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Psicología psicoanalítica

 

Por Marcelo Izaguirre

Psicología psicoanalítica es el término que se usó para designar la materia en la cual se enseñaba Freud en la facultad de psicología, luego del cierre temporal que se produjo en la época de Onganía y en la reapertura comenzó a denominarse de ese modo. El titular histórico de esa materia fue el profesor León Ostrov, pero en el mes de octubre de 1966 presentó la renuncia al cargo junto con un conjunto de profesores por la famosa noche de los bastones largos; de tal modo en la reapertura la materia cambió de nombre, y por un corto período la titular fue una colega de él de APA, Blanca Montevechio. El programa presentado era bastante diferente.

El nombre que había adquirido la materia no fue del gusto del profesor Ostrov, quien durante unos teóricos del año 1973 explicaba las razones por las que no le agradaba. Quizá correspondiendo con alguna idea freudiana, y con un término que era común su uso en la traducción que realizó Lopez Ballesteros, estaba más de acuerdo con la denominación inicial, psicología profunda. Hoy en el “pos lacanismo”, resulta sencillo criticar tanto una como otra designación para referirse a una materia psicoanalítica, por eso quizá se nombra psicoanálisis Freud para referirse a la materia en la cual se enseña Freud, mientras que se designa como escuela inglesa o francesa en las que se enseña Klein o Lacan. Antes la denominación era psicología psicoanalítica I y psicología psicoanalítica II.

En otro lugar sostuve, a diferencia de la historiografía oficial, que fue en la cátedra del profesor Ostrov más que en la de José Bleger por donde fueron infiltrándose diferentes ayudantes que provenían de los grupos de estudio con Oscar Masotta y dieron lugar a que fuera modificándose el programa, en el transcurso del tiempo, fundamentalmente a partir del año 1973 e incluso antes. Aunque tanto Bleger como Ostrov fueron criticados por los psicólogos que se proponían la práctica del psicoanálisis. Si se lee el programa de psicología profunda del año 1959 del profesor Ostrov encontramos que si bien hay algunas referencias a Freud, también se enseñan autores como Adler, Jung, Klein. Todos ellos pasarían a formar parte luego del programa de psicología psicoanalítica II. Como indicador de las variaciones en el programa de Ostrov se puede encontrar una referencia a Lacan en el año 1973, en el teórico dictado en la ocasión por el profesor Tarazi, adjunto de la materia, lo que no era habitual. E incluso comienza a aparecer en el programa de psicología psicoanalítica II un item que se llama Lacan.

Pero, curiosamente, ese significante, psicología psicoanalítica, también sería el término que según Alejandro Dagfal, impone José Bleger a partir de la publicación de su texto psicoanálisis y dialéctica materialista. Con lo cual se da una situación paradojal con dicho significante en el ámbito de la facultad de Psicología: se impone en la enseñanza oficial en el momento que quien lo promovió es expulsado de la misma. O dicha escena obedecía a otras razones. Que se pueden deducir del mismo artículo que Dagfal dedica a Bleger y lo confrontamos con un capítulo del libro de Germán García, el psicoanálisis y los debates culturales.

Para los que crean que se trata de una terminología antigua, también es una expresión usada por un autor que ha escrito sobre la historia y política en la carrera de psicología de la UBA, quien al remitir a lo destacado por Alonso, que el 80% de la Salud mental en Argentina está en manos de los psicólogos, agrega que “el vuelco masivo hacia el modelo psicológico –psicoanalítico” es un obstáculo para pensar intervenciones distintas a la atención individual de pacientes en consultorio. Este texto tiene un prólogo de nuestro conocido Klapenbach, quien pondera de esa “maestría” el uso del método de la encuesta de parte del autor. Les comento una de las encuestas, “psicóloga graduada en el año 1971 recuerda: En los años ’70 para mi era todo mucho más de caverna, porque no era institucionalizado, no se podía. Desde el golpe militar en adelante, siguió habiendo producción de psicoanalistas, había aparecido Lacan en el ’78 o ’79, pero todo era privado, oculto, medio a escondidas, no había institucionalización de nada”. El conocimiento de la encuestada y del investigador que lo publica sin más, recuerda a otra investigadora, en este caso colombiana, que en el año 1971 escribe un texto “Lacan: lenguaje e inconsciente” con la indicación en el abstract de Rebeca Puche Navarro, de la Universidad Nacional de Colombia, que se trata del primer trabajo escrito en lengua castellana sobre la obra de Jacques Lacan (publicada en la Revista Latinoamericana de psicología vol.3 Nº2, año 1971, Fundación Konrad Lorenz).

