Rubén Darío y el modernismo
Eduardo Romero
Rubén Darío vivió en nuestro país cinco años (1893-1898) y fue quizás el extranjero más influyente en la literatura argentina. Antes de llegar a la Argentina en 1893, el intercambio de Darío con Buenos Aires era fluido desde su llegada a Chile en 1886 donde aprendió su oficio de periodista y como tal fue un asiduo lector de La Nación. En 1888, todavía en Chile, publica “Azul”, que fue leído con sorpresa, entusiasmo y reserva por las minorías letradas tanto de las capitales latinoamericanas como las de España, que habían sido alertadas de su existencia por una carta que escribiera el influyente crítico español Juan Valera, y que fue publicada como prólogo en las siguientes ediciones.
Esto hizo que cuando llegara a Buenos Aires, tanto su nombre como “Azul” no fueran desconocidos y le valió una calurosa bienvenida. Se presenta a la redacción del diario La Nación donde trabajaban Roberto Payró y Julián Martel, que no tardarán en hacerse amigos y compañeros. Pero la vida literaria principalmente transcurre en bares, cervecerías y cafés, en donde alrededor de Darío se formó un grupo heterogéneo entre los que estaban: positivistas como José Ingenieros y Eduardo Holmberg, realistas como Payró, naturalistas como Julián Martel, anarquistas como Alberto Ghiraldo, también estaba Leopoldo Lugones por entonces socialista, católicos como Angel de Estrada, decadentistas como el suizo Charles de Soussens.
En 1896 se publica “Los raros”, volumen formado por una serie de ensayos breves que Darío fuera publicando anteriormente en La Nación sobre la vida y obra de figuras extravagantes de la literatura universal. El libro se agotó en dos semanas y las reseñas bibliográficas multiplicaron las simpatías y adversidades que recibiera en la publicación aislada cada uno de estos ensayos. Los raros de Darío eran, entre otros Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Ibsen, el Conde de Lautréamont, José Martí entre otros. Paul Groussac hace una crítica no muy favorable a la aparición de este libro. A primera vista parecería una lista de los poetas decadentistas de finales del siglo XIX. Pero Darío y en respuesta a Groussac en “Los colores del estandarte” aclarará que “no son raros todos los decadentes ni decadentes todos los raros”.
La genealogía de la tradición hispánica que venía construyéndose en Buenos Aires se veía amenazada y sus agentes, reunidos en El Ateneo, vieron como una apología de la decadencia a los intentos de Darío por querer poner al tanto a los hispanoamericanos de lo que sucedía en París. “El Ateneo” fue inaugurado oficialmente en el 93 y presidido por Calixto Oyuela y los habituales asistentes a las tertulias eran los ochentistas y románticos de segunda generación, algunos en su ocaso como escritores, todos conservadores que tomaban el hispanismo lingüístico como barrera ante el peligro de la putrefacción de la lengua y por lo tanto del país. Allí estaban Lucio V. Mansilla, Carlos Guido y Spano, Lucio V. López y Miguel Cané (hijo) entre otros. El Ateneo sirvió para poner de manifiesto los términos de una controversia que se hallaba latente: tradición vs. innovación, clasicismo vs. modernismo, nacionalismo vs. cosmopolitismo.
También “Prosas profanas” está compuesto por una serie de composiciones en verso que fueron publicándose en “La Nación”. El libro se editó a fines de 1896 y marca un punto divisorio entre “lo viejo” y “lo nuevo” de la poesía hispanoamericana. La novedad que trae este libro no está solo en los aspectos técnicos (ritmo y melodía) sino en los personajes y ambientes introducidos por Darío que se situarían lejos en el tiempo y el espacio dando cuenta del repudio a la vida y tiempo que le toco vivir, siendo ésta una de las características de lo que se llamará Modernismo.
Haciendo un poco de historia: El Modernismo se puede dividir en dos grandes etapas. La primera, en los años 80 y en el norte de la América hispana con los cubanos José Martí y Julián del Casal, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, el colombiano José Asunción Silva y el nicaragüense Rubén Darío. Esta etapa no se presenta como un movimiento concertado. Pero no tardan en conocerse y poco a poco se van formando grupos y consolidándose el movimiento en el sur del continente y principalmente en Buenos Aires con Rubén Darío a la cabeza. Es Darío precisamente el punto de unión entre ambos momentos.
Muy influenciados por la cultura francesa pasaron del culto de los románticos a los parnasianos y simbolistas. Darío dijo alguna vez, de forma provocadora que “El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa franceses”. No habría que deducir de ello que querían imitarlos. Como dijo Octavio Paz “Los modernos no querían ser franceses, querían ser modernos”. Y el esfuerzo de Darío apuntaba a romper con el anacronismo cultural respecto de los centros culturales del mundo y entrar en sincronía con la literatura europea.
