Karen Monsalve
“Un texto, como su nombre lo indica, solo puede tejerse haciendo nudos.
Cuando hacemos nudos, algo queda y cuelga”
J. Lacan- Clase XII- El Seminario. Libro 19
El epígrafe da pie para decir algo sobre la dificultad que se encuentra al leer El atolondradicho, escrito con posterioridad al dictado del Seminario 19, …o peor, alternado con las charlas en Saint Anne, en los años 71-72. El texto resiste al sentido. Está hecho dela misma lógica que Lacan usa en ese momento para tratar de precisar la operación del análisis: el arte de darle vueltas al lenguaje para que algo se recorte y caiga. Está presente desde el título: “L`étourdit” es asemántico, es aparición del inconsciente en su dimensión de sinsentido. Es fónicamente posible: un oyente entiende el sentido de “aturdido” (“corto de entendederas” en nuestra lengua, como ha señalado Germán García en distintas ocasiones), y gráficamente imposible: exige un lector que interprete la t escrita, porque no tiene sentido, no es posible ubicar el sujeto gramatical, ni descifrar la significación de sus componentes -“vueltas”, “dicho”- en un sentido univoco. Se presenta como un enigma que es necesario elucidar en el texto, construido en el movimiento de un dicho al otro en sus vueltas, a través de los trozos de dichos, o mediodichos.
Del lenguaje a la lógica
“Les recuerdo- plantea de entrada- que es con la lógica con lo que este discurso (el del analista) toca lo real, al encontrarlo como imposible”. Desde esta premisa el texto teje los siguientes nudos:
El real en que está interesado tiene como modelo el que permite despejar la matemática, a saber, el número. Para llegar a su concepto, ella no se apoya ni en la verdad (correspondencia) ni en la relación de significación (querer decir). Para Lacan la práctica del psicoanálisis procede por el mismo despojamiento del sentido. Solo que el real que queda cercado así remite a lo imposible, que tiene diferentes formas lógicas por las que transitan los dichos de un analizante: lo inconsistente, lo incompleto, lo indemostrable, lo indecidible
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La lógica de que se sirve es un invento (lo dice en el Seminario). Toma los prosdiorismos aristotélicos – son proposiciones que utilizan los cuantificadores todos, uno algún, ningún, para afirmar o negar predicados, dando las universales y particulares afirmativas o negativas, y sus diferentes relaciones- y los transforma sirviéndose del modelo lógico surgido en el siglo XIX (Frege, Cantor, Rusell), que se proponía una indagación lógica de la matemática. Para ello procede por el análisis funcional, que consiste en dejar un lugar vacío que será ocupado por elementos que cobran valor a partir de allí. Los cuantificadores se transforman en cuantores (para desechar que se trata de la cantidad), y son afectados de otro modo por las operaciones lógicas de conjunción, disyunción, negación e implicación. Así, a la definición clásica de la lógica: “el arte de conducir adecuadamente un pensamiento”, opone una propia: “es lo que se produce por la necesidad de un discurso”
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La consecuencia es el aislamiento de un decir por fuera del hábitat de los dichos que se pronuncian, determinante del valor de verdad/falsedad que estos dichos puedan adquirir. Es la torsión que señala en la frase inaugural de El atolondradicho: “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en los que se oye”. El hecho de que su sujeto sea modal: “que se diga” (gramaticalmente subjuntivo), modifica la apariencia de universalidad de la aserción en una primera escucha “el decir queda olvidado tras los dichos”, por la introducción de un momento de existencia exterior, situada por el discurso mismo. De este modo queda la siguiente fórmula “no hay universal que no se afirme por contener una existencia que lo niega”.
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La lógica de los discursos, de este modo, deviene lo principal, en la medida en que fija los lugares que sitian este decir. El lenguaje del inconsciente se ordena gracias al discurso del analista, último en llegar en la historia (el del amo es el más antiguo, y el que perdurará, señala Lacan). Si el discurso es una práctica de la palabra que instituye relación, lazo social, la ronda que resulta de su estructura tetrádica, produce un desplazamiento de la significancia que hace que cada discurso tome su sentido de los otros. Un sentido que se produce en un devenir, y al mismo tiempo desaparece en la siguiente vuelta para adquirir otro. El del analista los ordena de otro modo al situar los lugares de su enunciación.
