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Historia, géneros, discursos

Dr. Emilio Vaschetto
Vicepresidente del capítulo de Historia y Epistemología de la APsA
Miembro del Centro Descartes

Puesto que la cuestión del género nunca es sencillamente una función de diferencias materiales, un análisis que sea de los discursos podría explicarnos de qué manera la asunción del sexo se materializa. Así también en las diferentes figuras de lo femenino vamos a encontrar esa tensión entre lo singular de una mujer y el ideal para todas. Un rastreo sobre diferentes momentos históricos de mujeres en nuestro país, sobre figuras de lo femenino, podría quizás darnos un indicio acerca de la subjetividad de la época actual puesto que existe un nuevo contexto de prácticas e instituciones que nos plantean la necesidad de reconstruir el horizonte de discusión. Vemos los desarrollos sobre género y los estudios keer que balizan el camino.
A tal fin voy a tomar, siguiendo a M.L. Femenías, tres escenas de feminismo en Argentina: la “mujer ilustrada” (siglo XIX) la “voz crítica” de la mujer anarquista (fines del siglo XIX principios del XX) y las “madres de la memoria” (surgido durante la dictadura de 1976 -este último quedará destinado a una investigación futura).


La mujer ilustrada y la transformación de la intimidad

A mediados del siglo XIX un pequeño grupo de mujeres comienzaban a liderar la escena nacional poniendo de relieve un nuevo papel de la mujer. Surge la mujer ilustrada como un lugar de fuerte crítica al discurso sectario nacional, a la enseñanza religiosa y sobre todo al papel de relegamiento de dicho género.
Vamos a resaltar dos aspectos que a nuestro parecer nos parecen relevantes en cuanto al contexto: la violación del mandato de silencio y la transformación de la intimidad.
La nueva imagen de la mujer aparece en los intersticios de la retórica de los “varones”. El saber, que era una cuestión de hombres, es tomado por estas mujeres para alzar la voz y tomar estado público. Se abre entonces un tercer espacio ante la dicotomía instaurada como civilización versus barbarie que identificaba a la mujer en el contrapunto nefasto.
Los ideales destilados por la revolución francesa en eco tardío en nuestro país eran subsumidos en esta incipiente forma feminista. Los principios revolucionarios “igualdad, libertad y fraternidad” que hasta entonces se mantenían en un espacio estrecho y que, en virtud del último de ellos, excluían a la mujer a la categoría de fráteres como ámbito privado de la maternidad; no estaban exentos de contradicciones. Son estas mismas contradicciones las que marcan de alguna manera la condición de posibilidad de este feminismo originario.
Decíamos la violación del mandato de silencio, ya que la mujer cuya vocación principal de la época (s. XIX) era la crianza de los hijos, adquiere estado público vía la conferencia (género ajeno a la naturaleza femenina) y las revistas de mujeres.
Juana Manso, quien dirige la publicación “Album de señoritas” (1854), se propone una empresa casi imposible para la época: la igualdad de los sexos: “Dios no es contradictorio en sus obras –dice en su primera publicación- y cuando formó el alma no le dio sexo”. Tenía que lograr descentrar a la mujer del régimen mundano al que había sido confinada por su instinto para catapultarla a la razón: “Todos mis esfuerzos serán consagrados a la ilustración de mis compatriotas y tenderán a un único propósito –Emanciparlas de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia”. Póngase el acento en la palabra Ilustración.
Desde luego que la emancipación no era su única lucha. Una política de panamericanismo mediante la defensa del derecho del otro a hablar su propia lengua, la utopía de una consolidación del discurso nacional (por lo cual hay que decir y escribir bien lo que se dice) se amalgamaban a la lucha por los derechos de la mujer.
Manso, al igual que Juana Manuela Gorriti compañera de redacción, si bien se casaron y tuvieron hijos, no se replegaron a la maternidad sino que entablaron un diálogo fluido con algunos varones forjadores de la patria. Tal vez con la mirada puesta más que en el viejo continente, en los EEUU como ideal de ejercicio democrático y de derechos de las mujeres.
Decíamos de Juana Manuela Gorriti. Nacida a pocos días de la independencia política (que paradójicamente traería junto a los códigos civiles nuevas formas de opresión femeninas impuestas consuetudinariamente por la sociedad patriarcal), su necesidad de autonomía estaba al parecer motivada por reiterados conflictos matrimoniales, lo cual hizo que los rumores y los chismes ventilaran los entretelones de la relación matrimonial traspasando el espacio privado. Probables engaños por parte de su marido Belzú, pero también posibles amoríos de ella con el entonces presidente del Perú Ballivián, la ubicaban en pie de igualdad ante sus congéneres.
Un escrito anunciaba precozmente la provocación al mandato de silencio, en 1835 había publicado “Lo íntimo”, relato que desnudaba experiencias y confesiones entre las cuales evocaría las de una monjita amiga llamada Isabel Serrano.
Una de las primeras novelas latinoamericanas, escrita por Gorriti, titulada “La quena” recibió una acogida dispar. Mientras la censura ejercida por el ala conservadora había catalogado algunas escenas como inmorales, el sector más liberal –conformado por la generación de jóvenes románticos- la consideraba “la más bella novela escrita en América después de María de Jorge Isaacs”. La denuncia social y moral, la exaltación de lo autóctono, se entremezclan en una parodia autobiográfica que no dejó de incomodar a los sectores más conservadores del país. Lo más íntimo adquiere una dimensión popular, circula el folletín como vehículo de la novela –aparece en la parte inferior de las páginas de los diarios- trastocando las costumbres domésticas.
“El carácter intrínsecamente subversivo del hecho complejo del amor romántico quedó frustrado por la asociación del amor con el matrimonio y la maternidad; y por la idea de que el amor verdadero, una vez encontrado es para siempre” (Giddens). La sexualidad femenina quedaba silenciada en los confines del matrimonio, con el mote de “mujer respetable”, madre y dadora de hijos. Al mismo tiempo esto “le permitía a los hombres mantener su distancia del reino de la intimidad y mantener la condición de casada como objetivo primario de las mujeres” (Giddens).
Los relatos femeninos, génesis mismo de la novela, transgredieron ese hermetismo, vía la ilustración, poniendo de manifiesto un novedoso papel del género femenino y lo asimétrico de las relaciones entre los sexos.

