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La extensión de la adolescencia

por Deborah Fleischer

 

“El ser “joven” es algo en sí mismo y no el mero tránsito de la infancia a la edad adulta”   Gustav Wyneken (1906)

 

 


La pubertad


La adolescencia, puede ser definida desde su inicio, la pubertad, momento de conjunción entre  lo real del sexo y la responsabilidad del acto. Momento paradigmático de la confrontación con la imposibilidad de la relación sexual. Momento de la mutación del cuerpo. Transformación de una forma autoerótica de sexualidad en una actividad más compleja en la cual el hombre y la mujer se vienen a articular. Momento de la mutación del fantasma, que ubica a la adolescencia como un tiempo donde, por anticipación, el sujeto puede acceder a un síntoma que aún no tiene. Entrada que marca, como indica E. Laurent, el momento de la “elección sobre el uso del fantasma que se decide en el aprés coup de la prueba de verificación de la pubertad, puerta abierta a una nueva dimensión del goce”

Ubicamos entonces un principio de la adolescencia que puede ser detectado, la pubertad. Falta saber sí, como el despertar de la primavera del deseo, ella tiene un fin, es decir que indicios nos dicen, más allá de los cronológicos, que la adolescencia termino.

Sitúo por lo tanto este trabajo con relación a la pregunta por la extensión de la llamada adolescencia. Para ello situaré una serie, una serie que como factor común tienen la edad. La pregunta es ¿qué marca su salida  de la adolescencia, qué los deja de hacer adolescentes?

Hay en la historia, en la literatura, en los historiales clínicos de Freud, jóvenes. Pero no son  tomados en tanto tales. Por ello me pareció interesante describir una variedad de casos en los que podemos ubicar a los personajes como adolescentes, si definimos la adolescencia por su edad y preguntarnos si este rasgo, la edad, no permite subrayar algo en común, más que los años mismos. Por ello ponemos en serie algunos jóvenes paradigmáticos  que ubicamos entre los 13 y los 20 años. ¿Qué los hace adolescentes?. ¿Estar ubicados cronológicamente en ese período? Figuras  heroicas como Antígona, para la que  se juega la defensa de las leyes de la Ciudad; semblantes de la apetencia sexual,  encontrados en la adolescencia del Hombre de los Lobos, o en los relatos  de Goethe, o de Gide;  figuras como Dora o la joven homosexual., que son traídas a la consulta a Freud ¿ Que los une más que la edad en su diversidad.? Diversidad de épocas, de intereses, de apetencias. Sin embargo si nos guiamos por sus edades, son  adolescentes todos, por lo menos en el período en que enmarcamos esta descripción.

 

Las apetencias

Antigona, no es pensada desde su lugar de joven, sino desde su posición: prototipo de la hermana en Hegel, así como para Lacan es una heroína En la relación hermano/ hermana, Hegel excluye el deseo. La hermana no necesita recibir el para sí del hermano. La hermana, prototipo de lo femenino y de la relación sexual que no existe, comunica a través de la joven Antigona, lo familiar y divino y natural con la ética universal de la ley humana. Hegel ubica en la figura de la hermana, tomando a la joven Antigona como modelo, un reconocimiento exento de apetencias. La  preferencia idealizante de Hegel por la hermana, dirá Jorge Alemán, quizás permita alguna interpretación al  dato biográfico que indica que la hermana de Hegel, se suicidó al enterarse de la muerte de aquel. La hermana es quien permite a Hegel, filósofo, una reconciliación entre la Ley humana y la divina.

Freud no excluye las apetencias de la relación hermano/ hermana. Por ejemplo, en el caso del Hombre de los Lobos, relata como su paciente,  a los 14 años, con el surgimiento de las tempestades sexuales de la pubertad, osó intentar con su hermana (agente de la tentativa de seducción al contarle historias obscenas sobre el jardinero), un acercamiento intimo que fue rechazado por ésta y que lo lleva a la mucama de igual nombre que su hermana, esa campesina que lo conduce a una heterosexualidad degradada, ya que las mujeres que siguieron a la muchacha fueron también sirvientas con una educación inferior a la suya.

Asimismo, Lacan, cuando habla de Goethe, ubicará el deseo por Federica, en  relación a su hermana, como doble  que viene a completar la estructura descrita en “el mito individual del neurótico” . También  cuando Lacan selecciona un episodio de la vida de Gide, en su texto sobre la juventud  de este autor, el episodio remite a sus 13 años. Episodio de seducción de la tía, que concuerda con la elección de Madelaine como el objeto único de su amor.

En todos estos casos de “adolescentes”, no nombrados así, pero que situamos bajo ese significante por su edad,  vislumbramos la apetencia, o el deseo sexual,  con relación al entorno familiar.

 

Las identificaciones

En la clínica psicoanalítica se afirma que el llamado adolescente, se encuentra con una crisis de identificaciones.

