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Masotta era un duro*

 José Luis Valenzuela

 

Estamos acostumbrados a confundir travesía con viaje aventurado y dificultoso, pero el diccionario nos aclara que se trata sobre todo de una transversalidad, de una “callejuela que cruza por entre varias calles principales”, por ejemplo.

Hay escrituras que transitan las avenidas en toda su longitud o en tramos de ellas, pero siempre de modo colineal a las mismas. Las Academias producen toneladas de esa clase de textos prudentes, apegados a los faroles y a las señales de las calles principales. Zumban en los Congresos y adormecen a los colegas pendientes del coffe-break.

Hay otras escrituras, como la de Masotta, que prefieren la mala fama de los callejones mal iluminados. Tales aventuras son verdaderamente transversales, realmente azarosas y dependen del “viento cuya dirección es perpendicular a la de una costa y que no permite separarse de un riesgo, o salir a alta mar sin bolinear”. (1) Los marineros saben que “navegar de bolina” es hacerlo de modo tal que “la dirección de la quilla forme con la del viento el ángulo menor posible”. De modo que el bolineo tiene su técnica y su arte, y está lejos del simple andar despreocupado.

Es esa la clase de travesía que llevaba a Masotta a “plantear cruces insólitos en su universo de lecturas y apropiaciones teóricas” (2), aunque no conociera en toda su extensión las avenidas que visitaba, pues admitía que “el no dominio de una materia, una cierta ignorancia, funciona como motor de la escritura”. (3)

Quien haya pasado por las aulas de una facultad de ciencias exactas se habrá sorprendido quizá de que allí los alumnos son capaces de consagrar uno o dos cuatrimestres al estudio de un solo libro. Se lee intensivamente, puesto que se está atento a esa lógica que a la vez sujeta y engendra los posibles desarrollos en el área que se explora. De este modo, desde un punto cualquiera de una avenida del saber es posible “adivinar” la arteria completa o buena parte de su recorrido. Los estudiantes de “ciencias humanas”, en cambio, suelen leer muchísimo.

Sin duda Masotta leía intensivamente cuando “escribía sobre el arte pop sin haber viajado nunca fuera de la Argentina, es decir, sin haber tenido contacto directo con la mayor parte de las obras que analizaba”.(4) Previsiblemente, tras su viaje a Estados Unidos concluiría que “sus observaciones se mantienen vigentes”. Y es que Masotta, a diferencia del desconcertado Romero Brest, por ejemplo, había captado cierta ley de formación en el aparente desorden pop, de manera que podía sospechar la serie de obras factibles a partir de las efectivamente producidas, lo que, como se sabe, era una apuesta clásicamente estructuralista. Esa mirada dura, más propia de un matemático que de un humanista, le permitió también prever el agotamiento del pop-art, su licuación en la misma cultura consumista que impugnaba y la inminencia de una nueva vanguardia –cuyo primer practicante sería el mismo Masotta- que habría de llamarse “arte de los medios”.

Se diría que para Masotta la teoría del arte sólo tiene sentido si es capaz de anticipar un arte futuro; tal teoría sería una “instant art history”, o sea una historia del arte sincrónica, so aware of itself that it leaps to get ahead of art”, como escribe, citando sin traducir a Henry Gerdzahler (5). Una teoría que salta por encima de la serie para predecir su siguiente ocurrencia es sólo viable si, en primer lugar, cada término sucesivo –es decir, cada obra- contiene en sí la historia que la engendra. Con “contener la historia” quiero decir que incluye su “ley de formación”, matemáticamente hablando. La obra de vanguardia, precisamente, exhibe “una información acabada de (...) lo que está ocurriendo en arte con referencia a lo que ha sido hecho antes y a lo que se percibe que debe ser hecho después. La vanguardia consiste así en una postulación por la cual se afirma que la obra de arte se halla insertada en una secuencia histórica de obras, y que tal secuencia se ve recorrida por una necesidad interna(6)

Cada nueva obra de la serie no es sin embargo la “deducción” trivial y previsible de sus precedentes (cuando tal cosa suceda, la productividad artística de la serie se habrá agotado), puesto que el acontecimiento tiene con lo que lo antecede una relación de negación radical. Y allí la estricta matemática queda atravesada por el sujeto y la historia a secas, es decir por un acontecer extra-formal cuyos vientos tienden a ser perpendiculares a las grandes líneas trazadas. Es por ello que la obra de vanguardia “pone en duda, por esa misma negatividad radical que la constituye, los límites mismos de los grandes géneros artísticos tradicionales” (7), cosa que ni el mismo Picasso se habría atrevido a hacer.

Se advertirá entonces hasta qué punto la lista de condiciones que según Masotta debe cumplir una obra para ser considerada vanguardista es también una somera guía para pensar transversalmente, instándonos a conectar avenidas a través de angostos callejones, aconsejándonos ser exactos en cada intersección de líneas y aventurados entre nodos sucesivos. Pero lo que se propone aquí es una desorientación rigurosa que no debe confundirse con el despreocupado paseo de un irresponsable, una negatividad eficaz sólo en la medida en que “revela un fundamento referido al corazón mismo de lo negado” (8)

Y una modesta callecita periférica, provinciana, puede disolver las promesas de una avenida si trae el mensaje inaudito de otras avenidas antes visitadas. Esos pasajes transversales, diagonales, abren saberes y prácticas que de otro modo nos condenarían a repetirlos dócilmente. Tal es, según creo, la enseñanza masottiana legada a posibles epígonos tristes, copistas puntillosamente apegados a los últimos tramos de una obra vocacionalmente escandalosa.

 

  1. Acepción n° 10 del vocablo “travesía” en Enciclopedia Clarín, Vol. 24, B. A., Visor, 1999.
  2. Ana Longoni, Prólogo a Oscar Masotta; Revolución en el arte, B. A. Edhasa, 2004, pág. 26.
  3. Ibid., pág. 24.
  4. Ibid., pág. 37.
  5. O. Masotta; Revolución en el arte; B.A., Edhasa, 2004, pág. 347.
  6. Ibid., pág. 347.
  7. Ibid., pág. 348.
  8. Ibid., pág. 348.

 

*Artículo publicado en Diagonal Nº 8, revista del CID-Salta, dirigida por Alejandra Borla

 

 
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