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Módulo Trauma y Adicción
Jornada 17-3-12

Adicciones: sobre el límite de la práctica

Félix Chiaramonte

Responsable del Módulo: Adriana Testa.
Coordinador: Félix Chiaramonte.
Integrantes: Esmeralda Miras, Silvia Quevedo, Carlos Luchina, Aurora Lairison.

La pregunta ¿qué suplen las drogas?, (que orientó el último trabajo del Módulo presentado en la Jornada del Centro Descartes 2011) apunta por lo menos a dos cuestiones cuya respuesta no puede pasarse por alto:  
  
1. La variabilidad de sustancias y de sus usos (la red de significaciones imaginario-simbólicas), es decir los usos heterogéneos de productos múltiples. 
  
2. El relato al que dan lugar las drogas. 

La operatoria del farmakon tanto en las llamadas adicciones o toxicomanías como en los consumos abusivos configura un modo de protección , de autoconservación frente a acontecimientos o pensamientos amenazadores que suscitan una suerte de devastación psíquica mayor antes que la búsqueda de un placer o satisfacción extraordinaria.

En ese trabajo se situaron estos interrogantes en el recorrido de lectura de la entrevista “Particularidades del uso de drogas en las psicosis”1 realizada por Mario Sánchez a Jean-Claude Maleval, en el  texto de Sylvie Le Poulichet « Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo “, en la referencia de Jacques Lacan en el Seminario inédito Nº 21 “Les non- dupes- errent “o” Les Noms du Père” y en el Seminario III “Las psicosis”.

¿En qué discurso se inscribe ese relato? es la pregunta que conduce al problema de la inscripción del sujeto en el campo del Otro, es decir al problema de la  identificación o de los modos de identificaciones que hacen posible el vínculo social, tal como Jacques Lacan lo plantea en Aun, Seminario 20. 
En relación a este punto es de interés seguir la lectura  que Emilio Vaschetto indica sobre la identificación comunitarizante en el apartado: "El toxicómano errante" de su libro Los descarriados. Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro (Grama. Bs.As., 2010). 
  
Por otra parte, hemos tomado el texto "Psicoanálisis y sociedad", de Jacques-Alain Miller, en donde puntualiza: “Para Lacan, el lazo social es una relación de dominación (…) la articulación de dos lugares. Él considera que la sociedad está fragmentada en diversos lazos sociales.”
Es esclarecedor ubicar que “El lazo social quiere decir que el sujeto no está solo con su ello, su yo y su superyó, que la verdad de la vida psíquica no es el solipsismo, que el sujeto no es autista, que está siempre el campo del Otro, e incluso que el campo del Otro precede al sujeto, el sujeto nace en el campo del Otro. Pero el lazo social no equivale a la sociedad”

Estas lecturas han tenido el objetivo de proponer un enlace con lo trabajado el año anterior acerca del lugar de las suplencias o compensaciones, respecto del consumo de drogas.
Teniendo en cuenta los límites de la práctica toxicómana así como el de la práctica analítica, hemos intentado conectar las apreciaciones teóricas con la práctica dentro y fuera de los dispositivos institucionales para atención de las adicciones.

Asimismo, el análisis de los distintos tipos de identificaciones, a un rasgo,  a las “comunidades de vida”, o la opción errante propiamente dicha, nos permite pensar en los tipos de lazos que existen en las salidas posibles de una adicción, ya sea como respuestas del sujeto o como intervenciones desde el Otro social. El pasaje a la angustia y a un síntoma es una vía de salida, diferente que trataremos en particular.

Precisamente el subtítulo de este módulo: ‘sobre el límite de la práctica’ pone en cuestión dos prácticas disyuntas: la del consumo de drogas y alcoholes, situadas como prácticas de goce, por un lado, y por otro, la del psicoanálisis en relación a la clínica.
     
La particularidad de ciertas adicciones pone a prueba el límite de ambas  prácticas. ¿Desde la praxis del psicoanálisis, qué salidas posibles podemos plantear respecto a los tratamientos narcóticos del cuerpo, en particular cuando se trata del intercruce entre psicosis y  consumo de drogas? 

La operación del farmakon, ese remedio que puede trocarse en veneno, ese dispositivo de autoconservación paradójica donde alguien se pierde para conservarse ¿qué función de compensación cumple en las psicosis? ¿Estabiliza, es una suplencia, se trata de una función compensatoria imaginaria, de una función de compensación real? ¿Qué anuda en la vida de alguien?

De la relectura del conjunto de los textos mencionados podemos apreciar que, sería pertinente considerar el estatuto de la función compensatoria imaginaria y de la función económica del producto enmarcados en la hipótesis de una suerte de automedicación.

