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Una política del deseo

Esteban Pikiewicz

El programa de una ideología

A pesar que el manual DSM-IV de Criterios Diagnósticos y Clasificatorios de los Trastornos mentales se presenta como ateórico, entendemos se deduce de su lectura una lógica y su política: la del todo.

En conjunto se trata de una evaluación multiaxial que va más allá del eje I – sincrónico, neoesquiroleano – y el eje II – diacrónico, de la personalidad – (más conocidos y difundidos), sino además de un eje III para consignar enfermedades médicas, el IV de registro de los problemas psicosociales y ambientales del paciente y el V el de la evaluación de la actividad global del mismo vía una escala de puntuación del 1 al 100. Leemos para corroborar: “El sistema multiaxial promueve la aplicación del modelo biopsicosocial en clínica, enseñanza e investigación.” (1)

O sea que (breve y sintéticamente) este modelo supone: lo bío, que es a lo mental el cerebro/cuerpo/máquina biológico, afán sustancialista cuya “prehistoria” de localización cerebral podría decirse empezó con los trabajos e ideas de Gall hasta llegar a lo actual de, por ejemplo, Eric Kandel y su inconciente procedural, neurotransmisores mediante. Luego, “conectado”, el “mind”/computadora corresponde a lo psico en tanto expresión funcionante de la materialidad citada, cuyo correlato visual se da a través de las conductas; que ahora sí, en lo social, pueden ser medidas, evaluadas, controladas, sino corregidas o readaptadas según el desorden que el trastorno es.

Esto es efectivamente una teoría y su aplicación. Se constata que donde el trastorno se diagnostica la indicación del medicamento responde a corregir la “base” neuronal-química del mismo, sumándosele apendicularmente la eficacia al menor costo posible de las TCC, dado que los trastornos son “desadaptativos (...) (y) los síntomas provocan deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de actividad del individuo”. (1)

Así lo multiaxial del DSM traduce un empuje totalizante/unificante que vía el trastorno, descarta todo sentido sintomático apuntando a una suerte de determinismo mecanisista del malestar; para lo que la evaluación se vuelve necesaria, absoluta; allí donde como lo ha planteado E. Laurent, esta conlleva “la transmutación de la demanda en silencio.” (2) En síntesis, el programa de una política global para las masas de individuos.

Una consecuencia de esto es la de fraguar una “identidad”, un nombre identificatorio para el sujeto: nombre de hierro que intenta colmar todo en aras de silenciar al sujeto por la sustracción del plus de goce que lo causa. Entendemos así el caso de Irma del que resaltaremos ciertos puntos a los fines del trabajo.

 

Una política del deseo

Tomé el mismo en su última internación hospitalaria. El diagnóstico atribuido era: ‘Alcoholismo crónico-Trastorno por abuso y dependencia’. Con matices, los colegas anteriormente tratantes lo ratificaban (la paciente tuvo reiteradas internaciones en los últimos diez años) agregándole al caso una suerte de narratología referida como una vida traumática. Los significantes del Otro que configuraron cada internación eran “crisis” y “riesgo”. Así, momentos en que iniciaba su consumo, progresivo, con efectos de retracción, “empobrecimiento” y aislamiento social significativo junto al fantasma de familiares y allegados, de enfermedad, promiscuidad, deterioro físico y/o peligro de muerte. Otro significante insistente del Otro, que Irma hace suyo, es “mentira”. Agregamos, por su valor, que en esta última ocasión la familia (hermanas e hijos) había decidido su internación judicial en un centro de rehabilitación para adictos.

Invitada a hablar dice: que la mentira (como demanda quejosa al Otro) es su familia de origen fundamentalmente, en tanto son “falsos, hipócritas”, que “toman pero socialmente” significando una apariencia social respetable. También dirá que su vida ha sido una mentira en general, dado que se esforzaba en aparentar una familia perfecta. Violada a los 19 años por un allegado a su núcleo, quedó embarazada. Su madre y hermana mayor supieron del hecho y lo callaron. Su madre le planteó incluso que debía alejarse de la localidad en la que vivían; aún más, nada de lo sucedido debía decírselo al padre. Ella consintió, nada dijo de esto a su padre ya que “no sé que hubiera pasado”. El analista repuso: “Usted sí sabe que hubiese pasado”. A posteriori de un breve silencio, responde que sí, que su padre hubiera quedado preso dado que quería mucho a sus hijas, era muy recto, firme, de muy fuertes principios morales y de emprender acciones temerarias. “Lo hubiera matado” dirá.

Su padre no le dirigió la palabra al conocer su embarazo. Meses luego, por intentar salvar a un familiar que cayó de un bote al río, morirá ahogado. Dice en tono nostálgico “qué hubiera pasado si conocía a su nieta”. Luego de esto buscará con afán un padre para su hija, casándose no enamorada para separarse 16 años después por no tolerar más ser golpeada. Quedó así señalado para la paciente una posición de goce tendiente a ser casi objeto de “sacrificio” del Otro, en nombre del ideal y del amor. Para ella su padre era efectivamente alguien muy amado, “lo adoraba”.

