LA ORIENTACIÓN LACANIANA
JORNADA DE APERTURA 2011 DEL CENTRO DESCARTES
EQUIPO TEMÁTICO DE BUDISMO ZEN Y PSICOANÁLISIS
por Alicia Marta Dellepiane
Me propongo hoy mostrarles una parte del recorrido que realizamos a partir de la lectura del seminario 10, que nos llevó a informarnos acerca de algunas cuestiones que atañen a las religiones judaica, cristiana y budista, para pensar las diferencias con nuestra práctica.
En el capítulo “Los párpados del Buda”, Lacan cita de La Biblia unos parágrafos de Jeremías que, según dice, ha traído mucha dificultad para su traducción. La frase en cuestión es: Castigaré a todo circunciso en su prepucio. Como el término queda paradójico, los traductores dieron vuelta a la fórmula que quedó como: Obraré con severidad contra todo circunciso al modo del incircunciso.
Aclara que se trata de la relación permanente con un objeto perdido en cuanto tal y que este objeto a, en tanto que cortado, presentifica una relación esencial con la separación en cuanto tal.
Siendo éste el sentido que la circuncisión puede tener para el psicoanálisis nos pareció interesante indagar, a partir de la entrevista que tuvo la atención de brindarnos el rabino Gabriel Setton, qué función tiene esta práctica para la religión judía.
La entrevista se realizó el 12 de octubre y nos aclaró que esa era la semana de la circuncisión. Es un precepto que se realiza desde antes de recibir la Ley de Moisés.
Como aparece en el capítulo 17 del Génesis, Dios se presenta frente a Abram, que cuenta ya 99 años y le impone un pacto para que sea perfecto y toda su raza se multiplique, siendo “padre de muchedumbre de gente”. Para esto cambiará su nombre: Abram pasará a llamarse Abraham. Le anuncia que tendrá un hijo de su mujer, de 80 años, que de Sarai pasará a llamarse Sara y será “madre de naciones”. Después de recibir la Torá se debe cortar el prepucio y lo mismo deben hacer con todos los varones de su simiente y de todas las generaciones que le sigan, y todos los que pertenezcan a su casa, siervos nacidos en ella o comprados.
La circuncisión debe hacerse a varones, a los 8 días de nacidos. Hay normas muy precisas para hacerlo. Esto le permite al varón un contacto más directo con Dios. Esto pasa de ser una profecía divina, en sueños, a ser un pacto concreto. El pacto implica asumir todos los preceptos, que se van implicando unos a otros: 1º ser circuncidado; 2º asumir todos los preceptos; 3º la señal de pertenecer al pueblo judío.
Actualmente se realiza siempre, salvo que haya alguna contraindicación médica o impedimento físico.
Se supone que el prepucio obstaculiza el vínculo con Dios. Al quitar el prepucio se evita el materialismo excesivo.
De manera simbólica se quita el “prepucio del corazón” que representa la avidez por el materialismo y así se está más cerca de lo espiritual.
Se considera que, en forma natural, la mujer está más cerca de Dios y es más espiritual que el hombre. La mujer puede prescindir de lo sexual más que el hombre.
Entonces, la función de la circuncisión es aminorar la avidez sexual y toda ambición desmedida. Los gentiles que quieran incorporarse a la familia judía deberán circuncidarse.
La Kabala dice que el lugar del pacto es el centro del cuerpo porque es un lugar sagrado. Por lo tanto, derrochar semen es profanar el lugar del pacto. Las relaciones sexuales sólo deben ser dentro del matrimonio y las más virtuosas son las que hacen a la procreación. Está prohibido el profiláctico porque no hay contacto directo con el otro. También la masturbación porque no hay contacto con otra persona. Sí está permitido el uso del diafragma.
Se puede ser “incircunciso de corazón” si se está muy ligado a lo material, ese sería un blasfemo.
Los cristianos, a partir de la propuesta de Pablo de Tarso, hicieron abandono de la circuncisión, en contra de los judeocristianos. Sin embargo en un país como Filipinas, con una gran mayoría católica, se presenta una tasa de circuncisión del 100%.
En el Islam la circuncisión es practicada por la mayoría de los musulmanes, aunque su práctica procede de la tradición y no se menciona en el Corán. Es una tradición de origen bíblico que ya se practicaba en tiempos preislámicos.
Entonces ¿qué es lo que está en juego en este ritual? La separación esencial respecto de una cierta parte del cuerpo, que se convierte en simbólica de una relación fundamental con el cuerpo, para el sujeto en adelante alienado.
Se trata de la angustia y su relación con el deseo. El deseo es el fondo esencial de todo esto. Se puede decir que más acá del deseo están el goce y la angustia.
De aquí en más tratará de mostrarnos cómo se forma el objeto a, llamado el objeto de los objetos.
Para esto contrapondrá dos términos casi homofónicos: objetividad y objetalidad.
Hay un cuadro muy claro que sintetiza este recorrido, de JAM, en La angustia lacaniana:
El objeto parcial que aparece engañosamente como el objeto – al que se apunta termina siendo el objeto – causa. Del falo Φ fascinante se pasa al objeto a como desecho. Todos estos objetos parciales: oral, anal, fálico, a los que Lacan agrega la voz y la mirada pasan a ser de objetos fascinantes a ser objetos que angustian porque son el desecho, que el sujeto ubica en el campo del Otro mediante el fantasma, cuando, en realidad, son constitutivos de él.
Dice Lacan “la parte de nosotros que está atrapada en la máquina y que es irrecuperable por siempre jamás.”
El fin del deseo es un falso fin, una equivocación, el objeto al que se apunta es un señuelo. El deseo no es una verdad sino una ilusión.
Así diferencia el objeto – causa como condición del deseo, del objeto- al que se apunta como intención del deseo.
Es en el seminario 20 cuando abandona esta construcción del objeto a y dice que “todo esto no es más que semblante”. El objeto a es lo no especularizable, que no es captado por las leyes normales del campo visual, exterior al Otro y sin embargo incluido en el Otro, pero diferente al significante.
Lacan había vuelto de Japón poco tiempo antes de dictar el seminario de La Angustia y toma del budismo esta aserción del deseo como ilusión, que le sirve para deducir allí la dirección de la cura apuntando al objeto – causa como blanco de la interpretación.
Quiere rescatar de las prácticas budistas y en particular las del Zen una verdad búdica que es el sentido del no dualismo: si hay un objeto de tu deseo, no es más que tu mismo.
La experiencia búdica tiende a establecerse, para aquel que la vive, como una referencia eminente a la función del espejo. Pero no al espejo narcisista de constitución del yo sino al espejo sin superficie donde no se refleja nada. Así lo más yo mismo que hay en mí está en el exterior, no tanto porque yo lo haya proyectado sino porque ha sido separado de mí.
El ojo refleja aquello que en el ojo es reflejo. En cuanto hay el ojo y un espejo se produce un despliegue infinito de imágenes entre – reflejadas.
En los ojos con los párpados semicerrados, con que se representan todas las estatuas del Buda, aparece, creo, esta dimensión de búsqueda concerniente a cada uno, ya que esa mirada no mira más que a medias.
Miller, J. – A.: La angustia lacaniana, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 87.
Lacan, J.: El Semanario X “Laangustia”, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 233. |