Límites en las modalidades, prácticas de goce, comunidades de vida.
Una respuesta singular que habita en el decir de un sujeto implica que hay alguien sumido en una modalidad particular de goce.
Esas prácticas que pueden desbordar a un individuo paradójicamente lo ubican en un mapa de los descarriados.
Esos que no llevan un ancla para situarse con un síntoma respecto de su sufrimiento psíquico, aparecen en el panorama social como los funámbulos de los que habla Alain Ehrenberg, con prácticas y usos heterogéneos de distintas sustancias, drogas y alcoholes. Esos montajes que se dan sobre el propio cuerpo para diseñarlo de un nuevo modo, evitan la angustia, suprimen la memoria, anestesian el dolor.
Habrá que ver la discordancia, caso por caso, de lo que prescribe la ilusión de la sociedad en aquellos lazos que se dan de mil maneras pero que al mismo tiempo remiten al lazo de dominio, el cual desde una adicción se rechaza.
Alexandre Stevens dice en La errancia del toxicómano: “La sociedad, el Estado, la seguridad social piden a nuestras instituciones reglamentaciones para estos sujetos mal inscriptos en el campo social. Sujetos sin protección, más propensos al pasaje al acto, -conductas que también llamamos de riesgo- que, a un discurso del semblante. Uno de los Seminarios de Lacan, Les non-dupes-errent, ubica bajo este juego de palabras a quienes no aceptan estar tomados por el significante o por el discurso. Errantes entonces que no encuentran inscripción.
No debemos equivocarnos, esta errancia se debe menos a las condiciones sociales que a las subjetivas. Ciertamente las condiciones sociales aumentan la posibilidad de la errancia subjetiva. En un mundo liberal, de mercados comunes, que produce segregaciones y exclusión, los más excluidos tienen mayores dificultades.”
“Se dirigen pues a nuestra institución cuando la errancia se agrava, porque se separan de sus lugares sociales. Buscan como mínimo a la institución de asilo que le permita la detención de una cosa que desborda.”

Saber hacer en una institución desde el psicoanálisis implica usar la institución para un fin singular, el de cada uno que se atiende, que no necesariamente va en el sentido de la adaptación buscada por los parámetros del amo de turno.
Esas líneas de atención institucionales muestran que la adaptación buscada está en relación a los cambios pendulares de las políticas públicas. Hoy en 2012 en la Argentina la asistencia a las adicciones, por ejemplo en los adolescentes, está enmarcada en leyes de protección a los derechos de la niñez (26061), en la ley de salud mental (26657), las cuales suponen la plena satisfacción de los derechos del paciente y la restitución de todos los derechos de los niños. En los años 90 eso se dejaba en manos de un supuesto mercado virtuoso, sin abandonar la idea de una satisfacción plena.
Con Sigmund Freud sabemos que el Malestar en la Cultura está definido por las fuentes de insatisfacción y que los quitapenas son un recurso para enfrentar el dolor de una manera fallida. Y podemos agregar, como recuerda Adriana Testa en una clase de 2008, que desde 1897, Freud enseña que el agente no es la droga, sino esa satisfacción que viene a suplir la adicción, y que el montaje de la adicción no es una estructura en sí misma.

Límites de la práctica analítica
Si hablamos del límite en la práctica es porque se trata de interrogar si el psicoanálisis es posible para quien no acude dividido por su síntoma, sino arrastrado a una práctica monótona, repetitiva, que no coincide con el rendimiento ni con el placer ni con la experimentación. Más bien se trata de una anulación subjetiva de la experiencia.
Y es en el fracaso de esa solución tóxica en donde la experiencia de las palabras tiene una chance de cambiar aquella por un relato que posibilite otra cosa.

Las salidas de la errancia subjetiva, según Stevens, por un lado podría ser la identificación a un rasgo personal, algo que le permita construir un síntoma, que conlleve un modo de vida, una forma de ser y al mismo tiempo brindarle una regla para la realidad; por otra parte tenemos una identificación comunitarizante que inscribe al sujeto en un conjunto donde la subjetividad se diluye.
Desde un punto de vista social o inclusive institucional puede entenderse a lo comunitario, como lo que permite un lugar a los que no tienen lugar, y que para la clínica analítica se verifica en los casos de psicosis que sin esas comunidades de vida no tendrían dónde anclar. Pero al mismo tiempo, con esa comunidad cerrada de goce, hay efectos destructivos sobre el deseo que anulan a aquellos que se ahogan con un Otro que se pretende completo y dador de todos los significados.

Desde la clínica, menciona Vaschetto que las soluciones, tanto en la neurosis como en la psicosis, tienen que ver con ubicar la pareja de un significante amo, con un fragmento de real, con un resto pulsional, con algo ligado al cuerpo. Esa otra lógica implica el anudamiento de tres registros, Real, Simbólico, Imaginario, sin prevalencia de ninguno.
Es muy operativa en un sentido, ya que en el caso de una psicosis puede trabajarse la alternativa a la espera de la construcción de un delirio, con el abrochamiento de un significante al cuerpo.

Jacques Lacan en el Seminario de La Angustia dice: “…nada es más vacilante, en el campo en que nos encontramos, que el concepto de curación”. Es allí donde retomamos la cuestión del límite en la práctica analítica y se abre la interrogación sobre la misma.
Encontramos también en El texto drogado, de Alberto Castoldi, que el relato al que da lugar la droga es comparable al relato que da lugar un sueño. Es eso que, como decíamos antes, posibilitará otro decir en tanto que el relato del sueño es un vector de la palabra.
Ubicar dónde fracasa la solución toxicómana para salir del rechazo al inconsciente es la tarea analítica.
Una interesante oposición se abre con lo que señala Germán García, en Psicoanálisis, política y verdad: “Analizar o condicionar”, “Ahora se trata de encontrar una regulación acorde a las necesidades de manipulación social de una población signada por la palabra felicidad y acosada por los accidentes externos y la posibilidad de falta de rendimiento sexual y social. La adicción y la inhibición delimitan el sendero estrecho por donde camina esta población bien integrada (…) en los dos casos se trata de una falta de adecuación entre estímulo y respuesta. Las TCC ofrecen técnicas para volver a la adaptación perdida (…) El psicoanálisis introduce entre el estímulo y la respuesta algo diferente, que podríamos llamar sinthome (la pulsión, el deseo, el goce).”


 
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