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Importación cultural, poco de Freud.

Quien lee determina a quien escribe, se escribe –valga la redundancia- en la revista Literal en los años setenta. Esa afirmación podría servirnos, de extenderla, para entender que quien recibe los textos determina lo que el texto significa. Es algo a tener en cuenta para comenzar una investigación sobre el tema de la importación cultural. Y no deberíamos olvidar a don Unamuno, que afirmaba que si bien las palabras se las lleva el viento y lo escrito queda, habría que ver adónde se lleva el viento las palabras y dónde queda lo escrito. Andrea Pagni afirma que el aparato importador es “el conjunto de prácticas y actores vinculados a la importación de cultura en base a operaciones generales y específicas de traducción”. La importación literaria señala, y nosotros podríamos tomarlo para el caso del psicoanálisis, está organizada en gran medida alrededor de la traducción pero también comprende otras prácticas, como ser la selección, edición, difusión etc. (1).

Siempre queda el interrogante si es más importante el texto o el lector. En 1934 Jan Mukarovsky puso de manifiesto su diferencia con los formalistas con su interés por el sujeto como lector frente a la preponderancia de las estructuras. Como afirma Roxana Gardes en su análisis de la diferencia entre Wolfang Iser y Robert Jauss, que no implica exclusión de una de ellas en la “recepción”, frente a la propuesta historicista del último, la teoría de Iser puede caracterizarse de hermenéutica, focalizando el efecto, es decir el proceso de transformación o implicación del lector. En este caso se enfatiza la transformación del lector, “El acontecimiento del texto se legitima por el reconocimiento del propio acto. El valor y el significado coinciden con el efecto: percibirse a sí mismo” (2).

El texto de Roxana Gardes no sólo analiza la posición del lector (como agente) o de la obra, sino que toma en cuenta “la actividad (producción – recepción) constructiva del sistema” uniendo antecedentes de la lógica y la psicología cognitiva a una estrategia de base: la lectura. Una pregunta se le formula a Masotta en un reportaje realizado por la revista Ensayo cultural (1966): “¿Hasta dónde cree usted que influye la literatura en el hombre corriente?” A lo que responde que no todos leen de la misma manera y “la posición” que se tiene incide en el modo de leer, afirmando que la pregunta hubiera estado mejor formulada si se hubiera preguntado por los modos de incidencia de los textos sobre los distintos grupos sociales, ya que la política de las editoriales al publicar además de sus títulos a Goethe y Shakespeare, han producido consecuencias nefastas sobre algunas clases.

Con Bordieu podemos agregar a lo destacado por Andrea Pagni la cita, o la falta de ella. Y en función de esto último podemos interrogarnos cómo se lee y por qué. Bordieu está más cerca aún que Pagni de la afirmación de la revista bienal, cuando destaca que el sentido y la función de una obra extranjera están determinados tanto por el campo de origen como por el campo de recepción. Ante todo porque el sentido y la función en el campo originario son con frecuencia completamente ignorados. Nada es más falso, dice Bordieu, que la creencia de que la vida intelectual es espontáneamente internacional (3).

Y a eso quisiera referirme para plantear una cuestión metodológica. Vinculado a un trabajo que estuve haciendo para el mes de octubre que suponía la actualización de los trabajos sobre historia del psicoanálisis en los últimos años en nuestro país. Uno de los temas que destacan desde el interior del país es que existen condiciones particulares de cada región que dan diferentes resultados en la recepción del psicoanálisis en un lugar u otro. Si bien es atendible tal tesis, no es tan simple demostrarlo. Trataré de decir algo al respecto. De todas maneras lo que sí es fácil encontrar cuando leemos esos trabajos es que tienen los mismos vicios de aquellos que escriben desde los más altos estrados de la nación. Esto es, usar la bibliografía secundaria como si fuera un descubrimiento de ellos. “Entre nosotros Canal Feijóo supo utilizar en forma excelente el psicoanálisis para investigar algunos aspectos del folklore” afirma GG en la entrada del psicoanálisis. Hay un psicoanalista que escribió una tesis sobre el escritor santiagueño y no hay ninguna alusión a dicha frase. Dicha tesis es un buen ejemplo de que se cita más de lo que se lee y no siempre se lee lo que se cita, pues a pesar de las alusiones a Greve y Canal Feijóo sin dar referencia (a pesar de ser un trabajo universitario, que tanto gustan de ellas) es otro que hace uso de la bibliografía secundaria. Ninguna mención a lo afirmado en la entrada del psicoanálisis aunque figura entre la bibliografía. Un dato de color.

