“Historiadores, sociólogos, intelectuales”, del “Estudio preliminar” del libro La batalla de las ideas (1943 – 1973) de Beatriz Sarlo. Pág. 91 a 101.
3. Del ensayo a la crítica.
(…)En 1952 Reina Gibaja publicó en la revista Centro, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, un comentario sobre El segundo sexo de Simone de Beauvoir. En los párrafos introductorios menciona el “existencialismo sartreano” como una corriente filosófica que sus lectores conocen perfectamente y resume las tesis de Pour une morale de la ambiguïte de Simone de Beauvoir de manera rápida, como si se estuviera recorriendo un terreno conocido -aunque sea conocido de oídas, por difusión imprecisa, como suele suceder muchas veces con ideas que se implantan sin aprenderlas del todo y resultan fuertes y provocativas. Siete años más tarde, esa misma revista publicó la traducción de Oscar Masotta La trascendencia del Ego, acompañada de un comentario extenso. (Masotta, por otra parte, en su crítica a Un dios cotidiano de David Viñas, citaba a Mauriac, citando así indirectamente las opiniones de Sartre sobre Mauriac, convencido de que este juego de citas era inmediatamente legible.) Ese mismo 1959, la Universidad de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, publicó con traducción de Irma Bocchino, el Esbozo de una teoría de las emociones. En 1957, la editorial de la revista Sur había puesto su sello en El existencialismo es un humanismo. Qué es la literatura había sido traducido por Losada en 1950 –David Viñas fue lector de sus pruebas de página-. Las fechas marcan una entrada de Sartre parcial, atrasada en unos pocos años, pero que en dos casos por lo menos no debió esperar la caída del peronismo.
La familiaridad con que Regina Gibaja abordaba el libro de Simone de Beauvoir indica una repercusión – que no implica necesariamente una lectura- en círculos estudiantiles. El tono perfectamente sartreano de la crítica literaria de Oscar Masotta a Un dios cotidiano de David Viñas confirma un uso cultural del sartrismo que desborda los pormenores de su difusión filosófica. En 1963, Masotta (que enseñaba en grupos privados bastante populares Lo imaginario) no tiene dudas sobre la significación de Sartre en el campo de la crítica literaria: “A mi entender la obra de crítica más importante de nuestro tiempo es el Saint Genet de Sartre”. Quizás otros miembros del grupo Contorno hubieran mencionado Qué es la literatura, y agregado, como Noé Jitrik, el nombre de Blanchot –que también Masotta invoca- ; pero Sartre es, para todos ellos, un lugar de encuentro generacional y de renovación crítica.
(…)
Sartre también mostraba una forma de leer la literatura en la que es relevante la categoría de totalidad, como perspectiva descriptiva y principio valorativo. Jitrik y Masotta, cada uno a su modo, lo ponen de manifiesto en la encuesta a la crítica argentina organizada por Adolfo Prieto en 1963: “La función de la crítica consistiría, pues, en restituir explícitamente la unidad que existe entre la literatura y la realidad” (Jitrik); “El problema más arduo con el que debe enfrentarse quien intenta hacer crítica es el de la conexión entre “análisis inmanente”, es decir, el análisis del estilo, y el nivel de significaciones que reside en lo histórico y en lo político” (Masotta). Tanto del costado “marxista” como del “existencialista” la hipótesis de una totalidad significativa, que la obra encierra en su núcleo pero no siempre pone en evidencia, anima una empresa reconstructiva y de síntesis.
Ambas perspectivas, en 1963, aparecen a su vez sintetizadas en las famosas “Cuestiones de método” de la Crítica de la razón dialéctica. Junto con el Saint Genet, ése sería el programa de Masotta en sus textos sobre Arlt.
4. Marxismo, estructuralismo, comunicación
Hay en este contingente una personalidad que siguió todas estas vías casi al mismo tiempo, partiendo de la literatura para pasar por la filosofía, el análisis del pop art, las hoy llamadas culturas mediáticas, al estética y finalmente el psicoanálisis. Se trata de Oscar Masotta, sensibilidad prototípica de la década del sesenta: de la Facultad de Filosofía y Letras al Instituto Di Tella, del sartrismo al estructuralismo, de la historia y el sujeto a la estructura, de Merleau-Ponty a Jacques Lacan. La movilidad de Masotta no tiene equivalente en el campo cultural. Eliseo Verón sería la figura más afín en el de las ciencias sociales. Seguir mínimamente sus recorridos implica hacer revista de las ideas que fueron verdaderamente influyentes en los años sesenta.
Ambos tienen en común haber operado el pasaje hacia el estructuralismo y haber sido en esto una avanzada teórica. Verón tradujo y prologó, en 1961, la Antropología estructural de Claude Lévi-Strauss para la edición de EUDEBA, y publicó en 1962 el primer reportaje argentino al antropólogo francés, en cuya introducción subraya la importancia de la noción de estructura en ciencias sociales y presentaba a Lévi-Strauss como el maestro que había logrado una “teoría y una metodología estructurales” aplicables no sólo a las investigaciones antropológicas sino con alcances que interesaban a todas las “ciencias humanas” y desbordaban los límites de las culturas estudiadas para convertirse en instrumento de análisis de las sociedades contemporáneas.