Si leemos el mencionado texto de Bleger, encontramos que efectivamente desde el prólogo mismo, el psicoanalista de la APA afirma que lo que está presentando no comenzó de entrada como libro sino que se trató del intento de aclarar ante él mismo la psicología psicoanalítica. Respetando el primer número de la revista de la APA en el año 1942, en el que se mostraba el desplazamiento de la lengua alemana al inglés, Bleger presenta su prólogo con un epígrafe en inglés, de Roy Grinker, un psicoanalista de la escuela de Chicago, formado en la escuela de Alexander y Fenichel, en el que se alude al progreso y productividad de la ciencia del psicoanálisis, siempre que no se niegue a Freud el privilegio humano del error.

Siempre me ha resultado un poco curioso que se haya destacado a Bleger como uno de los promotores de la enseñanza de Freud, mientras se ha minimizado el papel de León Ostrov, o para utilizar los términos que usa Germán García para referirse a Jung y su presencia en la cultura argentina, su figura ha sido un poco descuidada. En el caso de Ostrov me limitaría a su papel en el ámbito de la cultura psicoanalítica. Incluso en el texto aludido, Dagfal, en el mismo capítulo que expresa que la enseñanza de Freud en Bleger fue central, se encarga de señalar con un interrogante, luego de hacer un balance “qué quedaba del psicoanálisis freudiano de esa psicología de base psicoanalítica que tan rápidamente se impondría en nuestro medio dejando de lado el inconsciente y la teoría pulsional”. Siquiera del kleinismo, al transformar las fantasías en interiorización de relaciones sociales. De todas maneras, no fue necesario esperar a Dagfal para realizar esa pregunta, la había formulado Carlos Sastre en el número 4 de la revista de psicología en 1970: ¿qué psicoanálisis es aquél susceptible de integrarse en el conductismo y la psicología?

Podemos pensar, si se sigue la afirmación de Dagfal, que el significante psicología psicoanalítica que se impuso rápidamente tendría que ver con el prestigio de Bleger. Pero, sin duda, no se ha tratado del prestigio de Bleger para imponer el cambio de nombre en la materia de la facultad de psicología. Sobretodo porque eso sucede en medio de un gobierno como el de Onganía más cerca del altar que de Marx. Antes bien hay que pensar en la coincidencia de intereses diversos con el autor que apareció en el primer número publicado por la editorial paidós, Carl Jung, con su libro conflictos del alma infantil con el subtítulo psicología del rumor, la importancia del padre en el destino de sus hijos. Y que la corriente del suizo se denominaba y denomina psicología analítica. Hay que tener en cuenta los desarrollos de Germán García en el capítulo dedicado a Victoria Ocampo sobre Sur y los sueños de Idilio, donde se destaca que desde la revista promovida por un junguiano como Butelman, junto con el científico social Germani, se trataba de poner el psicoanálisis en un nivel elemental, para lo cual era necesario no hablar de Freud.

Estamos a mediados de la década del sesenta, momento en el que Jorge Jinkis un sociólogo diferente que Germani, indica en la solapa de uno de sus libros que el año 1966 ha comenzado la práctica del psicoanálisis, sin pertenecer a la institución oficial y sin ser psicólogo. Como destacan algunos historiadores, siempre es sospechoso el testimonio de los actores.

Por cierto que el profesor Ostrov no dejó la multiplicidad de textos que escribió Bleger, pero en su libro publicado en el año 1980 hay una variedad de artículos que resultan interesantes desde el punto de vista político en defensa del psicoanálisis en los que realiza comentarios críticos sobre los trabajos que han intentado denostar el psicoanálisis. Así, dedica un capítulo a la crítica del libro de Deleuze y Guattari, el Antiedipo. Mientras que en otros encuentra la fundamentación para designar al psicoanálisis como psicología profunda recurriendo a la lectura de Marcel Proust. También dedica un apartado a retomar una discusión con Ricardo Malfé quien, en el mismo número de la revista que Sastre criticaba a Bleger, le había cuestionado su idea del encuadre y que pretendiera que un analista debe disponer de mejor salud que su paciente.