En otros trabajos se vuelve a encontrar que el estilo universitario y provinciano, en su afán de usar la bibliografía secundaria comete algunos errores, como es el de atribuir a un intelectual argentino la “originalidad” de la categoría freudismo en el año 1996. Al mismo intelectual le atribuyen, en ese trabajo de otro grupo de universitarios becados, haber descubierto al poeta Alberto Hidalgo detrás de Gómez Nerea. En otro lugar Graciela Musachi ya discutió esa idea y Fernando García también envió una nota que se publicó en un ETC. En la capital también se hace misreading. Hablando de Musachi, ya que en un trabajo en el anuario de investigaciones de Psicología de la Uba se estudian las condiciones de inicio de inicio de la clínica psicoanalítica en la Argentina, y se dice que en el apéndice sobre el período del que hablan 1930 - 1942, sólo menciona la ponencia de Greve, la carta de Freud a López Ballesteros, dos obras de Thènon y una de Pizarro Crespo. Sin embargo si se presta atención la lista de Musachi comprende cuatro páginas.

Nuevamente encontramos el error del estilo universitario al usar la bibliografía secundaria y comentar a otro que también hace uso de la bibliografía secundaria. Se impone el estilo de Macedonio Fernández sin la explicitación que él hacía, usa como propio lo que ha leído en otro lado. Así, un texto de alguien ligado a la APA llega a encontrar los orígenes del psicoanálisis en el año 1900.Ya no es el discurso de Greve en 1910 como había ubicado G. García. La mencionada categoría de freudismo, merece señalarse, fue usada por Paul Laurent Aussoun en el año 1990 en un texto así titulado, es decir, antes que en el año 1996 la “descubriera” el intelectual argentino al contar las aventuras de Freud. Más aún, en el año 1927 el crítico literario y lingüista ruso Voloshinov, escribió un texto que, algunos han atribuido a otro ruso, Batjin, y que curiosamente se llamaba Freudismo, un bosquejo crítico (fue publicado en el año1987 por la universidad de Indiana tomando la versión de 1976 de prensa Académica. En nuestro país lo publicó Paidós en el año 1999. En un libro traducido hace poco Hélène Maurel – Indart destaca la diferencia entre el plagio y la cita recurriendo a los enciclopedistas: “‘Hay que hacer una gran diferencia entre tomar algunos fragmentos de un autor o robarlos. Cuando al emplear el pensamiento de otro escritor, se lo cita puntualmente, uno queda cubierto de cualquier reproche de pillaje: el silencio solo y la intención de dar por propio lo que se ha sacado de otro conforman el plagiarismo’” (4).

El aludido grupo, que atribuye el descubrimiento de esa categoría a un argentino, cuenta las condiciones culturales de la introducción del psicoanálisis como una cuestión provinciana, dando razón a lo afirmado por Bordieu. Y se destaca que ese matiz diferencial de la irrupción del psicoanálisis en esa provincia no ha sido otra cosa que rescatar el español como idioma. Idioma que desde las letras nacionales habían despreciado tanto Victoria Ocampo, enamorada del francés; como Jorge Luis Borges admiraba el inglés. Ese procedimiento se habría llevado adelante en Córdoba de la mano de la reivindicación de la figura de Ortega y Gasset, que como es sabido hablaba español y había prologado las obras de Freud en Biblioteca Nueva. ¿Pero se puede hablar de ese modo sin tener en cuenta a Sarmiento por un lado, la generación del 37 por otro para finalizar con la figura de Paul Groussac y su ambivalente relación con Ramos Mejía. Todo ello, por otro lado, debería ser matizado con la histórica filiación de los psiquiatras argentinos con la psiquiatría francesa, fueran nacionales o provincianos.

Ahora bien, siguiendo la idea del supuesto descubridor de la categoría, se señala que el pensamiento religioso (y conservador) en Córdoba crea diferentes condiciones de recepción que en Buenos Aires donde el rechazo al freudismo quedó limitado al padre Castellani y la revista Criterio (el descubridor no había podido leer aún un libro que citaré enseguida). Resulta que se dice que alguien ya citaba a Freud en 1919 por los pagos cordobeses, recurriendo a don Marañon y Lain Entralgo. Basta tener alguna idea de las posiciones del médico y del psiquiatra español, para entender cuáles fueron las razones por las cuales tardó en proliferar el freudismo en Córdoba, más que atribuírselo a la influencia de los religiosos cordobeses.

Finalmente la tesis será que la recepción de Freud fue posible en Buenos Aires por el “positivismo y naturalismo liberal”, y la limitación del antisemitismo a unos pocos autores. Mientras que en Córdoba, la proliferación del antisemitismo de actores ligados al nacionalismo católico que reivindicaba el idioma español permitió la aparición de figuras como Adler y Jung retrasando el freudismo hacia fines de la década del veinte. Asombrosa conclusión: Adler y Jung, dos alemanes, se podían citar gracias a la reivindicación del idioma español. Quizás, ya que no lo citan y sabemos que las citas tienen el mismo valor que la cita de manera inversamente proporcional, habría que recomendar a quien así concluye que leyera el psicoanálisis y los debates culturales, para tener una vía alternativa de llegada a sus conclusiones respecto a la proliferación de Jung en la revista Sur. Que como el autor de marras había destacado, su directora estaba más encantada con el francés que con el español. Y de manera indirecta puede agregarse leyendo los debates culturales, con el alemán. Con Keyserling, aunque de prestigio en España junto con otros alemanes, más que con Ortega y Gasset.