Por su parte, Masotta fue el primer teórico del pop art, en clave estructural-semiológica, y también el primer comentarista de Lacan en la Argentina. Poco antes, en 1959, Masotta exponía las necesidades de una filosofía de la conciencia siguiendo a un Sartre corregido por Merleau-Ponty. En esta empresa no estaba solo: León Rozitchner persistió en ella, preocupado por el lugar del sujeto en la praxis social y empeñado también en una lectura del primer Marx que le permitiera una teoría marxista de la subjetividad que, a comienzos de los setenta, influyó en la interpretación de Freud.
Masotta, en cambio, eligió rápidamente otros paradigmas. En 1965, publicó en la revista Pasado y presente “Jacques Lacan y el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”. Dos frases dan la dimensión de un cambio de época, en la que el sartrismo estaba en baja: Lacan, escribe Masotta, sostiene “la opacidad radical del sujeto para el psicoanálisis” y refunda una ortodoxia freudiana definiendo –en términos de un verdadero giro lingüístico- el descubrimiento fundamental del vienés: “el inconsciente entendido en términos de lenguaje”. En Lacan, Masotta encuentra la vía de cuyo recorrido no excluye a Sartre mismo, por dos razones que tendrán peso en los años que siguen y que Masotta detecta muy tempranamente: la primera, es la crítica radical que Sartre ha hecho de las pretensiones filosóficas del materialismo dialéctico (una seudofilosofía perezosa); la segunda es la crítica a la teoría del conocimiento como reflejo expuesta por Lenin en Materialismo y empiriocriticismo. Ambas críticas, subrayadas por Masotta en Sartre, van a coincidir con las que realiza el marxismo estructuralista del Althusser que tiene innegables repercusiones en el debate ideológico de la izquierda revolucionaria al cual Masotta se anticipa.
En la discusión filosófica que atraviesa la década del setenta cuyo título mayor fue “conciencia o estructura”, Rozitchner elige el primer término de la disyunción, Masotta y Verón eligen el segundo. En la contratapa de su libro de 1969, significativamente titulado Conciencia y estructura (conservando la conjunción que une los términos por última vez), Masotta afirma: “A la alternativa ¿o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir la conciencia, esto es, el fundamento del acto moral y el compromiso político”. El dilema –que intenta vanamente mantener en sus dos polos- se resuelve, en esos años, por el lado estructuralista. Al hacerlo, por otra parte, varía los objetos de análisis: Verón estudia la semantización de la violencia política en los medios y la narración de la fotonovela; Masotta, la historieta. Ambos temas tiene su lado académico, pero también forman parte de un debate cultural que rápidamente podría traducirse en términos ideológicos incluso políticos.
(…)El mismo Masotta, introduce sus “Reflexiones presemiológicas sobre la historieta”, con la siguiente observación: “Es la teoría marxista la que provee tanto del cuerpo de hipótesis más generales como de los criterios para medir el valor y el alcance de la investigación. En esa perspectiva el optimismo o el pesimismo frente a las cuestiones planteadas por la cultura de masas y el ensanchamiento de la comunicación masiva se revelan como lo que son: manifestaciones de ideologías deficientes, para el mejor de los casos de un blando reformismo”. (…)
En 1967, Masotta publica un librito –en una colección de divulgación fundada en los años 50’: los “Esquemas” de la Editorial Columba- cuyo título es El “pop art”. Con la destreza expositiva que lo distingue, no se limita a presentar el pop americano; también traza las líneas de una estética. Masotta advierte que el pop no sólo es, después del surrealismo, el segundo gran movimiento estético del siglo, sino que, “ha puesto el acento en la subjetividad descentrada”. Y se podría hacer aquí una correlación entre movimientos estéticos y áreas del Saber, puesto que así como el surrealismo se asociaba al psicoanálisis, el arte pop se asociaría hoy con la semántica, la semiología y el estudio de los lenguajes. El arte pop junto a los modernos estudios lingüísticos y semiológicos dibujaría así un movimiento de convergencia hacia el hecho de que, “como dice Lacan invirtiendo dos veces a Descartes, yo pienso ahí donde no soy y yo soy ahí donde no pienso”. Y concluye: “En fin, ¿cómo hay que entender esa correlación de la que hablábamos, entre el arte pop (vuelto hacia los contenidos sociales sólo a condición de dejar a la vista las características de esos contenidos) y el desarrollo de hecho del pensamiento contemporáneo: esa preocupación que, como se ha dicho logra a veces arrancar a los intelectuales de la política para volverlos hacia la investigación de los lenguajes?”
La cita de Lacan que Masotta introduce, va por línea directa a una teoría Althusseriano- marxista de la ideología. Finalmente éstos intelectuales que se ocupaban de los lenguajes abandonando, en opinión de muchos, la política, estarían, por otros medios, desafiando a la esfinge al descifrar los discursos de la ideología.
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5. ¿Qué lugar para los intelectuales?
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El debate que suscita este artículo de Verón –la respuesta de Sebreli, y una intervención de Masotta- revela la significación cultural y política de los argumentos presentados: el marxismo debe defenderse no sólo de aficionados que lo conocen mal –ese sería el centro del argumento de Masotta- sino en todos los casos porque proporciona la única matriz que hace posible plantear adecuadamente la cuestión del método y de la objetividad en las ciencias sociales y sus repercusiones políticas.
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