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Oscar Masotta, un lugar de enunciación*

Miquel Bassols

 

“Yo no conocí a Oscar Masotta”. Es el título de un film documental que se está preparando en Argentina recogiendo testimonios sobre la figura y la obra de Oscar Masotta. Me enteré de la preparación de este documental en diciembre pasado, cuando fui invitado a Buenos Aires para participar en las Jornadas anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana que forma parte de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Una persona me contactó por intermedio de mi amigo y colega Germán García pidiéndome que dé testimonio de mi encuentro con Oscar Masotta en Barcelona. El nombre de esta persona, un joven antropólogo que investigó y realizó documentales sobre un cierto número de tribus, y que está haciendo ahora esta investigación sobre Masotta, no es indiferente. El se llama Carlos Masotta y es el sobrino de Oscar Masotta a quien rendimos homenaje hoy.

“Yo no conocí a Oscar Masotta” me pareció un lindo título para este documental, un título al estilo del famoso “Esto no es una pipa” de René Magritte. La razón de este título, según el mismo Carlos Masotta, es que de hecho él no conoció jamás a su tío. Y cada vez que le preguntaban de manera repetida si lo conoció, él se sorprendía repitiendo siempre la misma respuesta: “yo no conocí a Oscar Masotta”.

Un analista suspicaz podría suponer en eso una suerte de negación, al estilo de San Pedro, pero no es el caso. Efectivamente, él no pudo conocer a su tío, lo que por otra parte, es una buena razón para comenzar una búsqueda sobre aquel con el cual comparte el apellido.

 

¿Qué es un nombre?

En efecto, no es una cosa simple saber que designa un nombre, un nombre propio como se dice, aunque se demuestra siempre impropio para significar al sujeto que lo porta, incluso que lo soporta. Y es ya un tema saber lo que designa hoy el nombre de Masotta en la historia del psicoanálisis. La propuesta de mi título es que el nombre de Masotta designa hoy, para un cierto número de personas que están en el psicoanálisis de orientación lacaniana en lengua española, un lugar de enunciación que ha marcado un corte en esta historia, un corte que ha significado para muchos una suerte de punto cero, un punto de origen con un antes y un después.

Un lugar de enunciación no es en realidad nadie en particular. O bien, no es una persona, es mas bien el discurso del Otro que habita en el sujeto como lo más íntimo e ignorado de sí mismo.

Del lugar de enunciación, uno no tiene exactamente recuerdos, tiene más bien la huella de un deseo a veces ignorado, pero siempre opaco al conocimiento. Entonces, Masotta designa un lugar de enunciación que ha transmitido a una cierta generación, una certeza sobre el texto de Jacques Lacan, la certeza que había allí una cosa importante, crucial para descifrar, de la cual valdría la pena extraer las consecuencias éticas y clínicas, epistémicas e institucionales a través de un trabajo de lectura que él supo causar de un modo siempre entusiasta.

Si yo comencé evocando las circunstancias sorprendentes para mí, del encuentro con el sobrino de Oscar Masotta, y -sí, hay siempre el sobrino de alguien que puede decir cosas interesantes- si yo comencé evocando el título del documental que él prepara es porque en el momento de pensar en el título que debía dar a esta intervención, la frase que me vino a la cabeza fue: “Yo no conocí a Oscar Masotta”. Y, en efecto, puedo hacer mía también esta afirmación, sin temor a equivocarme o cometer denegaciones imperdonables.

Incluso si frecuenté su casa durante más de tres años, semana tras semana, en lo que se conocía, en Barcelona tanto como en Buenos Aires, como sus “grupos de estudio”, incluso si lo escuché y fui a menudo impactado por su estilo y su saber decir, en su paciente trabajo de lectura de los textos de Freud y de Lacan, no intercambié de hecho con él más que dos o tres palabras. Para tener conocimiento de alguien, convendría al menos haber intercambiado algunas palabras más, algunas palabras más allá de aquello que la lingüística- de la cual Masotta hablaba a menudo – designa como la función fática del lenguaje, hablar para no decir nada, sino para constatar solamente que el canal con el interlocutor, con otro sujeto, funciona, y sigue establecido: “qué calor hace esta noche…”. Es difícil frecuentar a alguien en su casa durante más de tres años, semana tras semana, y permanecer en ese nivel de la comunicación intersubjetiva: “tal vez mañana haga más fresco”. Entonces es difícil decir que conocí a Oscar Masotta, su persona. No hay como la relación analítica para encontrar esa suerte de no-correspondencia, esta ausencia de intersubjetividad justamente, -con la diferencia que yo no hice un análisis con él.

