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Un saco de corte perfecto

por Daniel Martucci

 

Esto de cruzar textos se me presenta como una tarea que podría adquirir dos maneras, la del mestizaje y la del contrabando, y encuentro que el espíritu mismo de estos textos se alimenta de este modo. No es asombroso ya que son modos propios de estas tierras. Mestizaje no genético, mezcla “ con la que he tendido mis puentes” escribió Girondo, y contrabando sí, circulación de mercancías fuera de la ley.

Sin embargo, hay algo para mí llamativo y es que esperaba la confrontación de estos dos textos, y encuentro que no hay confrontación, sino que hay un diálogo entre El pecado original de América y Roberto Arlt, yo mismo, ese diálogo puede llegar a ser muy violento. Violencia y comunión.

Tampoco se trata de que se complementen, más bien se suplementan de tal manera que entreveo en sus discordancias la no formulación de una pregunta que se me oculta. Así establecen una dinámica que intento rescatar para este presente en que los leo.

Y, después de todo, no es el ocultamiento de una pregunta fundamental la condición de todo lenguaje? ¿No es un misterio lo que nos hace hablar y la, tal vez obsesiva, búsqueda de una respuesta apresable la que nos conduce a ese vértigo en que las palabras se precipitan en un ansia ausente de significación?

En blanco, para aquello que se presenta a los ojos y en silencio, eso que nos toca con la voz, se presentaría como única respuesta soportable para un espíritu agotado, un espíritu europeizado, pletórico, aplastado por las dimensiones monumentales del mausoleo.

En cambio en estas tierras americanas, y específicamente rioplatenses, los relatos, las historias, los encuentro potenciados por un vacío que parece provenir de los golpes de Dios. Son historias que buscan crear historia y no desembarazarse de ella.

Murena y Masotta los dos están reescribiendo la historia. Estos dos escritos que nos reúnen están fechados, situados, pero de distinta forma.

El texto de Masotta es explícito: hay una distancia entre la escritura del libro sobre Roberto Arlt (1958) y la presentación de ese libro (1965). Ambos momentos están mediados por la locura. A costa de su enfermedad se ve llevado a repensar el compromiso político sartreano introduciendo otras variables donde se pongan en juego la subjetividad y el deseo. Estos desafíos lo sitúan directamente en el centro de las luchas que agitan el psicoanálisis, el marxismo y la literatura. De ahí su participación en el grupo de la revista Literal (circa 1975), cuya irrupción expresa sólo una parte , pero muy contundente, de las fuerzas que luchan en ese momento en la Argentina. Recordemos que en 1965 se lucha en todos los frentes.

El ensayo de Murena (tengo entendido que fue publicado en 1954) prescinde a conciencia de las coyunturas –la situación mundial de posguerra, el peronismo-, para meterse de lleno con la estructura secreta que trama política y existencia. Por esta mirada se sitúa en el aura de La estrella de la redención de Rosenszweig y no, como podría pensarse apresuradamente, en la estela de Hegel. En el amplio arco que va de Emerson a Mariátegui, se inscribe y forja una tradición o una mitología americana.

Las sociedades humanas se mueven destruyendo memoria. En el legado sobreviven verdades ancestrales, que incluso han sido olvidadas por las modas y, sin embargo, son las que se convierten en piedras fundantes. Lo nuevo tiene la característica de no ser aún. Cuando se realiza, es decir, cuando la tensión ha sido llevada a cero, ya no es nuevo. La fuerza conservadora y la memoria no necesitan ningún esfuerzo del sujeto, están ahí cuando llegamos al mundo y siguen adelante cuando morimos, aunque no sean las mismas. La reescritura de la historia, en cambio, demanda de nosotros, que seamos capaces de soportar intensidades que pueden fácilmente incendiarnos.

No se puede ser y estar, el que está habla y por hablar se inscribe en una memoria no genética. Pero qué pasa cuando esa cultura amenaza con agotarse, cuando esa cultura se convierte en una segunda naturaleza, cuando ya no nos separa del horror primordial.

Una imagen: Vuelvo a Buenos Aires después de siete años en el extranjero y me encuentro con una ciudad más antigua que la de Masotta y la de Murena. Escucho el casco de los caballos que tiran de los carros de los cartoneros. Una ciudad anterior. Quizás como aquella donde Roberto Arlt perseguía extraños personajes.

El tiempo cronológico, el tiempo histórico es sólo uno de los tiempos de lo humano. Hay un tiempo en la psiquis en que pasado y futuro se trastocan, se trastornan. En esa misma vía funciona la lectura, es en esta experiencia en que el texto de Murena se moderniza y el de Masotta se me antigua.

Se me antigua por un problema de códigos de lectura, pero no en abstracto. Tiene que ver con el desencanto que ciertas derrotas han volcado sobre ciertos discursos. Tiene que ver con la supuesta muerte de las ideologías.

Y Murena se me acerca como interlocutor porque esa sensación de desengaño, de falta, de opresión, de insuficiencia que tiene el mundo moderno necesita la restitución de un pensamiento de Dios y de lo mítico en el hombre.

El mundo occidental, con todos sus desarrollos, se ha vuelto opresivo. Está claro que esas realizaciones de la historia que podríamos resumir en la palabra capitalismo, nos han dejado en la miseria.

