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La mística en Oriente y Occidente

Por Graciela Safuri

  • Yo me arrepentí. Me arrepentí de haber cometido el pecado de la soberbia eligiendo un título como La mística de oriente y occidente para designar unas pocas reflexiones acerca de aquello que las religiones de oriente y occidente guardan como un secreto en común.

El secreto, intimidad, es inabordable, no tematizable. Es aconceptual. El vínculo al semejante en Su secreto, es la dimensión ética. Un vínculo del semejante con el gran Otro, con lo que el Otro tiene de secreto, constituye, para el ser que habla, la dimensión de la ética. La violencia anula este secreto.

Voy a intentar situar ese secreto en común entre el Maestro Eckhart y el budismo zen; entiendo que algo de ese secreto es compartido por el psicoanálisis, en especial en los desarrollos sobre el objeto a.

Nacido en 1260 y muerto en 1328, Eckhart era dominico de la orden de los predicadores y maestro de teología. Siendo un representante de esta orden fue condenado por las afirmaciones heréticas de sus escritos y sermones. Eckhart es, probablemente, el único caso de la Edad Media de un superior de una orden que fue condenado por la Inquisición en un proceso público.

El Maestro Eckhart predicaba en una época cuya consigna latente era la libertad de espíritu, o el “libre espíritu”. La Iglesia encomendó a los dominicos la misión de adoctrinar a las beguinas y a los hermanos y hermanas del espíritu, y de ganarlos para la causa. Eckhart combatió la herejía del Libre Espíritu predicando, justamente, sobre la libertad.

En el corazón de la fe cristiana convencional, Eckhart predicó la libertad radical sobre la base del más extremo desasimiento, gracias al cual el alma está desasida, no sólo de lo creado, sino también de Dios. Libre de mis propios “atributos”, incluso de Dios en tanto que “mi” Dios.

Libertad –decia Eckhart- a través del desasimiento, desasimiento como libertad. Vacío y libre es una máxima que Eckhart repite en casi todos sus sermones. Totalmente desasido y libre, como Dios está desasido y libre en sí mismo. El más extremo desasimiento es el ser-desasido-de-Dios, la vida sin Dios, pues en ese estar sin Dios, Dios mismo se hace presente como es en sí mismo, una nada.

Vacío y Libre.

En el hombre el perfecto ser-libre-y-vacío se realiza solamente mediante el ser-uno con Dios. Eckart insiste en que se trata de uno y no unidos. Hay algo en el alma, dice, tan afín a Dios que es uno con El, pero no forma una unión. Es uno, no tiene nada en común con nada, y nada de lo que ha sido creado se le asemeja.

En Eckhart encontramos la imagen del acontecimiento del nacimiento del Hijo, determinada por el concepto trinitario, propiamente cristiano: El alma mana de Dios, el Hijo fluye del Padre. Pero este modelo del nacimiento se acompaña en Eckhart de un modelo de ruptura: El alma es una con Dios en la medida en que es en sí mismo totalmente una y simple, una con Dios, como es en sí mismo unidad simple, sin modo ni propiedad algunos…ni Padre, ni Hijo, ni tampoco Espíritu Santo..

.Eso es el ser-uno con el Uno, en el que se expresa la libertad que está desasida gracias a la muerte radical del atributo, a la ruptura de toda atadura del yo.

Al acontecimiento del nacimiento del Hijo en el alma Eckhart agrega un acontecimiento que llama “atravesar”. El atravesar es el retorno del alma más allá de Dios, hacia el fondo de Dios. [El alma], dice Eckhart, no quiere otra cosa sino a Dios, sin enmascaramientos, tal como es en sí mismo. […] desea acceder al nuevo fondo, al silencioso desierto, donde nunca se produce diferenciación alguna, ni Padre, ni Hijo, ni Espíritu Santo.

Hay entonces un movimiento del alma que, habiendo manado del Padre, tiene que volver al fondo de Dios. El alma retorna al fondo de Dios atravesándolo, y en ese atravesamiento Dios adviene y deja de ser. Dios adviene y calla. El “¡Soy yo!” se enuncia en el silencio de Dios.

