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Servicio de adolescencia

¿Síndrome o angustia?

 

Vera Palmeri

 

Este año se ha dado lugar a los Servicios de Adolescencia en el organigrama de la Salud Pública.1

Así, no es casual que se conformen estas instancias, sobre todo si tenemos en cuenta el lugar del adolescente en la cultura de hoy. Son varias las figuras que lo representan: por ejemplo (dentro de las negativas) el mítico joven rebelde ha ido mutando en violento, agresivo, cuando no drogadicto. Vemos de esta manera como se patologiza la adolescencia esperando que transcurra la etapa.

Se impone entonces un plan. Hay un discurso especial para el joven de hoy. Y se van articulando sobre él distintas conveniencias. En este sentido, en nuestro campo, resulta muy ilustrativo ubicarse respecto de las terapéuticas: entre ellas las terapéuticas que daremos en llamar de adiestramiento.

Jean-Jacques Déglon en el Libro Negro del Psicoanálisis2, a través de una autocrítica que realiza de su experiencia personal y su práctica con adictos, nos orienta sobre ello. Al desalentarse de las medidas socio-educativas, cuando advierte el estremecimiento que provocaban en él los testimonios de los mismos, explicando dicha elección debido a la incapacidad de soportar el ambiente social, familiar, escolar, etc., descubre que la mayoría de estos jóvenes sufrían de un problema psíquico subyacente.

Es decir, Déglon descubre en 1980 lo que Freud en 1895. Pero desde su particular posición y argumento, nos advierte que todo el problema reside en el hecho de que causas genéticas y biológicas explican las afecciones psíquicas. Y que es esta comorbilidad la que esta en la base de toda toxicomanía. Para ello entonces dispone un programa especifico: un contrato terapéutico con exigencias, un marco más estructurado, dosis de metadona como sustitución en heroinómanos, sostén psico-social y psicoterapia del tipo cognitivo comportamental en reemplazo de los enfoques psicoanalíticos, lo que en conjunto vendría a resolver, si se completa el programa, el problema psíquico subyacente.

Eric Laurent en su curso “Los tiempos de la angustia”3 plantea la época de los síndromes (la nuestra) como sustituto de la angustia. Según su decir pareciera que hoy la gente tiene síndromes, trastornos: ya no se angustia. Hay síndromes para todo y se trata de erradicarlos lo antes posible. Se sustituye la angustia por la clasificación de síndrome o trastorno siendo el paradigma de esto el DSM IV donde efectivamente se encuentra el apartado correspondiente a cada uno de ellos: la toxicomanía, el trastorno alimentario, el trastorno por ansiedad, etc.

Nos remitiremos entonces a un caso donde se realizó un abordaje en dos tiempos. Ubicaremos los efectos producidos entre un primer período más pautado y un segundo donde una vez ubicada la estructura subjetiva se opera con dichos elementos.

Una joven de 19 años fue tratada, en un primer período, por una afección del tipo ‘Bulimia-Anorexia’ a través de un tratamiento psicológico, en conexión con clínica médica y equipo de nutrición. El tratamiento consistía en entrevistas psicológicas de apoyo y contención, pautas alimenticias, ejercicios post almuerzo y cena (por ej. no quedarse en la sobremesa, salir a caminar, etc., con el objetivo de no provocarse el vómito), sugerirle que camine lo menos posible, que no ingiera ciertos alimentos, etc. Pero las acciones contrarias de la paciente ante lo sugerido indicaban mayor sintomatología y más malestar en ella y en el equipo. D e hecho hubo que realizar una internación clínica, luego de la cual abandona el tratamiento psicológico.

Luego del alta, es derivada al Servicio de Adolescencia, donde acordamos, como principio de un tratamiento, lo peligroso de desconectar a alguien de forma abrupta de la ingesta de una sustancia sea cual fuese. Y recordando lo que señala Germán García, evaluamos la importancia de saber qué recurso es el consumo y cuál es el texto que el sujeto intenta desplegar valiéndose de la misma (con la salvedad de que en este caso específico, se trata de qué recurso representa lo anoréxico ya que no hablamos de una sustancia psicoactiva).

