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El cuerpo y la diferencia sexual

Karen Monsalve

 

La naturaleza del sexo es el resultado, no de la biología, sino de nuestras necesidades de hablar al respecto”

Thomas Lacqueur

 

1- Discusiones actuales

El sexo en nuestros días forma parte de la política. En un texto de hace unos años, basado en una investigación de las nuevas normas de la homosexualidad en la perspectiva norteamericana – lugar donde se originan los debates - Eric Laurent señalaba que el momento del “orgullo gay” (gay-pride) ha sido superado. Si allí se trataba de una política del reconocimiento de la diferencia vía la reivindicación de la “felicidad homosexual”, hoy se asiste a otro debate, que se desarrolla en torno a lo que algunos críticos han llamado la “nación queer”. Según esta lectura crítica, es una política que aspira al reconocimiento a través de los modos disponibles por el Estado, con una voluntad de asimilar a la norma del buen ciudadano –buen padre, esposo, trabajador, soldado- aquello cuyos valores se han caracterizado por estar en las antípodas. En oposición a este intento de atenuar o abolir la diferencia, la posición de Versani, por ejemplo, es reivindicar la fundamental diferencia de la homosexualidad a partir de una filosofía de lo mismo, en oposición a la filosofía de la diferencia derridiana. Ella permite pensar la diferencia a partir de la imposibilidad de la homosexualidad de ser semejante a si misma.

Este debate llega traducido a estos lares a través de la voz (o mejor, de la escritura) de Mauro Cabral, quien señala que en el concepto de ciudadanía sexual, sostenido tanto por la teoría política feminista como por los movimientos de minorías sexuales, hay un punto de partida incuestionado: la diferencia sexual como matriz constitutiva de sujetos mediante su asimilación en cuerpos sexuados. A su entender, esto deja sin interpelar el hecho de que el cuerpo sexuado mismo es una construcción normativa instituida por instancias socioculturales, y que la diferencia sexual tiene una función prescriptiva respecto a la institución de cuerpos posibles e imposibles, y a la regulación de las tecnologías que intervienen en el tránsito de unos a otros. Se refiere, por supuesto, a su propia condición de nacimiento con un cuerpo intersex - según su definición: un cuerpo que presenta variaciones respecto a los standards culturales de masculinidad y feminidad- y su elección de la transexualidad entendida no como “alguien que es esto y quiere ser esto otro” sino como alguien que habiendo sido asignado al sexo femenino, se ubica entre las muchas posibilidades del género masculino sin que eso signifique ajustarse a ciertos patrones sociales de masculinidad ni transformar su cuerpo en el de un hombre. Semejante posición lo ubica en una región liminar no sólo respecto de la llamada norma heterosexual universalizada, sino también en relación a las teorías de género, cuyos supuestos ontológicos son en su perspectiva problemáticos cuando no opresivos para quienes, como en su caso, se ubican en el espacio transgénero. Dichos supuestos son efectivamente puestos en cuestión desde algunos espacios académicos dentro de los departamentos universitarios norteamericanos dedicados a este tipo de investigaciones. Se trata de la llamada sutura (ontológica y normativa) entre el género y la diferencia sexual bianatómica, que hace del género una construcción social del sexo y una condición predicable sólo de hombres y mujeres. Esto, ironiza Mauro Cabral, “produce un inmediato y persistente efecto óptico: dicha perspectiva sólo “ve” mujeres y hombres”

 

2- La diferencia sexual cuestionada

La diferencia sexo- género comenzó a estallar a partir de un texto de 1990, de Thomas Lacqueur, Making sex: body and gender from de greeks to Freud. Historiador de la ciencia, que adopta una perspectiva constructivista apoyada en la filosofía de Khun, y la tesis Duheim-Quine, Lacqueur plantea en este trabajo la hipótesis de que el sexo biológico no resulta de la observación y la investigación científica que conducirían al descubrimiento de una realidad natural, sino que es una construcción dependiente de factores extracientíficos (culturales, ideológicos, religiosos). Prueba de ello es lo arrojado por su investigación histórica: la existencia de dos modelos de la anatomía sexual en las ciencias: el modelo del sexo único, que toma como paradigma el masculino constituyendo la mujer una modificación o una versión inferior (la vagina es un pene invertido hacia el interior y el útero un escroto interno); y el modelo de dos sexos opuestos e inconmensurables, que es el contemporáneo.

