Horacio Gonzalez, “Oscar Masotta, la teoría del sí mismo” en el libro Oscar Masotta. Lecturas críticas. Atuel / Anáfora, 2000, Buenos Aires, Argentina.
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Pero esa inconclusión de las vidas aún cuando son vidas abiertas entre sus semejantes y no sólo memorias que recobran palabras de un muerto, está trabajada por actos que buscan omitirla, cancelarla para siempre, ofuscarla con memorias de pie de página. No me refiero aquí a que una vida siempre tiene vidas enemigas, aunque no sea de buen gusto llamarlas así, sino que una vida es metonimia de otras. Empleo esta expresión en el mismo sentido, creo, en que Izaguirre la emplea al final de su libro, según entiendo, para hacer de Masotta una metonimia de la vida intelectual de Buenos Aires. De este modo, el nombre de Masotta, ya que del nombre estamos hablando, entraña una politicidad que no veo como tarea menor el hacernos cargo de ella.
El libro de Izaguirre nos recuerda un rara politicidad de las cosas: en la vida de Masotta, conforme narran los que ahora ven su vida, hay fundaciones, autorizaciones y escisiones. Desde luego, estas palabras son convocadas con frecuencia en la vida institucional del psicoanálisis: es el dilema de la institución, que aparece siempre rodeada de una nada, de un silencio, de un campo desierto que la institución vendría a inhibir con su presencia inexplicable. Leemos en el libro de Izaguirre que el Congreso de Caracas, aún durante la presencia de los militares en el gobierno argentino, se hace fuera de Buenos Aires, para actuar sobre una herencia, una señal anterior, la metonimia Masotta – Buenos Aires. Esto es asombroso: la institución puede proceder como tal sin dejar de ser un ente personal, casi una vida individual, que también se propone pensar sobre sí mismo o evitar ese pensamiento. Si es una institución, parece adecuado sostener que ella se piensa a sí misma sólo en contadísimas ocasiones especiales, incluso invitando para ello a analistas institucionales, pues de lo contrario, superpuesta con un autoconocimiento permanente, simplemente se disolvería. Ahora bien, un existencialista no piensa, o piensa menos, en fundaciones.
No necesitamos recordar demasiado los años de aquella palabra para percibir que el tema del fundador quedaba ostensiblemente disuelto.
Pero Masotta, como fundador, era de algún modo un existencialista. Y un existencialista que se tiene por fundador, funda pero se convierte simultáneamente en el hijo disgustado de su fundación. Todos los pasajes de Masotta –relatados por él mismo, desde los nombres de Sartre al de Lacan, pasando por el de Merleau-Ponty y Levi-Strauss- fueron pensados como un afuera de un adentro, un salir de lo que se era sin dejar de permanecer en lo que se abandonaba. Se trataba de diversas usanzas del cruce de fronteras y de significaciones, tal como el mentado traje cruzado del sastre Spinelli –y Sartre en un dialecto galo quiere decir Sastre- que indicaba que cada momento permanecía como un ala superpuesto de lo que podía venir después.
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Por eso, los pasajes de Masotta son pasajes en el paisaje de los estilos. Y este es un tema, mejor dicho una posición, que podría llevar a decir que los problemas son en última instancia problemas de estilo. Así lo han dicho muchos, y Germán García ha invocado muchas veces este pensamiento. No es exactamente discutir sobre el idioma, pero cuando las cuestiones de estilo y las cuestiones de idioma se juntan, las teorías –la adhesión a los pensamientos armonizados y vivos- ya no pueden ser las mismas. Masotta atiende estos problemas ya en la discusión de Vocos Lescano sobre el idioma de los argentinos, siguiendo en este tema una larga tradición que quizás con él se habría agotado. Pero es aquí donde se presenta la paradoja principal del estilista, que es la duda sobre todo lo que no es estilo, esto es, el indeclarado mundo de los contenidos, de las neutralidades, del saber acumulado en las enciclopedias, del mundo sin estilo, que vendría a ser el mundo informulado habitual y cotidiano sin el cual el estilismo jamás existiría. Pero el estilo es también una fatalidad de los otros que nos lleva al reconocimiento, a la igualdad, a la equiparación con los otros. ¿Hablar como quién? En este sentido, la afirmación de Marcelo Izaguirre de que el fin de siglo se presenta con ciertos aires masottianos, la entendemos como el renovado problema del hablar cómo, es decir, de la construcción de un estilo individual y de debatir los estilos que contribuyan a que reviva la cultura de la lengua argentina. De ahí que la afirmación de Masotta, como su negación, su ausencia, el modo de descreer de él o de volver a invocarlo, sean los recorridos posibles de un debate sobre como hablar del conocimiento en la Argentina.
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