Cuando situamos a la adolescente Dora, metida en el infierno familiar del que viene a hablar a Freud, debemos recordar que es traída al análisis por su padre, al igual que la joven homosexual. No es en el terreno de la sexualidad que las ubicamos como adolescentes. Ya no son púberes, si definimos la pubertad como una nueva forma de encuentro, una nueva forma de encarar la cuestión de abordar la pulsión y el goce sexual. Son adolescentes, en una definición posible, pues sus identificaciones se dan en el ámbito familiar y no buscan construir nuevos objetos extra- familiares. El desafío de la joven homosexual, tiene al padre en la mira. La señora K es un objeto ligado al padre de Dora.

¿Cómo se sale de ese  infierno? ¿Cómo se dice de a uno en  relación a la masa? ¿Cómo se dice de a uno en  relación a lo familiar? Más allá de la estructura en juego, se trata del encuentro con el goce en su disyución : posible/ imposible. Se trata de la soledad del  sujeto frente a las circunstancias del cuerpo propio y del partenaire..

Lacan indicará que el adolescente moderno esta marcado por dos afectos, el aburrimiento y la morosidad. Ambos ligados a la reducción del Otro al semejante. Rasgos diferentes  a los que adjudica al joven Goethe, adolescente del siglo pasado, en” El mito individual del neurótico”, donde escribirá: ”No sin razón Goethe, entonces en toda la infatuación de la adolescencia conquistadora.....”. A su vez Goethe define a la juventud como embriaguez sin vino.

Pero que define la adolescencia? La edad? ¿ son el aburrimiento y la morosidad  estados propios del llamado adolescente? ¿Lo son la infatuación y la conquista?, ¿ Lo es la sensación de embriaguez?  Si tenemos en cuenta el discurso de la postmodernidad, era del vacío y de lo efímero, podemos contestar:... no necesariamente.


La adolescencia como travesía

 

“Madre esta poniendo  en orden mis nuevos trajes de segunda mano. Y, reza, dice, para que sea capaz de aprender, al vivir mi propia vida y lejos de mi hogar y de mis amigos, lo que es el corazón, lo que puede sentir un corazón. Amén. Así sea. Bien llegada. ¡Oh vida! Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza.” J.Joyce

 

Este epígrafe nos permite introducir un giro en lo que pretende ser  un rastreo que nos conduzca a una definición de la conclusión de la adolescencia, que vaya más allá de la mera extensión temporal. La adolescencia, esta travesía de las apariencias (como la llama Antonio Quinet), sería el tiempo en la que se pueden abandonar o no determinadas identificaciones imaginarias con los padres, para partir a la aventura, como pretende el artista adolescente que describe Joyce.

Con relación a la adolescencia señalábamos al comienzo dos momentos: la entrada, pubertad, y la salida, más difícil de situar y más ligada a un sistema simbólico determinado, sistema que establece cuando un sujeto debe acceder a ciertos lugares, a ciertas responsabilidades.

Ubicar la salida tiene el riesgo de caer en una la norma que diga que es  lo que se espera, y  por lo tanto no es ajeno a ideales compartidos,  lo que conlleva  el peligro que anticipé en el apartado anterior: la homogeneización o la universalización. Puede además conducir a pensar la adolescencia “evolutivamente”  y a adjuntarle  términos superadoradores:  la  adultez o la maduración.

Marcelo Esses sostiene que el ideal del yo social ofertado a los jóvenes contemporáneos, queda delimitado como un salto al vacío, generando una masificante y condensada búsqueda de sus marcas a través de los objetos de goce social del mercado y de un atrincherado repliegue al yo ideal en el resguardo de las figuras del consumidor y el espectador. Describe  un vacío y goce de la privación que viene a ocupar el lugar de la relación del sujeto con su deseo, patologías en tanto generadoras de campos de condensación de goce en su ensamblaje de objetos de la pulsión con objetos de goce social. Nombrará así  el goce de la a-patía, a- bulia, a-norexia, a-nomía, poniéndolas a cuenta del resguardo del padre imaginario.

Si consideramos la posición de Esses, la adolescencia sería el tiempo de la búsqueda de marcas diferenciales, búsquedas que  permitirían cumplir el anhelo de ir más allá del padre y de lo instituido por el otro social y familiar. Pero al ubicar esa búsqueda en un tiempo, se  introduce un límite que sitúa un adolescente ideal, nuevamente universal.

La solución que encuentro y que pongo a discusión es  ubicar el período que abarca la adolescencia, en independencia del factor temporal. Si lo pensamos como un recorrido, ese recorrido de la adolescencia es el tiempo para alcanzar ese  punto de viraje dentro de la estructura que indica Esses, teniendo el que intente este giro, cualquier edad, diferenciando de esta forma el momento de entrada,  la pubertad (polémica también porque obliga a revisar la idea de infancia) del resto del recorrido.



 
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