica de que lo efímero de la belleza es mas bien un rasgo que aumenta su valía, que los buenos momentos precisamente por ser perecederos tienen para el hombre una importancia que no puede ser rebajada por un sentimiento de tristeza.
Para Freud, por el contrario, esta tristeza es producto de un duelo inconsciente que impidiéndole al poeta gozar del momento presente, anticipa su destrucción y produce, por lo tanto, el sentimiento de impotencia y finitud que arruina la contemplación de lo bello.
Este síntoma, muy bien descrito, afecta a los escritores de la modernidad de manera devastadora. Pienso por ejemplo en Paúl Celan, quien se suicidó arrojándose de un puente en la ciudad de París, al tiempo que se observaba un angostamiento progresivo de su obra, al punto que sus últimos poemas son apenas unas breves líneas. Es que todo poeta moderno lucha, con la idea de una extinción de su capacidad literaria, con la convicción de que su poesía está destinada a terminar.
Esta formación sintomática revela un rasgo que reduce considerablemente las capacidades poéticas y humanas del sujeto. Se trata de la melancolía, donde el objeto literario, el poema o la novela, se encuentran profundamente identificados a su creador, en una relación en la que el yo del escritor se encuentra demasiado comprometido en la creación de su producto. En cierto modo este sentimiento, surge en la literatura con el romanticismo, producto estético de una concepción filosófica que agrupamos- demasiado ampliamente, sin duda- bajo el nombre de modernidad.
Confundiendo el yo y el sujeto, la literatura romántica desemboca fatalmente en una melancolizacion oscura de la producción literaria en donde, como afirma Freud en el trabajo que comentábamos, los bienes perdidos se desvalorizan rápidamente sólo porque demostraron ser tan perecederos y frágiles.
Es que el positivismo moderno, como comenta J. A. Miller en un escrito luminoso, es realmente una mezcla muy extraña que “efectúa el realismo del romanticismo, como persigue el sueño de las Luces” . Y es en este punto donde se produce la mezcla fatal que atormenta muchos poetas contemporáneos, la que une la fragilidad de los objetos (incluso los literarios) con la debilidad no reconocida del yo que se supone tiene a su cargo el proceso creador del poema, la novela o la literatura en general.
Nos parece que esta crítica a cierta modernidad literaria, no puede, sin embargo retrotraer el espíritu de la literatura hacia un pasado clásico, donde la presencia del padre bajo quizás, la forma de la tradición literaria, aseguraba la creación por la vía del estilo antes que por la originalidad de los temas o las formas.
Se trata de producir algo nuevo, mas allá de este estado melancólico, cuyo resultado literario ha sido, en el límite, obras que nada cuentan, nada expresan, sino que se limitan a celebrarse a si mismas incesantemente, a dar la vuelta sobre sí mismas, en un artificioso reflejo del yo del creador de las mismas.
Es en este momento en que el psicoanálisis, nos parece tiene algo que decir.


