Melancolía, entre lo cultural y lo psicopatológico
Por Diego Costa
Durante el 2012 tuve el privilegio de participar en el equipo temático “Melancolía: la transformación del pathos”, coordinado por Miriam Soae, donde hemos leído y discutido textos interesantísimos y, sobre todo, muy variados. Y de esta disparidad en la temática y en las fuentes ya podemos arriesgar una primera y rápida conclusión: No es posible ni deseable reducir el concepto de melancolía a una categoría nosológica, ni desde la psiquiatría, ni tampoco desde el psicoanálisis.
En esta línea se orientaron nuestras lecturas del año pasado, lecturas que pasaron por ensayos de Roger Bartra, por textos de Kant, de Fernando Colina, de Harold Bloom, con referencias a Starobinski, Burton, Cicerón, entre otros; todos autores que parten desde un óptica no psicopatológica, sino más bien histórico-cultural. Por otro lado también hemos invitado a Emilio Vaschetto, y comentamos el libro compilado por él, Depresiones y psicoanálisis, libro que despertó una interesante línea de discusión, esto ya dentro de lo que incumbe al psicoanálisis. Y en tercer lugar, algunos de ustedes recordarán, casi a fin de año se organizó una mesa abierta, de corte fuertemente psiquiátrico.
Pero, a mi modo de ver, el acento estuvo puesto en lo primero: no en lo psicoanalítico ni en lo psicopatológico, sino en la enorme y rica herencia cultural que carga la palabra “melancolía”.
Los distintos estudios culturales muestran de qué manera cada época ha absorbido las variadas manifestaciones de la melancolía en su sentido más amplio. Como bien dijo Emilio Vaschetto, nuestra época es la época de las “depresiones”, término cuyas resonancias apuntan no a ningún tipo de tristeza o angustia existencial, tampoco a esos estados de profunda inhibición y rigidez que los psiquiatras clásicos llamaban melancolía delirante, sino las modernas y pobrísimas visiones de la medicina más mercantilizada.
Es decir, y para empezar, si quisiéramos apropiarnos de la palabra melancolía, y empezar a acotar un poco su polisemia, tendríamos que aclarar que esta suele ser reducida a por lo menos tres niveles distintos:
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A una enfermedad biológica causada por un déficit químico
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A una categoría psicopatológica (cuya inclusión en la psicosis es discutida)
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A una experiencia universal esencial al ser humano
Pensamos que el uso del término “depresión” favorece el énfasis en la primera de estas reducciones, la reducción a un déficit químico, idea sustentada en la supuesta independencia del afecto del pensamiento. En cambio, el uso de la palabra melancolía mantiene viva la herencia cultural de esa otra experiencia tan visitada por los poetas del Romanticismo, cuyas múltiples redes semánticas se encuentran ya desde la Antigüedad griega, la medicina hipocrático-galénica, y en diversos y múltiples rincones de la cultura, y no puede inscribirse totalmente en ninguna de las tres reducciones que acabo de nombrar.
Ahora, el psicoanálisis, ¿qué puede tomar de estas tradiciones? Creemos que es un tema a debatir e investigar. Porque, desde esta práctica, que crea sus propias reglas y su propia lógica, por más que intente ceñirse a esa lógica destinada a orientar el tratamiento de las distintas manifestaciones de la tristeza, el dolor moral, o la melancolía propiamente psicótica, lo cierto es que el campo semántico de la palabra melancolía sobrepasa al campo del psicoanálisis.
Aunque es muy interesante, no me voy a explayar sobre la historia de la melancolía. Pero sí voy a marcar un solo episodio, que encontrarán en cualquier reseña histórica. Y este episodio es clave porque de alguna manera divide las aguas y trata sobre un punto de discusión central:
Esquirol, discípulo de Pinel, la figura más importante del alienismo francés de la época, escribe en 1819:
“La palabra melancolía, empleada en el lenguaje vulgar para expresar el estado habitual de tristeza de algunos individuos, debe dejarse a los moralistas y a los poetas, quienes, en sus expresiones, no están obligados a tanto rigor como los médicos… ”. Esquirol, E., “Dictionnaire des sciencies médicales”
Propone entonces, como término más preciso, y ajeno a cualquier resonancia filosófica o literaria, la palabra “lipemanía”. Pero no la pudo imponer. Los alienistas se olvidaron rápidamente de la lipemanía esquiroleana y volvieron a la tradicional melancolía. La noción más “científica” y aséptica “lipemanía” no prosperó, y la melancolía siguió siendo dueña de su uso corriente y poco “técnico”.
Ahora, ¿por qué la palabra melancolía, a pesar de su polisemia, insiste en sobrevivir? Varias han sido las respuestas posibles.
