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LA CONSTELACION DEL SUR

Texto leído por Patricia Willson (*) en la presentación de su libro La constelación del sur, traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX (Siglo XXI editores Argentina, Bs.As. 2004), en el espacio de Lecturas Críticas el 30 de noviembre último.

La traducción es un campo de cruces, de relaciones, sobre todo si ampliamos el concepto de traducción más allá de lo estrictamente interlingüístico. Eso es, por ejemplo, lo que hace George Steiner en Después de Babel, al afirmar que “entender es traducir”. Esa concepción ampliada de la traducción conduce a pensar que toda traslación de objetos culturales o comunicativos a otro contexto es traducir. La diferencia de contexto puede ser consecuencia de un pasaje a otra cultura, a otro momento de una misma cultura, a otro soporte material o semiótico (español verbal a lengua argentina de señas, una novela llevada al cine), etc. Los ejemplos proliferan y, quizá, cada uno de ustedes pueda agregar uno a la lista.

A pesar de esa vastedad, quisiera empezar mi intervención con una autorreferencia: sabrán disculpar. Como Griselda Marsico, soy traductora literaria, egresada del Lenguas Vivas, de la carrera del traductorado en francés, en mi caso. Esa formación entrañó tres años de literatura francesa en francés, tres años de civilización francesa en francés. En fin, toda una enciclopedia que me hacía pensar que, al obtener mi diploma, me convertiría en una especie de prolongación de Francia en la Argentina. Mi primera experiencia laboral como traductora, sin embargo, me enfrentó con algo totalmente diferente.

Pasé con éxito una prueba de traducción para una editorial que no mencionaré, y por necesidades de calendario de publicaciones (y porque conozco la lengua, claro), me propusieron traducir un best-seller del inglés. La editora fue expeditiva: “No traduzcas los nombres propios, no uses el voseo ni ningún localismo, podés cambiar todo lo que quieras”. Era una novela de 400 páginas, me dieron apenas dos meses para traducirla y me pagaron una miseria. Además, me pusieron el apellido con una sola ele…

Esta primera desventura de un traductor novel puede –y debe– ser sustraída del marco puramente anecdótico en el que la he referido. Primera cuestión importante que deriva de la anécdota: un traductor literario entra en el engranaje editorial de la cultura traductora: sus leyes, sus necesidades, sus imposiciones. Necesariamente, si él es un agente de ese campo cultural, el texto que produce es un texto de la literatura traductora. Sé que Gustavo no coincide con mi visión “nacional” de las literaturas –podemos discutir eso luego, si quieren-; lo que intento decir es que mis años de Ronsard y de Racine, de Moliere, de Flaubert y de Proust, ahora que traducía, no me acercaban ni un poquito a la literatura francesa: estaba más cerca de los escritores argentinos que de los escritores franceses.

Segunda cuestión importante: “Ni localismos ni voseo.” Ese mandato editorial significa tener un ojo puesto en el polo del lector y en la circulación del formato libro más allá de las fronteras nacionales. Pero también hay ínsito un problema ético y estético: la lengua de traducción, pensada en función de una legibilidad universal. ¿En qué altar se consagra esa legibilidad? ¿En el de la lengua panhispánica, una lengua que, por ser de muchos lugares, no es de ningún lugar? ¿En el de la peripecia que se impone a la lengua, al instrumento mismo que la formula y la expresa?

Esto nos lleva a una tercera cuestión, la que manifiesta el “Podés cambiar lo que quieras”. Lo que está en juego es, claramente, una fluctuación del peso del autor y también de la escritura en función del género que se está traduciendo. Como en el cuento de Rodolfo Walsh “Nota al pie”, en el que el traductor, León de Santis, recorre un verdadero escalafón, sí, un escalafón en la carrera de traductor editorial, partiendo de novelas populares hasta los textos de historia, la editora presuponía que ese best-seller resultaría icónicamente vendible: una buena tapa, una buena distribución tenían más peso que pensar en equivalencias entre lenguas.

Cuarta y última cuestión: la paga, el plazo, la errata en mi nombre, eran señales de un estatuto menor y, por momentos, invisible del traductor en la cultura argentina. Tenía compañeros ilustres: la traducción de Bianco de Otra vuelta de tuerca fue pirateada incansablemente, y ni siquiera se inició un proceso.

Haciendo una interpretación quizás abusiva, podría decir que en mi libro intenté repensar todas estas cuestiones, interrogarlas, tal como se dieron en la literatura argentina. De paso, me arrogué ingenuamente la facultad de dispensar justicia; digo ingenuamente porque no creo que, a partir de la publicación de La Constelación del Sur, se mencione más a los traductores, ni se les pague más; pero no importa. Reparar una injusticia también consistió en rescatar a algunos traductores a partir de sus estrategias concretas de traducción, de los modos en que pensaban algunos debates de la literatura argentina, y no tanto por consideraciones generales o anecdóticas de su práctica.

Hay un teórico de la traducción estadounidense, quizás el de mayor renombre en la actualidad, Lawrence Venuti, que afirma que lo peor que podría hacer un traductor para ganar más dinero es traducir más, pasar de una traducción a otra convertirse en un traductor a destajo. El traductor debe reflexionar sobre su práctica, tomarse el tiempo para pensarla y escribir sobre ella. Y es cierto: mientras escribí el libro traduje mucho menos. Los lectores de mis traducciones y de La Constelación me dirán si valió la pena.