Así encontré y frecuenté a Oscar Masotta sin llegar a conocerlo. Es una paradoja. ¿Tal vez porque era un poco tarde en su vida? Cuatro años solamente antes de su muerte, sobrevenida de modo tan prematuro en Barcelona. ¿Tal vez porque era demasiado temprano en mi vida? Yo tenía entonces diecisiete años y acababa de sentir una fuerte decepción después de un primer año en la Facultad de Psicología en Barcelona. Demasiado tarde, demasiado temprano, es lo que hace que un encuentro fallido sea algunas veces un verdadero encuentro.

Conté el contexto de este encuentro en el marco de una España del post-franquismo -Franco acababa de morir- en un texto publicado en la revista La Règle du Jeu, por invitación de Jacques-Alain Miller y Bernard-Henry Levy bajo la rúbrica: “Psicoanálisis: contra-ataque”.

Era, de hecho, un momento paradójico. De un lado se abría en España ese tiempo político y social que llamábamos “la transición”, el pasaje de la dictadura a la democracia naciente. En cierto campo de la vida social y cultural, por ejemplo en la Universidad misma, esta transición era una especie de morphing, un pasaje sin corte de una forma a la otra. En Barcelona especialmente, se afirmaba la apertura a las corrientes europeas del pensamiento que habíamos seguido hasta ese momento con la distancia de los Pirineos, una distancia algunas veces más densa y radical que aquella del Atlántico.

Este era el caso de la mirada del psicoanálisis lacaniano que no había tenido casi ninguna incidencia en la España franquista. Por otra parte, se hablaba ya del “desencanto”- un film documental, muy paradigmático de aquella época, también llevaba ese título, “el desencanto”- para dar cuenta de la caída de los ideales justo después de la desaparición de eso que había sido supuesto como la causa de la represión y del malestar social. Aquello que había sido esperado como una solución se mostraba más bien como una nueva inflexión en la lógica de la represión: más uno cree satisfacer el deseo, más se ignora lo más íntimo de su causa.

El texto de Jacques Lacan venía justamente, diría ahora, a volver presente esta lógica antinómica en una experiencia como la analítica que produce siempre un corte en la creencia del progreso evolutivo. Oscar Masotta, como lugar de enunciación, era para nosotros este corte mismo.

Entonces, en el eje de coordenadas, formado por la transición y el desencanto, donde cada vez más una nueva cultura tomaba cuerpo tanto en la Universidad como en la trama social, había de todas maneras un espacio intersticial, un espacio de fractura donde podía alojarse ese lugar de enunciación llamado Masotta.

A menudo aparece la pregunta de porqué Masotta había elegido Barcelona en ese momento para instalarse, vivir y trabajar. Debe haber muchas razones, pero hay una que me parece determinante: Barcelona encarnaba de modo diverso esta fractura, estos intersticios entre discursos, esta división donde el psicoanálisis lacaniano podía tomar su lugar en la trama social.

Alrededor de Masotta se juntaron en Barcelona personas de horizontes muy diversos que habitaban de una manera o de otra esos intersticios: desencantados de la antipsiquiatría, franco-tiradores culturales, artistas y escritores, psicoanalistas argentinos exiliados, jóvenes estudiantes que no habían encontrado en la Universidad un discurso estimulante.

En una carta dirigida a sus colegas de la Escuela que había dejado en Buenos Aires, del 16 de julio de 1976 -justo hace treinta años-, Oscar Masotta había escrito: “Creo que a partir de septiembre iré a vivir a Barcelona. Estoy creando allí un verdadero grupo (…). Estoy fantaseando, pero de manera bastante seria, conectar el grupo psicoanalítico de Barcelona con el nuestro en Buenos Aires. Podría haber en Barcelona una cierta institución psicoanalítica (…) Podríamos entonces estrechar relaciones con la Escuela ahí y asegurar entre otras cosas visitas recíprocas (…). Quisiera estar en contacto permanente con ustedes”.