Escuchando lo que la paciente despliega considero que puede tratarse de una psicosis, donde el vómito funciona como un estabilizador subjetivo; que justamente no es conveniente meterse de lleno con eso bajo la idea de su reabsorción lo más pronto posible. Dado que en las entrevistas, empieza a ser posible ubicar y perfilar que el recurso al vómito es ante situaciones que ella llama de vacío, de muerte, dice que el vómito la salva de la muerte o de algo peor. Agrega que la mayoría de la gente de la localidad en la que vive, sobre todo del ámbito judicial, se meten en su cabeza, “saben lo que pienso”. Todo esto, entiendo, se articula con el hecho de guardar frascos con lo vomitado debajo de su cama: su síntoma enfrascado, de modo delirante, funciona entonces como parapeto ante la muerte o algo peor.

Arrebatarle el frasco, sin más, sería querer adiestrar al sujeto junto al peligro de empujarlo a lo que ella misma llama lo peor. Sería justamente lo conveniencia del Otro social pero de ningún modo la conveniencia del sujeto, que en este caso es la de sostenerse delirantemente con este recurso.

Extirpar los síndromes o trastornos invita en estos casos, a servirle estas técnicas al adolescente en nombre de los ideales imperantes: de salud, de no autodestrucción, etc. Servirle al adolescente en la perspectiva analítica es lo contrario: es prestarse al uso de lo que en su decir habita, y realizar una operatoria a partir de la lógica de su particular posición subjetiva.

El servicio de adolescencia, en nuestro caso, se orienta sobre esto último, sabiendo, tal cual lo destaca Eric Laurent, que es mucho más trabajoso, ya que se trata de una orientación por el síntoma. Lo que abre un debate acerca de cómo orientarse hacia lo real, cómo orientarse hacia lo real del sufrimiento, de la angustia que conlleva el síntoma en la época de los síndromes.

Esto no nos exime de ningún modo, según lo requiera el caso, de adoptar diversas estrategias; como lo ilustra la joven anoréxica que por ejemplo sigue concurriendo, según su deseo, a la nutricionista a buscar dietas que nunca realiza (pero con quien acordamos que se las siga dando), a controlar el estado físico con su médica clínica (lo que considero de suma y vital importancia), o cuando no, a la trabajadora social quien la ayuda con cuestiones de búsqueda de trabajo, vivienda, etc.

Esta orientación entonces, no responde a una regla social sino a la particularidad de un sujeto, que se acerca al servicio y a quien no tratamos de extirparle nada para una mejor cohesión social. Dice Laurent: “Querer instituciones particulares no es querer un dominio reservado más, una nueva segregación, es querer que en cada espacio constituido por las nuevas determinaciones institucionales, estemos dispuestos a orientarnos, en las cuestiones referentes al sufrimiento psíquico, por la existencia de la cadena inconsciente, marca de la falla propia de cada uno, y no por la identificación común”.4

 

Notas:

1 Un ejemplo es el Servicio de Adolescencia, Hospital Zonal de Esquel, recientemente creado.

2 Déglon, Jean-Jacques: “Un caso ejemplar: la toxicomanía” en El libro negro del psicoanálisis. Vivir, pensar

y estar mejor sin Freud. Bajo la dirección de Catherine Meyer. Con Mikel Borch-Jacobsen / Jean Cottraux /

Didier Pleux / Jacques Van Rillaer. Editions Les arénes. París, 2005, cap. 5, págs. 616-637. (Trad. Edith Guallini, en Biblioteca del Centro Descartes)

3 Laurent Eric, Curso “Los tiempos de la angustia”, dictado en Facultad de Psicología UBA, noviembre 2004 (inédito).

4 Laurent Eric, Psicoanálisis y Salud Mental, ed. Tres Haches, 2000.

 

 
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