En el comienzo de su libro, al referirse a la psicología individual de Adler y la psicología analítica de Jung, alude a una afirmación de Oswald Schwarz que recuerda a un general argentino: hasta los adversarios son discípulos de Freud. Y, en lugar de presentar un epígrafe que afirme que el psicoanálisis progresaría si no se negara la condición humana del error de Freud, expresa que las rectificaciones y los cambios que introdujo en sus teorías son ejemplo del sentido abierto de sus investigaciones.

No deja de resultar interesante en otra comparación con Bleger que a diferencia de éste, en lugar de escribir la psicología de la conducta dedica un capítulo a afirmar desde el título que la psicología está contra el hombre. Más allá de que muestra su posición humanista más que psicoanalítica, no deja de destacar al situar a la psicología en un status similar a la propaganda, que “la acción de la psicología no siempre se traduce en esclarecimiento y corrección de lo distorsionado sino que, por el contrario, estimula los ocultamientos y negaciones. Se convierte, en lenguaje sartreano dice, en vehículo de mala fe”. La referencia a Sartre y los 50 años dedicados a la docencia universitaria del profesor Ostrov podría servirnos para entender la diferencia con un personaje como Oscar Masotta, quien también tuvo en su momento al filósofo crítico de la mala fe como referencia, pero tuvo el encuentro con la obra de otro francés menos apasionado por la universidad, si aceptamos lo que destaca en su libro del amor a los comienzos Pontalis, quien conoció a ambas personalidades, teniendo más amistad con uno que con otro, y afirma que Sartre estaba muy enamorado de la universidad a diferencia de Lacan.

Por otra parte fue en la misma cátedra de Ostrov donde se abrió un debate en el año 1971 sobre la relación entre los psicólogos y los psicoanalistas, donde los psicólogos entre otras cosas, reclamaban que rebajaran el costo de la formación, que por entonces rondaba los 300 mil pesos moneda nacional por mes (1000 verdes). El trabajo, aunque la refieren como psicoanalítica II es presentado por un conjunto de alumnos y docentes de la cátedra de psicología psicoanalítica II, y es una crítica a la posición del profesor Ostrov. Allí se señala, con un lenguaje epocal, que todas las actividades científicas, profesionales, etc, deben quedar subordinadas a la política y a la toma del poder. En tal sentido se da la discusión con la APA y el reclamo de abaratar los costos.

Inmediatamente se presenta el trabajo de las responsables de ese debate a través de otro artículo publicado en el rol de psicólogo, donde Beatriz Grego junto con Irene Kaumann, proponían que se quitara el monopolio de APA para la formación de psicoanalistas, pues entendían en uno de los puntos que “los sistemas de promoción profesional garantizan la reproducción del sistema profesional instituido”. Lo acontecido, como es sabido no fue en ese sentido, sino más bien del lado de lo que Elster denomina las consecuencias no intencionales. También se criticaba en esa tensión con APA, algo que ha sido la impronta que ha triunfado en el malentendido que reina en la facultad de psicología en la actualidad, pues se quejan que todos los trabajos de los psicoanalistas de Buenos Aires siempre apuntan a dejar claro que “el psicólogo (universitario) es diferente del psicoanalista (formado en APA)”. Y entonces promovían que si a los psicólogos, por la formación, se les prohibía el psicoanálisis a los médicos se les prohibiera la psicoterapia, y se pasara la formación de los psicoanalistas a la órbita del estado. Resultó interesante para mí una observación que mencionó Rosa Falcone en el Coloquio Descartes, cuando habló de la autocensura que se impuso un grupo que rondaba las reuniones de psicoanalistas y decidió excluirse en el momento de la fundación de APA. Entendían que no podían participar en una institución que no fuera regulada por el estado.

Quizá, Beatriz Grego encontró la respuesta a una de las razones por la cuales el estado no debería tener ingerencia en la formación de psicoanalistas en el año 1999, al hacer saber de manera enfática, públicamente, que nunca en la historia de la facultad de psicología había sucedido semejante escándalo; cuando el consejo superior dio marcha atrás con un concurso en el que el jurado había consagrado a tres profesores, pero como no era de los intereses del establishment dirigencial decidió dar marcha atrás con la decisión del jurado, anular el concurso, y ubicar a quien servía a sus intereses. Sabemos que la universidad no es el estado, pero es parte de la burocracia que ayuda a su consolidación.


 
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