Intentaré ahora aproximarme al movimiento que está interesado en la práctica zen. La dificultad no es menor porque oriente es otra lengua y, por lo tanto, otra experiencia de la existencia.

El budismo zen se ocupa, lisa y llanamente, de la nada, mientras que Eckhart, y con él todo occidente, sólo puede ocuparse de la nada luego de haber vaciado a Dios del atributo del Padre. Eckhart parte del Uno para volver a él después de que este Uno ha sido vaciado de todo atributo. El zen, en cambio, parte del cero, de la vacuidad. No necesita hacer el rodeo por el Padre para alcanzar el silencio de Dios. Sólo invita a practicar el Zazen (estar sentado) para penetrar en la nada, para habitar el silencio.

El acontecimiento del zen se sirve de tres imágenes para indicar cómo se concibe el despertar a la verdad del sí mismo y la realización del yo verdadero, entendido como “yo sin yo”. La primera imagen es un círculo vacío, la segunda es un árbol floreciente junto a un río, y la tercera un anciano y un joven que se encuentran en el mundo y que entablan el singular diálogo zen de pregunta y respuesta. Me limitaré a las dos primeras.

La primera imagen es un círculo vacío, dentro del cual no hay nada dibujado. Es una imagen de lo que no tiene imagen y de la infinita desfiguración. Para el verdadero yo lo más importante es desprenderse absolutamente de su yo, ser sin imagen y sin forma.

El hombre debe penetrar en la pura nada, es decir en “la gran muerte”; se trata de morir al yo mismo. En esta muerte, el yo alcanza ser sin imagen y sin forma; se convierte en un “yo sin yo”.

El camino eckhartiano también conlleva la muerte del yo, y un más allá de la imagen, puesto que el Hijo no es imagen del Padre sino de la deidad oculta en el fondo de Dios. Esa deidad que adviene cuando Dios deja de ser.

Volvamos al zen. La primera imagen, el círculo vacío, la nada infinita, el silencio absoluto da lugar a la segunda imagen de lo que no tiene imagen. Se trata de un árbol florido a orillas de un río. La leyenda que acompaña a esa imagen es típicamente zen en su simpleza; reza así: Las flores florecen, tal y como florecen; el río fluye tal y como fluye.

Aquí se representa el renacimiento a partir de la nada, y el árbol floreciente es la primera concreción del “yo sin yo”. Un árbol que florece tal y como florece, encarna el “yo sin yo” del verdadero yo. El “yo sin yo” se encarna en la naturaleza.

El término naturaleza, Shizen, no se corresponde con el concepto occidental de naturaleza. La palabra Shizen está formada por dos caracteres chinos. El primero significa “desde sí mismo” y el segundo “ser así”. Naturaleza sería, entonces, “ser así, como se es desde sí mismo”. El “yo sin yo” se encarna en la naturaleza en la medida en que es Shizen: es así, como es desde sí mismo, como las flores que florecen tal y como florecen.

En la línea de Eckhart, Angelus Silesius escribe:

La rosa es sin porqué, florece porque florece

no se cuida de sí misma

no se pregunta si se la ve

La sentencia zen es más simple, florecen tal y como florecen, sin interrogación del porqué. El vivir sin-porqué es para el zen la libertad como nada vivida.

Hay un secreto en común, inabordable, no tematizable, aconceptual, decíamos al comienzo. Hay un secreto en común del que también participa el psicoanálisis en la medida en que, como el zen, conduce al sujeto al encuentro con un real que lo despierta. La libra de carne con que se paga el despertar es “la muerte radical” en Eckhart, es “la gran muerte” en el zen, es la segunda muerte en Lacan. La ética del deseo compromete un des-ser.

Atravesar el fondo de Dios, alcanzar el punto donde Dios calla. El desamparo, ni Padre, ni hijo, ni tampoco Espíritu Santo. Pero este silencio no es un silencio de tinieblas. Es un silencio que espera esa palabra nueva que florece tal y como florece, cada vez.

 

 
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