Cuando se hizo esta propuesta empecé por leer el texto de Murena porque ése de Masotta justamente tuvo una incidencia muy fuerte en mi vida, me inscribió en una tradición y en un camino. Entonces empecé con Murena.

Cuando leo la primera frase:

En un tiempo habitábamos en una tierra fecundada por el espíritu que se llama Europa, y de pronto fuimos expulsados de ella, caímos en otra tierra, en una tierra en bruto, vacua de espíritu, a la que dimos en llamar América .

pienso: que América adolezca de espíritu y Europa sea fecunda en él de por sí presupone una cantidad de afirmaciones que resultan cuestionables, entre las cuales, la fecundidad de Europa no es una de las menos importantes.

Enseguida me contesto: no, a mí no me interesa perderme en argumentaciones y contraargumentaciones; me interesa perderme por otras cuestiones. Por tanto, voy a puntualizar algunos nudos de ambos textos que me parecen productivos.

El planteo de Murena, atrapado en un sesgo, es que lo que el espíritu europeo ha resuelto simbólicamente, para nosotros está agotado.

Para nosotros americanos lo que Murena llama el espíritu objetivo europeo se convierte en una especie de naturaleza, de la que hay que volver a generar un origen, un acto de creación.

Para los europeos el objeto está adelante, es algo a buscar con el saber, para conocerlo; para nosotros está atrás. América, increada, con sus angustias ha de recuperar el objeto, esto implica una nueva creación de mundo.

Y si Europa resolvió sus cosas intramundanas, para América el otro hombre no es un interlocutor. América está de nuevo en el inicio del mundo, América está frente a Dios. Ya ha sucedido esto. Por eso el desengaño.

Quiero traer una afinidad un poco rara pero no impensable. Murena me trajo una sensación del espíritu de Scalabrini Ortiz en el famoso prólogo al libro sobre los ferrocarriles argentinos, que es terriblemente crítico y al mismo tiempo es poderoso, afirmativo, constructivo. Cuando yo leía ese texto de Scalabrini Ortiz, leía una voluntad. A esa voluntad Murena la llama fe.

Vamos a Masotta.

Masotta en dos o tres lugares se pregunta por el tono confesional que toma por momentos su presentación: “¿Sobre qué estoy hablando? O bien: ¿de qué me estoy confesando?”; “¿Pero tiene sentido que un autor hable de sus enfermedades, que las use para ‘racionalizar’ sobre su vida, para justificarse?” Y aclara que no está contando anécdotas sino algunas coordenadas reales.

Podríamos decir que Masotta hace en este texto lo que Murena propone: se transobjetiva. Se toma a sí mismo como el objeto de conocimiento de aquello que quiere conocer que no es el hombre. Incluso me atrevería a decir, y no soy inocente respecto de este desplazamiento, Masotta se transubjetiva.

Hay en este texto una pregunta totalmente extemporánea, una pregunta absurda hoy, sin embargo algo del espíritu de la misma sigue vigente. “¿Debe o no un intelectual marxista afiliarse al Partido Comunista? Yo no me he afiliado: primero porque los cuadros culturales del partido no resistirían mis objetivos intelectuales, mis intereses teóricos. El psicoanálisis por ejemplo...” Este nivel de reflexión es –o ha sido- insoportable durante casi dos siglos de lucha. Pero estas cuestiones que han sido sistemáticamente aplastadas por la historia siguen vivas, siguen pidiendo una segunda creación.

Otro enigma productivo: “La enfermedad había puesto al descubierto la ligazón con mi padre y la ligazón de esa ligazón con el dinero”. Eso que vale, tanto en dinero como en vergüenza, es el equivalente general que pretende ser un universal. Un problema de representaciones.

Sí se trata de economía, pero en el sentido que lo definía Bataille, como circulación de energía sobre la superficie del planeta. ¿Cómo se gasta ese plus?

¿hay algo que no es, que está más allá de valor de cambio y valor de uso?

Yo creo que sí, que ese valor una vez pensado se ha perdido, una vez escrito se ha vuelto literatura. Eso que la poesía hace pero que si lo pudiera explicar dejaría de ser lo que es, exactamente igual que el hombre que habla. Las cuentas no dan, la deuda es infinita, el mal se desparrama sobre la superficie del planeta con una excelencia nunca vista. ¿Acaso no se trata de eso, de qué hacer con la abundancia de mal?

A la literatura le concierne. Al psicoanàlisis tambièn. Màs directamente: cuál es el poder de la literatura o del psicoanálisis en una sociedad como la nuestra? Trato de hacerme las preguntas que me hago. Porque en estos textos Masotta y Murena son tipos a los que les resulta imprescindible cambiar el mundo para poder vivir en él.

La pregunta crucial que ambos me hacen es: ¿cómo convertirse en eso que uno es? Acá es donde poesía y psicoanálisis pueden convertirse en máquinas de guerra.

Habría que decir un millón de cosas, y serían insuficientes. Por el momento, preferiría no hacerlo. Dejo a Benjamin la palabra en esta cita que, casualmente, tradujo H. A. Murena:

Tesis de la filosofía de la historia VI

“El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a aquellos que reciben tal patrimonio. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de ser convertidos en instrumento de la clase dominante. En cada época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla. El Mesías viene no sólo como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo. Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer.“

 

 
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