Ya separada y por el empuje a diferenciarse de ese Otro “hipócrita” (logró hasta hoy múltiples relaciones y contactos sociales por tener desde joven actividad política de ayuda, de colaborar intensamente con la gente más necesitada) se produce otro significante que la identifica, “ sola”.

A cinco años de su separación establece nueva pareja. Dirá que fueron años de mucha felicidad con alguien situado también como muy idealizado, pero que súbito y sin teorías que hasta hoy lo expliquen (tanto a ella como a parientes) dicho hombre se suicidó. Desde entonces hasta ahora, el lapso contiene la mayoría de sus internaciones, “no hay un día en que José no esté presente”. Dice que enterada, no lo podía creer, “no entendía nada”; no asistió al funeral ni al entierro, rechazando hasta hoy saber donde está su tumba. Pasaron cinco años, “me siento sola” repite.

Por otra parte, el juez fijó provisoriamente la internación hasta que los informes médicos pedidos, ratificaran o no la internación especializada; y la presencia familiar (su hermana mayor y uno de sus cuatro hijos) ratificaba su decisión por lo ya señalado, resaltando el empuje e insistencia a pedir exámenes especiales para ella (TAC, RMN, etc.) a modo de confirmar el slogan “alcohólica” en lo orgánico como teoría de las conductas de Irma.

Con respecto a las demandas familiares, la posición del analista fue la de hacer caer la serie consumo-daño orgánico-conductas de riesgo, como también resaltar la importancia de un tratamiento absteniéndose de señalar qué tipo, cuál (el analista hizo mención escueta a que un tratamiento de internación en una granja ya había sido probado y fracasado, agregándose que Irma rechazaba rotundamente la idea de volver a experimentar algo así). Además, solicité una entrevista al juez para intentar hacer escuchar los impasses propios del pedido de internación en las vías de demanda familiar, ratificar la importancia de tratamiento en su aspecto subjetivo y singular y la falta en sí de garantía como todo ante cualquier decisión a tomar.

Los efectos de estas acciones derivaron que en lo familiar, la paciente y su hijo mantuvieron un tiempo de diálogo tenso y franco (que el analista acompañó), con la decisión por parte del segundo de retirar la demanda judicial y aceptar lo que Irma expresaba: compromiso y consentimiento con el tratamiento actual. El juez llamó a una audiencia con todas las partes involucradas, dio fin a la internación por la condición de alta de Irma, haciendo constar en el acta el compromiso de la paciente por la continuidad del tratamiento, con envío periódico de informes al juzgado acerca de su estado, sin haberse planteado objeciones de las partes al respecto.

Diríase hasta aquí, en términos de E. Laurent, que lo que está en juego es el “analista ciudadano” dado que se trata de la acción del analista sensible a las formas de segregación (sea en el hospital o ante otras instancias). Y que guiado por su discurso promueve la conmoción que un nombre identificatorio fijado produce tanto en el sujeto como en el campo de los otros discursos intervinientes deudores de una “falsa ideología de la causalidad”. (3) Esto porque nuestra perspectiva es otra: la que se ordena por la lógica del no-todo donde la política implícita es la del deseo: deseo del analista como resorte del discurso analítico. Aquel “que reintroduce la necesidad de la producción de un sentido”. (4) Promotor del trabajo del sujeto del inconciente en relación a lo que lo causa: un real no reabsorbible, medible, cuantificable ni adaptable y que tiene por horizonte el síntoma como modo de goce.

El caso está en preliminares: Irma ha podido usar su reconocimiento social/político para conseguir trabajo y alquilar una vivienda. De lo laboral comienza a reconocer riéndose de sí, su posición tendiente a “ayudar a los más necesitados”. Respecto de estar “sola” dice que ha pensado en averiguar donde está la tumba de José y acaso concurrir al cementerio ante un nuevo aniversario de su muerte. Luego, concurre en efecto en la fecha correspondiente.

Viene a sesión regularmente, dice que en “este tratamiento todo es distinto, una novedad”, (frase que reiteró en varias oportunidades), que a los anteriores tratamientos no quería ir, se ausentaba, interrumpía. La interrogo sobre qué tiene de novedoso o distinto este tratamiento. Responde: “Hay cosas que nunca había pensado. Usted no me trata como una alcohólica”.

 

Bibliografía

  • DSM-IV, Breviario, Criterios diagnósticos, pág.37, 108. 112, ed. Masson 1995.
  • Laurent Eric, “El agujero negro de las vanidades”, artículo EOL Postal, traducción de G. Brodsky.
  • Laurent Eric, Psicoanálisis y salud Mental, El psicoanalista, el ámbito de la Salud Mental y sus regalas, pág. 86, ed. Tres Haches 2000.
  • Ibid, “Posición del analista en el campo de la Salud Mental”, pág. 50, ed. Tres Haches 2000.

 

 
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