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Estos son nombrados ahora así: el semblante (en lugar del agente), la verdad, el goce (en lugar del Otro), y el plus de gozar (en el lugar del producto). Esto implica una concepción del sujeto de la experiencia analítica que incluye lo pulsional - cuyo soporte es el cuerpo- e involucra al sexo. Es que lo novedoso es el lugar del goce en el discurso. Para Lacan ese sujeto, al que define en 1º instancia por ser hablante, se distingue porque para él el acceso al goce tiene como centro una relación privilegiada con el ser sexuado y el valor del partenaire del otro sexo.
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Por lo tanto, su invento le permite anudar decir, castración y Edipo.
La función fálica: todos castrados
Los seres hablantes, por serlo, se creen seres. Pero un ser que para serlo debe pasar por el símbolo (el lenguaje) es un ser sin ser. “El hombre”, “la mujer”, son signos, están en todas las lenguas, es asunto de lenguaje, pero no sabemos qué son.
Esto conduce a un sintagma “no hay relación sexual”. Por el hecho de habitar el lenguaje, esa relación sólo puede ser enunciada.
Dicho esto, Lacan extrae del Edipo freudiano, el valor que adquiere una “pequeña diferencia” en la oposición entre los sexos para ubicar la función de la castración. Más allá de la anécdota de la amenaza de perder el órgano, o el supuesto de que estuvo y fue quitado, la función que le asigna lo eleva al organon (es el conjunto de obras escritas por Aristóteles en las que se funda la lógica aristotélica), o sea un estatuto significante, que organiza la significación a partir de la falta del pene: la Bedeutung del falo, Frege una vez más.
Lo escribe entonces bajo el signo de los cuantores: Φx designa la función fálica, bajo la cual cae todo sujeto hablante: Ax.Φx. Sitúa el lugar vacío del “no hay relación”, donde los seres responden para hacer allí argumento, para precaverse justamente de esa ausencia, a la que también llama au sens (au-sentido).
Pero para que este universal se constituya, siguiendo la lógica de conjuntos, hace falta una existencia que diga no a la función fálica, haciendo de límite al paratodo. Lo escribe Ǝx. ˉΦx. Lo nombra el al menos uno que dice no. Es la función de la excepción que confirma la regla.
El sujeto tiene entonces una doble valencia: como excepción que funda el conjunto de los significantes que constituyen su universo, pero también como elemento dentro del conjunto, representado por el significante que viene al lugar vacío del falo.
¿Pero esto lo especifica sexualmente? Es la pregunta que sigue.
Solo en la discordia se funda la oposición entre los sexos
La respuesta se prefigura en la construcción de las cuatro fórmulas lógicas en torno a esta x de la castración. Trata de responder al problema de cómo emparentar el universal “todos castrados” con la repartición de los seres exigida por el lenguaje, en dos todos de equivalencia opuesta, el hombre, la mujer.
Pueden leerse de diversas maneras, oponiendo el piso de abajo, las universales, al de arriba, las particulares, la columna izquierda a la derecha, y también sus relaciones cruzadas. Eso da diferentes modalidades (necesario, contingente, posible, imposible)
Ǝx. ˉΦx ˉƎx.ˉΦx
Ax.Φx ˉAx. Φx
Las dos fórmulas de la izquierda denotan lo que resulta para el hombre, por ser el designado como portador del órgano (que puede faltarle, esa es la clave). La” todohombria” (neologismo de Lacan que condensa todo hombre y también perjuicio, daño) se constituye porque ex-siste uno que niega el universal y con eso impone un límite al goce. Así, a la vez que posibilita un dominio del goce en su acceso al otro sexo, este dominio es limitado por una servidumbre al falo. Lacan hace un chiste (pesado) para los hombres en el Seminario, juega homofónicamente con la palabra “finitos” en francés, que resuena “acabados”, “arruinados”.
La escritura del lado derecho no es usual en matemáticas. No se niega el “existe uno”, y mucho menos el paratodos se “paranotodea”. Corresponde a la mitad del sujeto que se propone “ser dicho mujer”. Este ser se determina, al no haber suspensión de la función (ˉƎx.ˉΦx), porque todo puede decirse de ella, aún desde la sinrazón. Es por lo que Freud declara que la mujer es pez en el agua por estar castrada de entrada, pero que según Lacan contrasta con el estrago que se encuentra muchas veces en la relación con la madre, de quien se espera el ser de mujer, una forma de la locura femenina que alude a esa falta del límite de la excepción.