“El mercurio de América” que publicó 17 números entre 1998 y 1900 fue la más importante de las revistas publicadas de los modernistas. Bajo la dirección de Eugenio Díaz Romero, contó con la colaboración de Darío, Jaimes Freyre, Lugones, Ingenieros, Ángel de Estrada, Roberto Payro entre otros. Y esta revista tiene su antecedente en otra que fundaran Darío con Jaimes Freyre “La revista de América” de la que solo salieron tres números en 1894.
Antecedente del movimiento moderno de Darío: Hay tres grandes poetas a los que se los considera habitualmente los iniciadores del simbolismo y si bien sus contribuciones son muy diferentes entre sí, los vincula, de alguna manera, el valor que asignaron a las palabras. Desplazan el acento que antes estaba puesto en la prosa versificada, hacia las palabras en sí como claves de un lenguaje posible, único capaz de develar poéticamente la realidad. Ellos son Baudelaire, Mallarmé y Rimbaud.
El desarrollo acelerado de la revolución industrial y la difusión del positivismo como fundamento de una visión científica, filosófica y estética del mundo expresaba la consolidación de la burguesía que repudiaba lo que no podía someterse a la razón. “Las flores del Mal” que Baudelaire publica en 1857 se encuentra en el extremo opuesto. Para él el poeta está condenado a revelarse contra una sociedad que ha sacrificado el libre fluir de la vida a un orden sólo con miras a la eficacia y la utilidad.
“Correspondencias”, un soneto dentro de “Las flores del Mal” es tomado como el acta de fundación del simbolismo. Misteriosos vínculos unen en el universo aquello que nuestros sentidos sólo perciben por separado. Pero el poeta puede percibir esa unidad profunda a través de los símbolos que la expresan. Y buscar las correspondencias será la razón de ser de la poesía para los simbolistas.
Mallarmé planteará en términos absolutos esta búsqueda de correspondencias. Y fusionará el ideal parnasiano, del arte como perfección formal, con la visión baudeleriana del arte como enunciación metafísica del universo a través de la captación, por medio del lenguaje poético, de los símbolos en los que se expresa el universo. “El deber del poeta es la explicación órfica de la tierra” no devela el Misterio en el sentido de aclararlo mediante la Razón sino que lo devela en tanto Misterio. Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu, no mas claro.
Para Rimbaud el fin del arte no es el arte sino la vida. A diferencia de Baudelaire y Mallarmé que rechazan la realidad vil y buscan a través del arte una realidad superior, Rimbaud no se refugia sino que cree que “hay secretos para cambiar la vida.” Sueño y acción son uno. La profesión de poeta no existe. El poeta es mas bien un estado transitorio muchas veces agónico y en su más alta manifestación, insoportable. Lo que Rimbaud propone es ser asumido por una experiencia que involucra todo el ser y que la expresión verbal es una posibilidad de hacer hablar al Misterio de la existencia cuyo destino no es escribir sino asumir las posibilidades o consecuencias de ese misterio de su condición
El simbolismo se extiende a lo largo de otros países de Europa y América y en cuanto al mundo hispanoamericano, el modernismo de Rubén Darío, si bien introduce una brillante renovación frente a una exhausta retórica clásico-romántica, ella se reduce más bien a los aspectos formales. Estaría más del lado de un ajuste del lenguaje poético de pura raigambre parnasiana, que no consigue superar, ni en Darío ni en sus seguidores, una noción declamatoria de la poesía. Esta sería una limitación del modernismo, que no le quita mérito a la grandeza de Darío, pero que no consigue superar la poética parnasiana y que lo ubica lejos de Rimbaud o Mallarmé en cuanto a la noción de poesía como medio de conocimiento. Por eso en Hispanoamérica el modernismo retarda o suprime la aparición del simbolismo.
En Argentina en 1896 apareció el primero de 20 números de La Biblioteca, revista que dirigió Paul Groussac, que no fue un órgano de difusión de la sensibilidad modernista. Paul Groussac más bien despreciaba a los jóvenes simbolistas latinoamericanos que cotejándolos con los simbolistas europeos estaban, según él, perdidosos en el cotejo. No obstante, permite la publicación en su revista de dos poemas que daban cuenta de la nueva sensibilidad “Coloquio de los Centauros” de Darío y “La voz contra la roca” de Leopoldo Lugones. De alguna forma esta aceptación de Groussac será tomada por Darío como una consagración y un reconocimiento de la estética moderna.
Bibliografia:
Prieto, Martín “Breve historia de la literatura argentina” Ed. Taurus (Buenos Aires, 2006)
Aguirre, Raúl Gustavo “Las poéticas del siglo XX” Ed. Stevenson (Buenos Aires, 1997)
Paz, Octavio “El caracol y la sirena” (Prólogo a “Antología” de Rubén Darío) Ed. Colección Austral Espasa Calpe (Buenos Aires, 1994)
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