Roger Bartra señala que la teoría humoral hipocrática “permaneció esencialmente inmutable durante más de dos milenios”, y durante ese período “permitió la comunicación entre médicos griegos, latinos, persas, germanos, italianos, franceses, españoles e ingleses, independientemente de las enormes distancias temporales, religiosas y culturales que los separaban”. Por otro lado, siguiendo a Starobinski, postula que la subsistencia de la melancolía se debe al inmenso poder metafórico de la teoría humoral, la que operó, en palabras del Bartra, como un “sofisticado aparato de traducción”. Dice Bartra:
“(…) el modelo de la melancolía, junto con la teoría humoral que lo sustenta (…) fue un conjunto estructurado de reglas y conceptos que explicaba los fenómenos morbosos y permitía una amplia comunicación entre aquellos interesados en el funcionamiento del cuerpo humano.” Bartra, R., “Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro”
Pero, sin quedarse en una postura ingenua, agregará que detrás de esa supuesta comunicación hay una incomprensión esencial que, paradójicamente, impulsa la comunicación entre los hombres, y no esconde ningún dato esencial acerca de la melancolía, pero sirve a los fines de asegurar la supervivencia (y acá Bartra se posiciona en una especie de estructuralismo evolucionista), de manera autónoma y por medio del mecanismo de selección natural darwiniana, de una “estructura simbólica que tiene las características de un mito”, y que se mantiene al margen del sentido que le pueda dar un sujeto.
De esta manera Bartra se acercaría desde cierto ángulo a lo que postula Starobinski, a saber, que la misma palabra, melancolía, a través de la historia ha ido designando fenómenos diversos, con un fuerte poder simbólico que, para Starobinski, gira en torno a la imagen negra.
Otra postura que busca explicar la supervivencia de la melancolía, más simple, es que la melancolía representa un malestar –o una locura- en el que todos nos podemos reconocer. En efecto, como señala Fernando Colina, el concepto melancolía, a diferencia del término depresión, lleva consigo una serie de duplicidades; por un lado designa una afección en sentido médico y al mismo tiempo una “expresión del alma en su naturaleza profunda”.
Esta también es la postura que sostiene Gladis Swain, quien observa que además, de todas las nociones psiquiátricas mayores, la melancolía es la única que podemos encontrar inmediatamente en el lenguaje corriente, y que, a diferencia de nociones como paranoia, esquizofrenia o manía, habría una zona común de sentido “entre la melancolía que tanto gusta al poeta, la melancolía de las hojas muertas y la melancolía caracterizada por ese estado de abatimiento patológico del que se ocupan los psiquiatras”. Así, Gladis Swain señala que esto evidencia un fenómeno importante, y es que la psicopatología no puede ni podrá aislarse nunca del mundo corriente ni del lenguaje ordinario. De esta manera dirá que la palabra melancolía sirve a la función de indicar una “continuidad entre una inclinación banal del alma y su exasperación loca”, y considera este hecho como heredero de la milenaria teoría de los humores, que establece una continuidad entre la complexión general de los seres (todos tendríamos bilis negra) y su distancia enfermiza (el desequilibrio o la corrupción en que puede caer la bilis negra).
Por otro lado, Fernando Colina, en diversos trabajos (de gran valor literario), se ha explayado sobre la melancolía como prototipo universal del dolor, sobre lo que él llama “esa melancolía esencial al sujeto deseante”. A modo de ejemplo les leo este bellísimo pasaje de su libro Melancolía y paranoia:
“El síntoma universal, el síntoma por excelencia del gran círculo melancólico, es la tristeza, como la desconfianza lo es en el eje de la paranoia. El origen de esa tristeza, irremediable y natural, no es otro que la propia condición del deseo. La tristeza es el eco del deseo, su llanto, su sollozo. Todo deseo concluye en placer pero también en insatisfacción y pérdida. Sin el lastre de la tristeza el barco queda mal estibado y se escora con facilidad. Observada desde ese ángulo, la tristeza puede entenderse como la respiración del deseo, la expiración e inspiración con que se alternan el placer y el dolor. El melancólico, siguiendo este razonamiento, tanto puede representar al hombre fracasado en el deseo como a su héroe y vencedor más audaz.” Fernando Colina, “Melancolía y paranoia”
Una virtud y un pecado
Para terminar, de las diversas ambivalencias que el concepto de melancolía ha cargado a lo largo de su historia, elegimos subrayar una: la dualidad que gira en torno a su valoración moral. De esta dualidad podemos extraer un esquema bipartito, poniendo de un lado a las distintas tradiciones que incluyen la valoración de la melancolía como una virtud (las vertientes de tinte romanticista) y del otro lado a aquellas que la consideran una falla moral.