La otra fórmula (ˉAx. Φx ) es el invento lacaniano por excelencia: el cuantor no-toda. A diferencia de la particular negativa de Aristóteles, que indicaría que algunas de ellas no están comprendidas en la función fálica,” no-toda” señala que una parte de ellas sí lo está. Por lo tanto, estar bajo semejante signo, no permite asegurar universo alguno del ser de la mujer, y hace que ellas, las mujeres no constituyan un todo, y al mismo tiempo que cada una en si misma tampoco lo sea.
¿Qué es lo que permite colocarlas bajo ese cuantor? Lo que fue revelado por Tiresias, en la versión del mito de Ovidio, motivo por el cual fue cegado. Porque “ambas Venus (caracteres, naturalezas) le eran conocidas” -dice el poema-, merced a un maleficio que lo transformó por un tiempo en mujer, él supo que el goce obtenido por una mujer sobrepasa al que surge del coito para el hombre. No sólo dice eso, agrega una proporción numérica (8 a 1), lo que no es aleatorio en este momento en que Lacan se interesa especialmente en el papel del número para esta delimitación de lo real. Pero es otro tema.
Está claro que entre ambas columnas hay un hiato. En el piso de las universales, no hay asimilación posible entre todos y no-toda. Cada símbolo –hombre, mujer- define una relación distinta con el goce, de un lado necesaria, del otro contingente. Solo hay discordia entre los universales, no hay relación.
¿Entonces? Que se las arreglen como puedan! Dice Lacan, al menos es la posición que conviene sostener al analista, una función que es afín a ese todo fuera de universo que empieza a perfilarse en su enseñanza a partir de la función no-todo, y que escribe S (Ⱥ).
Lacan, el “petitehomme” que ha comprendido
Hay un texto de un analista belga, Christian Fierens, sobre El atolondradicho cuya traducción han emprendido algunas integrantes del módulo y nos ha ayudado en nuestra lectura. Se detiene en el único párrafo entrecomillado del texto, que está presentado de una manera muy enigmática escenificando una enunciación donde no van de suyo el “yo” que habla ni el “tú” al que se dirige. Apoyándose en el párrafo anterior, donde Lacan enuncia su aporte del no-toda a través de una secuencia numérica: 4 de los discursos, 2 de la no-relación entre los sexos, y 3 de la introducción del falo como ordenador, interpreta que es la Esfinge la que habla dirigiéndose a Lacan mismo. Es para evocar el enigma dirigido a Edipo (cuál es el ser que camina en 4 patas a la mañana, en 2 a la tarde, finalmente en 3 a la noche). Es así que Lacan, nuevo Edipo ante la pregunta “qué es el hombre”, es instado por la Esfinge 1º a apelar a Antígona, quien le ayudará a anudar la cuestión del significante y el no-toda (desarrollado de una manera pormenorizada en el texto de Graciela Musachi “Antígona entre Hegel y feministas”, publicado en Revista Descartes nº 22/23, que recomiendo), y luego igualarse a Tiresias, que por haber hecho de Otro, supo comprender.
No es insignificante el detalle de traducción que nos señaló Ruth Dayan: la e en la palabra “petitehomme”, que se tradujo “pequeño hombrecito”, designa el género femenino. A la pregunta sobre lo real en el hablante Lacan responde incluyendo ese elemento femenino –el no- toda- que agujerea su universo sin dejar de estar en relación con él.
Karen Monsalve
Marzo 2013
* El presente texto fue presentado en las Jornadas de apertura 2013 en el Centro Descartes, donde se comentó el estado de trabajo de cada uno de los Módulos de investigación y Equipos temáticos que funcionan regularmente en el Centro.
El módulo al que representa surgió de un momento de concluir, decidido por Graciela Musachi, responsable de las investigaciones sobre lo femenino desde autores y teorías adyacentes al psicoanálisis, con la orientación de la lectura de los textos intrínsecos a él. Hubo un relanzamiento, producto del deseo causado por su incansable provocación al trabajo y se conformó otro, bajo el título “La posición femenina en la clínica. La experiencia de un discurso no universalizable”, formado por las antiguas integrantes: Graciela Fabi, Myriam Soae, Giselle Ringuelet, Ruth Dayan, Esmeralda Miras (que asumió la función de Responsable), quien escribe (que asumí la función de coordinación), y se agregaron Bruno Masino y Alicia Dellepiane, contando con Graciela Musachi como asesora. Durante el año 2012 nos propusimos una lectura sistemática de El atolondradicho, para seguir el movimiento que condujo a Lacan a las fórmulas de la sexuación y la ubicación de esa posición lógica femenina que resulta de un análisis.
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