La Escuela de Buenos Aires había sido para Masotta una Escuela fallida. Pero vemos muy claramente en esta carta cuál era el proyecto de Masotta -incluso con sus términos tan “optimistas”- una “fantasía” que tenía sin embargo todo su peso y toda su lógica.

Si el psicoanálisis lacaniano había entrado en España a través del Atlántico proveniente de Buenos Aires -los Pirineos habían sido una barrera infranqueable- Masotta quería hacer y consolidar los lazos entre Barcelona y Buenos Aires y llegar a hacer una verdadera Escuela lacaniana en lengua española, con lazos de un lado y del otro del Atlántico.

Eso no fue posible, y uno podría preguntarse si Masotta lo hubiera logrado si no hubiera muerto tan joven. En todo caso, treinta años después, podemos constatar que esos lazos transatlánticos institucionales fueron posibles, en el Campo freudiano y en la Asociación Mundial de Psicoanálisis, a través de nuevos lazos constituidos de un modo tan firme como constante con los colegas franceses de la École de la Cause freudienne, lazos siempre estimulados por Jacques-Alain Miller.

Dicho de otro modo, mi hipótesis es que el proyecto Masotta debió franquear los Pirineos –y son sabidas las dificultades que planteó él mismo para hacer ese franqueamiento – y eso debió pasar por París para volverse realizable.

La historia no es aquí tampoco una línea recta evolutiva, sino una red de idas y vueltas con efectos siempre retroactivos. Oscar Masotta lo indicaba: con la historia, hay que prestar atención, uno se ve siempre evolucionando y eso nos oculta la estructura de la cual se trata, el real que no se deja atrapar ni por la exactitud histórica ni por el sentido en el cual navegamos, hasta ahogarnos.

Es lo que ocurre con la inscripción de Masotta como punto de origen del psicoanálisis lacaniano en España.

Anne-Cecile Druet, una joven que consagra un trabajo de tesis y de investigación a estudiar justamente la historia del psicoanálisis español en el período que va de 1975 a 1985, pudo situar la vertiente sintomática de esta lectura:

“Si la historia comenzó con Masotta, entonces el lacanismo español no puede aparecer como una escuela inscripta en un proceso histórico evolutivo; la idea de fundación empuja el pasado del psicoanálisis español afuera del movimiento, que desde entonces no reconoce a este pasado como el suyo”.

En efecto, cuando se trata de psicoanálisis no hay evolución, hay cortes que hacen de la historia un decir… ¿Pero justamente no es este el drama, la trama, de Masotta con la cuestión del padre? ¿Cómo hacer comenzar una historia sin poder reconocer una tradición, dónde fundarla?

Nos encontramos aquí en el centro de un tema que no es contingente en la historia del psicoanálisis y que está todavía más en su meollo cuando se trata del lugar de Masotta en la historia del movimiento psicoanalítico y del lacanismo en lengua española. Es la cuestión del nombre y de la nominación, de las fundaciones institucionales y de las generaciones de analistas, de su formación, de su autorización y de la autoridad que debe sostener su práctica. La cuestión del nombre, del nombre del padre también, estaba en el centro de la experiencia del sujeto Oscar Masotta en su vida, en la experiencia de la locura que evocó en varias ocasiones, una experiencia que lo llevó por diversos caminos a su encuentro con el psicoanálisis. Esta cuestión fue tratada de un modo muy preciso por alguien que fue muy cercano a él en esta historia, alguien ya nombrado, Germán García, en un libro que me parece indispensable para ubicar el lugar de Masotta, su lugar de enunciación, en la transmisión del psicoanálisis y del texto de Jacques Lacan en español. El libro de Germán García lleva justamente el título: Oscar Masotta, los ecos de un nombre. –evocando en el título un ensayo de Jorge Luis Borges, “Historia de los ecos de un nombre”. El proyecto de Escuela de Masotta se reconocía a sí mismo como una suerte de “parodia” de la Escuela de Lacan. En Barcelona, él fue prudente comenzando su proyecto por una “Biblioteca”, la “Biblioteca Freudiana de Barcelona”, como un “proyecto libresco”, decía de manera explícita, pero implicada de una manera también explícita en la experiencia de una Escuela. Una parodia, indica Germán García en su libro, “puede situarse como Spaltung [división del sujeto] (…) oscilando entre la imitación que cierra y la traducción que abre, en una loca dimensión de la transferencia”. La parodia, entre imitación y traducción, viene en efecto algunas veces a recubrir la división del sujeto, la falta de un significante por el cual autorizarse en el Otro. Es una falta imborrable, imposible de colmar. El Nombre del Padre mismo no es más que un semblante para hacer consistente esta falta del Otro, su existencia misma. Masotta, al menos, acompañaba a aquellos que consentían a ser acompañados por él, hasta ese punto de inconsistencia donde la cuestión del psicoanálisis y de una Escuela puede ser planteada.