El retorno de los muertos, tal es la manera en que J.A. Miller refiere lo que el siglo de las Luces trataba de evitar y lo que se refleja, creo, en muchas páginas de la literatura moderna. Negar las influencias, detestar las referencias, obviar las citas son rasgos que definen de una manera patética a muchos literatos contemporáneos y es, por el contrario lo que el libro de Bloom destaca estrictamente.
Si el hombre de este siglo está, en cierta manera, creándose a sí mismo a partir de nada el psicoanálisis puede, señalar ahí un rasgo, el del objeto causa del deseo, que en cierto modo es nada, es una ausencia destacada precisamente por sus efectos en el sujeto.
Mas allá de las identificaciones que se rechazan, convendría no olvidar el carácter de causa que el objeto tiene para el sujeto.
No deja de ser pertinente al respecto señalar la observación de Ossip Mandelstam. Dice: “La poesía se distingue del lenguaje automático en que ella nos despierta y nos sacude con medias palabras” . Y, mas adelante, afirmando la importancia de los borradores desconocidos de la Divina Comedia, destaca que “ahora bien, los borradores no desparecen jamás (…) En este dominio estamos enredados en los hábitos de un pensamiento de gramáticos, que nos hace poner en nominativo el concepto de arte (…) Sin embargo la obra terminada está gobernada por los casos oblicuos, tanto como por los casos directos” .
Borradores, casos oblicuos tal es, nos parece, una forma de nombrar tanto las identificaciones latentes del poeta con otros poetas, como asimismo el objeto a lacaniano. Como un caso oblicuo a la corriente principal de la obra, que sin embargo, la determina decisivamente.
En cierto modo todo poeta construye la cualidad sintomática de su literatura según un movimiento que va de negar (reacuérdese a Bloom) las identificaciones contraídas con otros poetas como de colocar a un costado, por medio de la mención indirecta, la causa de su deseo de escribir poesía.
Es tanto que el carácter de causa está situado en relación al objeto del deseo que Mandelstam lee en la voz “el origen, el destino y el carácter de un hombre” de la misma manera- agrega que “la ciencia de su época juzgaba la salud por el color de su orina” .
Pero entonces, si el poeta es causado por los objetos desconocidos de su deseo, como así también organizado según identificaciones que, aun cuando fueran negadas, no dejan de producir sus efectos, ¿donde está la originalidad de su vocación?
Creo, que hay que ser muy prudente para tratar este tema, tanto se ha dicho del carácter angélico o aún demoníaco del los poetas. Más bien respecto a esa cuestión prefiero la modestia freudiana cuando afirma que nada puede el psicoanálisis esclarecer acerca del talento literario o artístico.
Agregando que Lacan nos orienta mejor cuando desarrolla sus puntuaciones sobre el sinthoma.