Las primeras, las que valoran el aspecto virtuoso de la melancolía, se centran en la capacidad creativa de las personalidades melancólicas, acentuando los aspectos más “nobles” del melancólico, y permitiendo la posibilidad de que exista una paradójica satisfacción en la tristeza. El primer registro de esta tradición en la cultura occidental es el célebre pasaje de los Problemata aristotélicos:
“¿Por qué todos aquellos que han sido eminentes en la filosofía, en la política, la poesía o las artes son claramente temperamentos melancólicos, y algunos de ellos hasta tal punto que llegaron a padecer enfermedades producidas por la bilis negra?”. Problemata XXX
Es esta la tradición en la que se entronca el Romanticismo del siglo XIX, como también los escritos tempranos de Kant, que Bartra analiza en su libro El duelo de los ángeles. En este ensayo Bartra concluye que lo que el joven Kant sospechaba era que detrás de su tendencia a filosofar se escondía una “enfermedad de la cabeza” similar a la de los locos y los melancólicos. Así también, acerca del texto Lo bello y lo sublime, Bartra observa que el tratamiento que hace Kant sobre la relación entre el sentimiento melancólico y la predisposición a lo sublime no es tanto desde una perspectiva estética, sino más bien desde una perspectiva moral;
“La genuina virtud, según principios, encierra en sí algo que parece coincidir con el temperamento melancólico en un sentido atenuado.” Kant E., “Lo bello y lo sublime”
Y en el lado opuesto, decíamos, ubicamos aquellas tradiciones de mayor carga religiosa y moral, que enfatizan el aspecto subjetivo del melancólico que decide, por voluntad propia, no hacerse cargo de sus obligaciones éticas o religiosas. En esta línea podemos incluir las tan citadas referencias de Lacan a Dante y Spinoza en relación a la tristeza, de su artículo “Televisión”. Se puede considerar a esta segunda dimensión como heredera de la filosofía estoica, como también de la medicalización de las pasiones, y de la escolástica. Dice Cicerón, -en Disputaciones Tusculanas- luego de describir la división del alma en dos partes, una comandada por la razón y la otra por el temeritatem (irreflexión, instinto):
“Si esa parte del alma –la irreflexiva-, se comporta del modo más vergonzoso, si se abandona a lamentos y lágrimas como hacen las mujeres, hay que atarla y encadenarla a la custodia estricta de amigos y familiares (...) A este tipo de personas, como si de esclavos se tratase, habrá casi que encadenarlas y encerrarlas en prisión, mientras que a quienes son más resistentes, aunque no sean fortísimos, les bastará con una advertencia para conservar su dignidad, como a los buenos soldados a quienes se los llama al orden.” Cicerón, “Disputaciones Tusculanas”
Lo interesante de estas dos visiones es que a lo largo de dos mil quinientos años han podido convivir pacíficamente a pesar de sus aparentes contradicciones, y, en lo que incumbe al psicoanálisis, que podrían orientar sobre las posibilidades de tratamiento de las distintas formas de la melancolía. Muchos de estos autores han señalado, de diversas maneras, cómo el trabajo subjetivo del melancólico, principalmente aquel que lo lleva a especulaciones filosóficas o literarias –o psicoanalíticas- de todo tipo, los mantiene al resguardo de la negrura absoluta de la melancolía: “El delirio lúcido del melancólico, dice Colina, frente a la culpa que es su delirio morboso”.
Por último, es necesario subrayar que la concepción moderna de la depresión excluye todas estas referencias y estas posibles dualidades, rehusándose así a la subjetivación del dolor (como se viene insistiendo desde las visiones más psicoanalíticas), a la vez que avala concepciones en las que el “deprimido” es ajeno a toda responsabilidad en relación a su propia tristeza.
Bibliografía:
- BARTRA, R., Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro, Barcelona, Anagrama, 2001.
- BARTRA, R., El duelo de los ángeles, México, D.F. / Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2005.
- CICERÓN, Disputaciones Tusculanas, Madrid, Gredos, 2007.
- COLINA, F., Escritos psicóticos, Madrid, DOR, 1996.
- COLINA, F., Melancolía y Paranoia, Madrid, Síntesis, 2011.
- CONTI, N. A., Historia de la Depresión. La Melancolía desde la Antigüedad hasta el siglo XIX, Buenos Aires, Polemos, 2007.
- JACKSON, S. W., Historia de la Melancolía y la Depresión. Desde los tiempos hipocráticos a la Época Moderna, Madrid, Turner, 1989.
- STAROBINSKI, J., Historia del tratamiento de la melancolía desde los orígenes hasta 1900, Basilea, Geigy, 1962.
- SWAIN, G., Diálogo con el insensato, AEN, Madrid, 2009.
- LACAN J., Psicoanálisis Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama, 1977
- VASCHETTO, E. (Comp.), “Depresiones y Psicoanálisis” - Insuficiencia, cobardía moral, fatiga, aburrimiento, dolor de existir, Buenos Aires, Grama, 2006.
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