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La polaridad hombre-mujer

Beatriz Gez

En la Antropología estructural, Lévi-Strauss, después de haber equiparado palabras a mujeres en función de su examen de la gramática matrimonial de las culturas primitivas, termina en el aforismo de que “A l’inverse des femmes, les mots ne parlent pas”. Entonces, las mujeres hablan. Pero ¿hablan para ser o son parlêtres? La homología entre las estructuras de parentesco y las lenguas permite a Lacan encontrar la articulación del objeto del deseo en el lenguaje. “Pero ocurre que la causa del deseo es extraterritorial…” (ver Germán García “Psicoanálisis y literatura” en Psicoanálisis: dicho de otra manera). Ya para Sigmund Freud todo desplazamiento del lenguaje responde a una política del deseo y, tempranamente advierte, que el desplazamiento más evidente de los primeros movimientos llamados de “emancipación femenina”, habitados no sólo por mujeres, fue traducir diferencia por desigualdad. Así a partir de proclamar la igualdad (de derechos) imaginaban (no sólo las mujeres) anular la diferencia (sexual). Pasado un siglo podemos confirmar que la igualdad de derechos no pudo anular la diferencia sexual, pues no puede excluir lo que hace más humano a lo humano: en términos de Freud la relación a la castración, en términos de Lacan al goce femenino (ver Graciela Musachi en Mujeres en movimiento).

Si como escribe Masotta “la posición de Freud es la única que permite despulsionalizar lo genital” (y lo compara con Simone de Beauvoir al decir “nadie nace hombre ni mujer”). Entonces como explicó S. Freud en La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna (1908): “Aún se nos abren nuevas perspectivas al atender al hecho de que el instinto sexual del hombre no tiene originariamente como fin la reproducción, sino determinadas formas de la consecución del placer.” “(…) y si no hubiese ese demonio de simbólico empujándole por atrás, -continuará Lacan en RSI (1974/75)- hace ya mucho tiempo que no quedarían ya parlêtres de esos – seres de esos que no hablan para ser, sino que son parlêtres, lo cual es verdaderamente el colmo de la futilidad”.

 

 
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