Tamaña formulación desencadena nuevas discusiones orientadas a obtener la tan mentada “teoría radical de la sexualidad” propuesta por Gayle Rubin. El género en disputa, de Judith Butler ofrece un paneo exhaustivo de diferentes conceptualizaciones del cuerpo y la diferencia sexual que para mí cobraron interés al encontrar puntos en común con el psicoanálisis pero de los que se extraen consecuencias muy diferentes. Es que las lecturas realizadas en el marco del módulo “Cuerpo adverso- cuerpo cómplice: clínica del cuerpo (femenino)”, que tiene a Graciela Musachi como responsable, me han procurado boyas que demarcan los puntos en que el psicoanálisis es interpelado por otros discursos poniendo a prueba sus conceptos.

Butler parte de la formulación de que el género no es a la cultura lo que el sexo a la naturaleza sino el medio discursivo/cultural mediante el cual el cuerpo sexuado se produce y establece como “prediscursivo”. Pero en la medida en que “discurso” se sitúa a nivel de la significación, en el registro imaginario, hay que ver de qué se trata eso que llama pre-discursivo. Está claro que la pregunta que sobrevuela el texto es cómo el lenguaje instituye un cuerpo.

Una respuesta al problema es poner en cuestión lo que denomina metafísica de la sustancia, la que, impulsada por la idea de que la formulación gramatical de sujeto y predicado refleja una realidad ontológica previa de sustancia y atributo, hace de las categorías lingüísticas –hombre/ mujer, macho/hembra, masculino/femenino- identidades sustanciales definidas a partir de oposiciones binarias. Ella entiende que dichas identidades son apariencias, producidas performativamente por el lenguaje hegemónico, para ocultar la imposibilidad de “ser” de un sexo. Apariencia no implica artificialidad, y no se opone a “real” “auténtico”, sino que toma el lugar de este imposible, consolidándose como natural. Suena al parêtre lacaniano, al que se refirió Germán García en el curso de enero… Sin embargo, en las consecuencias que ella extrae el propio Lacan, así como la “poslacaniana” Luce Irigaray son acusados de formar parte de la producción discursiva que reproduce la matriz binaria, no sustancialista, pero sí subordinada al determinismo de lo Simbólico mediante la Ley paterna que establece el dominio del Falo -“moralidad de esclavo” ideológicamente sospechosa, es como califica la teoría lacaniana, aún cuando lee esta regulación del falo en la relación entre los sexos en su dimensión de comedia-.

 

3- El lenguaje de la falta

Hay que señalar que la concepción del lenguaje que ella sostiene está referida a lo que llama “las prácticas significantes” que establecen y regulan identificaciones y cuerpos, tomando como referencia el estudio de los enunciados performativos de Jhon Austin. Decir es hacer, describir es prescribir… y ya conocemos el final de la historia: la propuesta política de hacer de las superficies de los cuerpos el sitio de actuaciones de género disonantes que revelen el carácter performativo de lo natural, o lo real del sexo, para permitir la proliferación de otros “estilos de la carne”.

