Lo que nos llamó la atención durante nuestra estada en la Argentina fue la distancia ideológica existente entre el grupo Masotta y los analistas de la Internacional, disidentes o no. El grupo en cuestión se compone de jóvenes sedientos de saber que tienen por maestro a un filósofo, que les habla tanto de Freud y Lacan como de Hegel, y que además conoce de memoria los textos de Lacan. Ignoro si se ha analizado. Es un gurú de vasta cultura, de gran inteligencia, que tomó a su vez pacientes en análisis y funciona como supervisor. Su grupo en el que participan muy pocos médicos, comprende una mayoría de universitarios que durante sus estudios no tuvieron acceso a pasantías hospitalarias. Descubren al paciente en la práctica privada y, en cuanto a la patología del psicótico, los analistas en formación la aprenden más con la lectura del seminario de Lacan sobre el presidente Schreber que con pacientes. Estos jóvenes intelectuales que sienten pasión por el psicoanálisis se adelantan, de hecho, a un tipo de formación que luego conoceremos en Francia después de 1970. Hoy en día, el grupo milleriano forma a los jóvenes sobre bases universitarias y dogmáticas, y no todos pueden sacar provecho de una formación en hospital. Si el analista debe aprender siempre del fracaso, ahora esto ocurre a expensas del paciente, lo que no deja de plantear un problema ético. (…) Con el grupo Masotta nuestras discusiones son sobretodo teóricas. Nos cuesta un enorme trabajo hacer surgir la dimensión clínica en los debates. Nos sorprende este enfoque inesperado, y el nuestro asombra a los jóvenes de este simpático equipo, pero el fecundo diálogo habrá de tener consecuencias…”