 

Patricia Willson

  

(*) Patricia Willson esDra. en Letras de la UBA, docente de literatura argentina en esa universidad, profesora de traducción literaria y de teoría de la traducción en el Instituto Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, primer premio categoría ensayo del Fondo Nacional de las artes 2003. Ha traducido entre otros a Paul Ricoeur, Jean Starobinsky, Luce Irigaray, S. Zizek y R. Barthes.

 

 

Notas sobre La constelación del Sur

por Griselda Marsico

Quisiera hacer algunas consideraciones sobre el concepto de traducción que subyace al libro La constelación del Sur y sobre las derivaciones que este concepto tiene para la metodología de trabajo en el área de los estudios de traducción, derivaciones que también pueden ser interesantes para quienes no trabajan en el área, pero trabajan con traducciones o se plantean problemas relacionados con la traducción.

La traducción es una práctica compleja que involucra la toma permanente de decisiones en torno a dos procesos: la lectura y la escritura. Algunos de los factores que inciden en la toma de decisiones son: la distancia cultural (a veces también la distancia temporal, cuando se trabaja con textos que han sido producidos con mucha anterioridad al momento de la traducción), las diferencias de tradiciones, la figura del lector, la competencia en la lengua extranjera. Esta competencia es un requisito ineludible, pero no es la única competencia necesaria para traducir, también son necesarias la competencia cultural, la textual, la competencia lectora, la literaria o disciplinar en el caso de traducciones literarias o de especialidad, la competencia de escritura en la lengua materna, etc.

¿Qué tipos de análisis encontramos, en general, cuando leemos críticas o análisis de traducciones?

En términos muy generales, encontramos tres tipos de trabajos:

  • Trabajos que reducen el proceso complejo que intenté caracterizar más arriba a alguno de los factores que intervienen en él. Por ejemplo, la competencia en la lengua extranjera. Son análisis puntuales en torno al error de traducción, son de carácter prescriptivo (dicen lo que debería ser la traducción, o cuál debería ser en cada caso en particular la solución de traducción), y en general se apoyan en algún concepto de equivalencia, pero sin cuestionar la noción misma de equivalencia (es decir, sin adentrarse en la cuestión más interesante que plantea el problema de la equivalencia, que es quién es el garante de la misma). No son análisis integrales, no toman en cuenta todos los factores que tal vez llevaron al traductor a tomar determinadas decisiones.
  • Trabajos que aplican de manera dogmática un modelo de traducción o alguna teoría o teorías de traducción. Se toma el modelo o la teoría y se lee el corpus desde esa especie de corset, sin crear un espacio de reflexión de la teoría o el modelo desde la práctica concreta del análisis, sin hacer un recorrido de ida y vuelta entre la práctica y la teoría. Son trabajos que van a confirmar en los textos lo que ya sabían antes de empezar la investigación.
  • Trabajos que abordan la traducción desde otras disciplinas (por ejemplo, desde la teoría o el análisis literario, a veces desde la filosofía): si bien pueden ser muy productivos, suelen expandir tanto el concepto de traducción -la traducción siempre como metáfora de otra cosa-, que la práctica pierde su especificidad en tanto práctica. Como bien dice Patricia Willson en su libro, si todo es traducir, nada es traducir.

Sin confrontar directamente, la investigación de Patricia Willson va con mucha elegancia –y conscientemente, creo yo- contra todas esas formas de hacer análisis de traducciones.

Parte en un concepto de traducción que postula su especificidad: traducir no es una metáfora de cualquier otra cosa, sino una práctica concreta de lectura y escritura que opera entre dos lenguas. Este concepto de traducción le permite, por ejemplo, cotejar las traducciones con sus originales para buscar, mediante la formulación de hipótesis, no los eventuales errores del traductor (su falta de competencia en la lengua extranjera), sino las estrategias de traducción que gobiernan una traducción concreta.

Parte, además, de un concepto de traducción para el que la práctica no se efectúa en un vacío, no es una operación puramente individual, sino que se realiza dentro de un sistema cultural (en este caso, un campo literario) que posee sus agentes y sus aparatos de selección, promoción y legitimación de las traducciones. Esto permite una lectura de las traducciones en su contexto de surgimiento: permite extender el análisis a las estrategias editoriales, reseñas, elementos paratextuales; también permite leer las traducciones en relación con la configuración del campo intelectual en un momento dado, con las posturas estéticas en conflicto, con las convicciones estéticas de los traductores-escritores, con sus propias prácticas literarias, y pensar las decisiones de traducción desde un panorama amplio y complejo.

Por último, parte de un concepto de traducción en el que la práctica está en una relación dialógica con la teoría: en el análisis hay un ida y vuelta permanente de la teoría a los textos y de los textos a la teoría. Este modo de encarar la teoría garantiza, por una parte, un uso crítico de los textos teóricos, y por otra, implica un señalamiento de los límites, no tanto de la teoría o las teorías en sí, sino de una trasposición acrítica de la teoría a la práctica del análisis.

Finalmente, otro aspecto muy valioso de la investigación es haber puesto en contacto, con mucha solvencia, dos ámbitos complejos como son el de la literatura por un lado (con todo el aparato de crítica, análisis y teoría literaria) y el de la traducción por el otro, y en ambos Willson se mueve con conocimientos sólidos y criterio.

 

30 de Noviembre de 2004

 

 
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