Considerando que el Lacan que ella está leyendo es el de “La significación del falo”, la crítica se centra en la cuestión del falo, y la distribución de los sexos a partir del par amenaza-privación. Sin embargo, como indicaba Miller en el curso “De la naturaleza de los semblantes”, este texto es una respuesta y una solución a las aporías freudianas de la primacía del falo para ambos sexos largamente debatidas dentro del campo mismo del psicoanálisis, principalmente desde las posiciones feministas. Aporía que encuentra su máxima expresión en Análisis terminable e interminable, al ubicar en el final del análisis un elemento de infinitud: la desautorización de la feminidad como un hecho biológico que es parte del “gran enigma de la sexualidad”. Hacer del falo un significante es un modo de darle la razón a Freud acentuando la castración como un hecho de estructura para todo ser hablante y marcando que la asunción del sexo, en el sentido de lo que hace ser, está sostenida de una sustracción, un menos que afecta al sujeto, cualquiera sea su sexo anatómico. Es decir que si el falo en su carácter imaginario, incluso basado en una experiencia visual, tal como Freud lo señala, se introduce en la experiencia subjetiva como preeminente, es porque puede faltar. No hay que olvidar que esa dimensión de la falta resulta en ese momento para Lacan de la relación del significante al significado, la “pasión del significante” que hace del hombre su materia, tejida por sus efectos en lo significable, “no es de la relación del hombre con el lenguaje en cuanto fenómeno social de lo que se trata…”, con el lenguaje hegemónico, agregaría, sino con el Otro “en cuanto que es él mismo sujeto dividido de la Spaltung significante”. Es verdad que de aquí resulta una relación entre los sexos en términos de comedia, en que el falo adquiere un valor de semblante, un “parecer que se sustituye al tener”. Y en ese punto los casos de intersexualidad y transexualismo enseñan a distinguir la subjetivación del sexo en términos de semblante de lo real de ese “enigma biológico”, donde la diferencia sexual lleva la marca de lo urverdrangt.

4- La carne y el cuerpo del goce

¿Qué es la carne, entonces? Un significante, por supuesto. Pero conviene recordar, como lo hace Paul Laurent Assoun, que para Freud nuestro arraigo en la corporeidad (la palabra en alemán, leiblichkeit, incluye el término “carne”) produce una evidencia pre-reflexiva de la diferencia sexual. Assoun destaca un planteo de Freud en una nota inédita: si el origen de Eros es correlativo del advenimiento de lo sexual en términos de desagregación, o sección de dos sustancias m y f, o sea en términos de Tánatos, ¿de dónde provendría la simultaneidad de ambos acontecimientos? La pregunta destaca una correlación: lo viviente es inseparable de lo sexual.

Es precisamente la formulación del Lacan que toma como punto de partida del análisis el goce como propiedad del cuerpo vivo. Un goce que no se alcanza sino “corporeizándolo de manera significante”. El significante no es considerado por sus efectos sobre el significado, o por sus efectos de verdad, sino a partir del efecto de goce a nivel del cuerpo. Miller distingue esta relación que llama corporización, entre el significante y el cuerpo, de la Aufhebung que a nivel de “La significación del falo” supone la anulación de una parte del cuerpo y su elevación a la categoría de lo simbólico.

El valor de dicha distinción reside en que permite captar un orden de causalidad diferente, extraída de la concepción estoica. Esta referencia, comentada en más de una ocasión, fue tomada por Graciela Fabi en el módulo para investigar el concepto de incorpóreo en la filosofía estoica. Sintetizando: lo real es lo corpóreo, es decir todo aquello que puede actuar sobre otro cuerpo o que otro cuerpo puede actuar sobre él. Pero esta relación no es de causa- efecto, sino que la acción de un cuerpo sobre otro produce modificaciones que no son ni realidades, ni sustancias, ni cualidades nuevas, sino atributos en sentido lógico. En el ejemplo del cuchillo que corta la carne, es el predicado “ser cortado”. Este hecho o acontecimiento nuevo que se produce es un incorpóreo, concepto que no corresponde a un ser ni a una propiedad de un ser, sino a lo que se dice del ser. Los incorpóreos, siendo irreales son no obstante condición necesaria de la realidad de lo corpóreo. Se desprende de aquí otro estatuto del significante, que Lacan define una y otra vez en el Seminario Aún, para situarlo finalmente a nivel de la sustancia gozante: es a la vez incorpóreo, de otro orden que el cuerpo, pero afecta al cuerpo, estableciendo una relación perturbada del sujeto con el propio cuerpo.