Por otra parte, que Freud proliferaba en Buenos Aires de la mano del positivismo liberal, no deja de ser una tesis distinta de la sostenida a lo largo de la entrada del psicoanálisis en la Argentina, ya que no circulaba siquiera en la APA. Más allá de algunas afirmaciones radicales de este texto, los matices no dejarían de darle razón. De igual modo, si tenemos en cuenta un texto publicado en el año 2008, La Argentina fascista, de Federico Finchelstein, se puede marcar la diferencia con quien afirmó que el fascismo se limitó en las décadas de los años veinte y treinta al padre Castellani y la revista Criterio. Como expresa Finchelstein, “Aunque se presenta como un solitario quijote fascista, Lugones no está solo” (5). Recordaría, para el olvidadizo descubridor, la presencia de Julio Irazusta en la novedosa publicación de La Nueva República además de Criterio. Y varios de los personajes que han acompañado a los hermanos Irazusta. Entre ellos el sacerdote Virgilio Filippo para quien la sexualidad era un elemento fundamental de la ignominia del nuevo siglo, y entre ellos la teoría psicoanalítica del judío Freud ocupaba un lugar central.

Si bien los autores aludidos supra acordarían con otro sacerdote, Gustavo Franceschi, un fascista que escribía y dirigía la revista Criterio, los datos que él presenta llevarían a otras conclusiones respecto al liberalismo ambiente. “Es certisimo –afirma- que si en alguna ciudad debía manifestarse el ateísmo, o el indiferentismo religioso, es en la capital de la República, Buenos Aires, en efecto con su población abigarrada, la heterogeneidad de sus habitantes, el afán de lucro, la destrucción de los hábitos ancestrales, la inestabilidad de las gentes, la propaganda efectuada por órganos periodísticos y sociedades de toda especie, esté mucho más expuesta a la impiedad que las urbes provincianas, donde la tradición, la vida reposada, la fijeza, la menor difusión de las ideas anticristianas, torna más difícil el abandono de la fe”. Y agrega que es destacable que la religiosidad y catolicismo es más frecuentemente declarada entre los nativos que entre los extranjeros venidos al país.

Para ilustrar sus afirmaciones, Franceschi, toma como punto de referencia el censo realizado en el año 1936 por la entonces municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Y los datos son: de 1.203.518 varones, hay 934.360 católicos de 1.211.624 mujeres, hay1.000.765 católicas. Hay 2638 ateos y 996 ateas mientras que los librepensadores son 883 varones reduciéndose a 354 en el caso de las pensadoras libres. Finalmente sin religión o que no la tienen sus hijos, de esos 2 millones y pico de habitantes sólo había 50000 y 28884. Los porcentajes son contundentes para entender porqué no proliferaba Freud en Buenos Aires en los años treinta a pesar de la existencia del Colegio Libre de estudios superiores: cada 100 habitantes, 77,64 son católicos y el 82,60 en el caso de las mujeres. El 0,22 % son ateos y se reduce al 0,08% en las ateas; mientras que los librepensadores son el 0,07% ene. caso de los hombres y 0,03 % entre las feminas (6). El censo municipal, como se ve, pinta otro panorama que el de una sociedad liberal y progresista que presentaba un campo fértil para que anidaran ni Freud ni el freudismo. En todo caso era terreno preparado para el “católico” Jung.

Referencias

    Pagni, Andrea: “Estrategia de importación cultural en revistas del modernismo rioplatense: la revista de América (Buenos Aires 1984) y la revista Nacional de Literatura y Ciencias sociales (Montevideo 1895-7)”. En www.revistas-culturales.de/es/buchseite/andrea-pagni-estrategias-de-importación-cultural-en-revistas-del-modernismo-rioplatense-la

  1. Gardes, Roxana: La recepción de la narrativa, Vinciguerra, Buenos Aires, 1992.

  2. Bordieu, Pierre: Intelectuales, política y poder, Eudeba, Buenos Aires, 1999.

  3. Maurel - Indart, Hélène: Sobre el plagio, Buenos Aires, FCE, 2014.

  4. Finchelstein, Federico: La Argentina fascista, los orígenes ideológicos de la dictadura, Sudamericana, Buenos Aires, 2008. Respecto a la posición de Franceschi, y los extranjeros, en particular la inmigración judía con motivo de la guerra, se puede cfr. el libro de Daniel Lvovich, Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina, Vergara, Buenos Aires 2003

  5. Franceschi, Gustavo: “La religión en la enseñanza” en La enseñanza nacional, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, septiembre 1940.


 
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