En todo caso, ese lugar de enunciación tomó formas institucionales en España: el 18 de febrero de 1977, Masotta funda la Biblioteca Freudiana de Barcelona, promueve después la Biblioteca Galega de Estudios freudianos. Arma grupos de estudios en Vigo, Madrid, Valencia, Andalucía…. Esta red, si bien estaba poco conectada en sus elementos y con la Escuela de los alumnos de Lacan en Paris, suministró la base de operaciones para una futura red del Campo Freudiano y la base de lo que fue en los años noventa la Escuela Europea de Psicoanálisis y la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en España. La generosidad intelectual y el lugar de Masotta como “agente provocador” de transferencia en relación con el texto y la enseñanza de Lacan, son reconocidos por todos aquellos que en esa red fueron tocados por él.

En efecto, esta “fantasía en serio” de la cual hablaba en su carta de 1976, esta fantasía de hacer serie- si uno evoca la idea de Lacan según la cual no es sino en la serie que existe lo serio- verá en el Campo freudiano una forma de respuesta a esta inexistencia del Otro. Una forma que tendrá consecuencias diversas para cada uno de los elementos de esta “banda”, como a él le gustaba llamarlos, que habían sido tocados por su decir.

En el prólogo de sus Ensayos lacanianos, aparecido este mismo año 1976, Masotta había escrito: “Cómo no agradecer entonces a Lacan habernos permitido la alternativa de un cierto camino, despertando en nosotros un convencimiento, y sobre todo en un momento de la historia contemporánea en que no hay muchos”. Y por nuestra parte, ¿cómo no agradecer ahora a Masotta habernos permitido el encuentro con el texto de Jacques Lacan con la convicción que allí había alguna cosa subversiva y movilizante, y eso en un momento donde las alternativas parecían todas destinadas a un retorno de lo mismo?

Quedarían también por descifrar las consecuencias de este encuentro.

Un último rasgo, entonces, para concluir, un rasgo que viene a situar para mí este lugar de enunciación que Masotta logró hacer presente para esta “banda” que lo rodeaba. Leyendo un texto de Lacan en uno de sus grupos de estudios, él se detuvo en un punto especialmente opaco de un párrafo que parecía crucial para la comprensión del texto. Levantó su mirada, con cierta perplejidad, para lanzarnos con su sonrisa de agente provocador y su acento inefable: “No se entiende nada”. Si no se entendía, era entonces que quedaba todavía alguna esperanza para nosotros.

Traducción de Claudia Castillo revisada por el autor.

*Intervención en la Conferencia Homenaje a Oscar Masotta, organizada por la Assotiation Franco-Argentine de Psychiatrie et de Santé Mentale , celebrada en la Maison de l’Amérique Latine de Paris el 29 de junio de 2006, con la participación de Juan-David Nassio (Paris) y de Juan Pablo Lucchelli (Lausanne) y la moderación de Perla Drechsler . La Conferencia se realizó con los auspicios de la Fundación Descartes de Buenos Aires y del Instituto Oscar Masotta de Argentina.

El artículo lleva el título de “Pour ne pas l’oublier”, y fue publicado en el número 30 de la revista, Paris, Enero de 2006.

Citado por Germán L. García, Oscar Masotta, los ecos de un nombre, Ediciones Eolia, Barcelona 1992, p. 45-46.

Germán L. García, Oscar Masotta, lo ecos de un nombre, Ediciones Eolia, Barcelona 1992.

Oscar Masotta, Ensayos lacanianos, Ed. Anagrama, Barcelona 1976, p. 9.

 

 

 
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