Es en esta perspectiva que esta relación es articulada como síntoma definido como “acontecimiento del cuerpo”. Eric Laurent, en “Dos aspectos de la torsión entre síntoma e institución”, señala que el síntoma como incorpóreo se inscribe sobre la superficie que es el cuerpo, no el cuerpo imaginario, la “bolsa del cuerpo”, sino aquel donde el acontecimiento produce un efecto de torsión entre interior y exterior a la manera de la banda de Moebius, del que resulta una aplicación a la función del deseo. El síntoma es un efecto sujeto que tiene un pie en el Otro.

Respecto de esta relación perturbada con el propio cuerpo se configuran no dos sexos, sino dos modos de goce que se reparten según lógicas diferentes y no complementarias. Del lado macho, el ser sexuado se establece en relación con el límite que imprime el goce fálico. Goce finito, dentro de los márgenes del Uno que vale para todos, a condición de que exista la excepción. Del otro lado, llamado mujer, el no-todo que cuestiona la unidad y establece una relación más directa del cuerpo al goce Otro, siempre y cuando sea posible ir más allá del límite que conlleva la creencia en el Uno fálico.

 

Para concluir

En términos de Oscar Masotta, si la indagación freudiana sobre la sexualidad abrió un nuevo campo fue por situar algo hasta entonces no reconocido: que no hay saber unido al sexo. Por otra parte, dicho sea de paso, Freud fue empujado al campo sexual por la clínica, al toparse con él en el camino del síntoma, que incluye tanto la represión de ese agujero en el saber como la respuesta que cada sujeto produce. Es decir que no hay en el psicoanálisis una teoría de la sexualidad de la que se desprenda una política, sino una política del síntoma de la que se desprende una teoría de la sexuación como operación secundaria al real de la diferencia sexual.

De allí que, como afirma Eric Laurent en el texto mencionado, por su concepción del goce el psicoanálisis interroga el relativismo posmoderno basado en los derechos del hombre como individuo, que empuja a una comunitarización del síntoma por la vía de la identificación con su goce. Uno por uno implica en este caso aislar en la contingencia del acontecimiento del cuerpo el modo de goce que en cada uno escribe su singularidad, tal vez para situarse en ese lugar público no comunitario que Laurent insta a los psicoanalistas a construir.

Laurent cita particularmente a Leo Versani, profesor de Berkeley y del Colegio de Francia.

Germán García ha comentado esta observación en varias oportunidades en su curso anual.

Mauro Cabral es Licenciado en Historia y Doctorado en Filosofía de la Universidad de Córdoba, entrecruza el activismo político en diferentes grupos -entre ellos el GLTTBI, sigla que dio título a un trabajo de Graciela Musachi sobre las políticas de la identificación-, y la actividad académica. En su tesis de doctorado se ocupa precisamente de la diferencia sexual como ideal regulador que se impone a las personas trans.

Con este término designa un conjunto de discursos, prácticas, y en general modos de vida que tienen en común una concepción a la vez materialista y contingente del cuerpo, la identidad, el género y la sexualidad, y un rechazo a la diferencia sexual como matriz natural y necesaria.

Clase del 10/01/08. El término, que resulta de la puesta entre paréntesis de la l de par(l)être, se refiere al hecho de que hablar hace aparecer algo, y el modo en que esa apariencia se presenta es el ser mismo, no hay sustancia del ser.

“para lo psíquico lo biológico desempeña el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad”

En Lecciones psicoanalíticas sobre masculino y femenino (2005)

Clase 2 del Seminario Aún

En Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo.

En una de las conferencias dictadas en Vigo en 1976.

 

 

 
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