Si hemos situado el meollo de nuestra interrogación sobre las relaciones entre el sinthoma y la poesía, es para considerar a la poesía como un cierto sinthoma, es decir una articulación lograda entre el síntoma y el fantasma del poeta. J.Lacan afirma en su Seminario 21 El sinthoma : “El complejo de Edipo como tal es un síntoma. Es en tanto que el Nombre del Padre es también el padre del nombre que todo se sostiene, lo que no vuelve menos necesario el síntoma. Este Otro del que se trata es algo que se manifiesta por el hecho de que el está en suma, cargado de padre (….) En este sentido anuncio lo que va este año mi interrogación sobre el Arte: ¿en que el artificio puede apuntar expresamente a lo que se presenta ante todo como síntoma? En qué el arte, el artesanado, puede burlar, si se puede decir, lo que se impone del síntoma, a saber, ¿qué? Lo que he figurado en mis dos tetraedros: la Verdad” .
Creo que conviene destacar de esta breve cita las relaciones entre el padre, el arte y el síntoma.
Todo arte se propone, diremos, como un cuestionamiento del padre (lo que Bloom denomina “angustia de las influencias”) Es sólo en tanto que ese cuestionamiento se vuelve eficaz, triunfa podríamos decir, es que ese arte se sintomatiza, no el sentido psicopatológico sino como manera de anudar los registros Real, Simbólico e Imaginario en la vida del poeta o escritor. Digamos que el sinthoma procede en saber servirse del nombre del padre, no en identificarse con él.
Ahora bien, la diferencia con el psicoanálisis es que todo arte, elude la verdad del sínthoma que el mismo es. Todo poema, constituye en este sentido una desviación con respecto a la verdad del sujeto que lo escribió. Esto es lo que lo hace verdaderamente importante, lo que otorga el sentido de la belleza y, de cierta manera, lo vuelve inolvidable. Tanto porque “recuerda” indirectamente una verdad que permanece ignorada, como por el grado de su desviación de esa verdad, dato que constituye el grado de belleza misma del poema.
Así, en tanto el poema es un sinthoma del poeta, realiza su antinomia con el psicoanálisis. Todo poeta realmente “exitoso” en articular lo real de su vida con el desvío literario, es inanalizable.
Es el caso de Joyce, por ejemplo. O, mas cercano a nosotros, de Borges.
En cierta medida, puede decirse que los poetas analizables o analizados, son fracasos literarios, lo que nos deja ver (como analistas), las operaciones simbólicas que condujeron a su fracaso, a sus callejones sin salida, en suma a un análisis.
En tanto el poeta opera por la mimesis aristotélica, esto es, por “el movimiento que, partiendo de objetos preexistentes, culmina en un artefacto poético” siendo “el arte poético el arte de este pasaje” y siendo este objeto preexistente la lengua en la cual escribe, la materialidad freudiana de esa lengua, sus lapsus, errores y vacilaciones, pueden ser incorporadas a la poesía, pero en forma velada o indirecta, lo cual explica las interesantes (aunque muchas veces, disparatadas) teorías sobre el origen de su literatura que desarrollan los poetas.
En cierta forma, en la definición de Aristóteles está el procedimiento de la operación literaria, aunque no su génesis. Quizás por eso Lacan supo titular La otra satisfacción ese capítulo de su Seminario 20 en el cual anuda el goce de hablar a las condiciones de producción de ese hablar mismo, mostrando como era necesario un artificio que uniera a Aristóteles con Freud para poder dar cuenta de ese goce.
“La otra satisfacción- afirma- es lo que se satisface a nivel del inconsciente, y en tanto ahí algo se dice y no se dice, si es verdad que está estructurado como un lenguaje” .
La poesía, entonces, en el mejor de los casos es un sinthoma del poeta, es decir articula su otra satisfacción con el lenguaje, en un producto que hace gozar a los oyentes- sin saberlo- y evacua algo del goce inconsciente del poeta mismo.
Constituyéndose así como sinthoma, como una relación que permite anudar de manera particular algo de la subjetividad del escritor, la poesía se muestra victoriosa en reubicar el goce.
Para concluir: un corto y banal análisis de un pequeño poema de Ezra Pound que aprecio particularmente. El poema se llama “En una estación del metro” y fue publicado originalmente en su libro “Lustra” (1915), la traducción es de Carlos Viola Soto.

La aparición de estos rostros en la multitud:
Pétalos sobre un ramo negro y húmedo.

Me parece que este brevísimo poema evoca numerosas cosas: en primer lugar, la comparación inesperada entre los rostros y los pétalos, metáfora difícil de fundamentar en un cierto realismo literario; luego, lo negro y lo húmedo que evocan una dimensión erótica inesperada para una estación del metro; finalmente el decir “la aparición” como palabra inicial y no otro vocablo, nos lleva metonímicamente al reino de los muertos. Ahora bien, ¿cual era el goce de Pound al escribirlo, cual es la satisfacción inconsciente que aquí se vierte? Creo que eso es imposible decirlo porque aquí el desvío ha sido máximo y eficiente. En este sentido frente al sinthoma de este poema sólo podemos quedarnos extasiados con nuestra propia satisfacción o bien, si tenemos talento para ello, negarnos a esa satisfacción y escribir otro poema.


Bibliografía

Freud. S. Lo perecedero en Obras Completas. T. II. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973
Lacan, J. Seminario 20 Aun. Ed. Paidós, Buenos Aires, l981
Lacan, J. Seminario 23 El síntoma (inédito) 1975-76.
Bloom, H. La angustia de las influencias. Monte Avila Editores. 1976.
Miller. J.A. En las profundidades del gusto, articulo incluido en Elucidation, Ed.
Atuel/Anáfora, 2003.
Mandelstam, O. Conversaciones sobre Dante. Ed. Universidad Iberoamericana, México, l994.
Cassin, B. (compiladora) Nuestros griegos y sus modernos. Ed. Manantial, Buenos Aires, 1994.
Pound, E. Antología Poética. Compañía General Fabril Editora. Buenos Aires, 1963.

 

 
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