La voz crítica y las herejías del cuerpo

A fines del XIX y principios del XX, una voz se impone en el feminismo incipiente. Ya no se trata de las conferencias de Manso ni de los salones literarios de Gorriti. Son los alegatos de mujeres anarquistas que en forma anónima exigen la abolición del estado y la libertad completa para las mujeres obreras. Rechazaron la denominación burguesa de “feministas”, para llamarse como “clase trabajadora” y así denunciar la ceguera genérica de sus compañeros a los que no dudan en llamar como pseudo anarquistas.
Esta libertad completa, ya no tiene el sentido que le otorgaba el ideal iluminista sino que se refiere a la “libre expresión del cuerpo de la mujer” en congruencia con un rechazo fuerte al matrimonio y el hogar.
De esta manera se habilita toda una discusión acerca del deseo y la satisfacción propugnando el autoerotismo, la libre expresión del placer y el privilegio al goce femenino. Coincidimos con la tesis de Graciela Musachi en su libro Mujeres en movimiento donde destaca que el significante del feminismo “nombra la respuesta más articulada de las mujeres del fin de siglo XIX a su propio vacío”.

En la primer tirada del diario anarco-feminista denominado La voz de la mujer (1896) aparece lo siguiente firmado por “La redacción”: “Pero es preciso señores. Cangrejos, y no anarquistas como mal os llamais, pues de tales teneis tanto como nosotras de frailes, es preciso que sepais de una vez que esta máquina de vuestros placeres, este lindo molde que vosotros corrompeis esta sufre de dolores de humanidad, está ya hastiada de ser un cero a vuestro lado, es preciso ¡oh falsos anarquistas! Que comprendais una vez por todas que nuestra misión no se reduce a criar nuestros hijos y lavaros la roña, que nosotras también tenemos derecho a emanciparnos y ser libres de toda clase de tutelaje ya sea social económico o marital”.
Para ahondar aún más podríamos tomar otro artículo del mismo diario, dice la anónima: “Busca en la masturbación un lenitivo a tus voluptuosas ansias. Hazlo todo, todo menos amar hasta que te amen”.
Bajo el significante “anarquistas”, estas mujeres se emancipaban del otro sexo que las sometía, quedando libradas así a un goce por fuera del intercambio.
Queda de alguna manera expuesto el goce femenino como algo cerrado sobre sí mismo el cual, como señala G. Musachi, J. Lacan (58’) lo pone en relación inexistente con la función fálica como otro goce (suplementario) que produce, en el caso de una mujer, esta división en ella “misma” realizada por intermedio del hombre que la ha erigido como suya: ella se convierte en Otro para sí misma como lo es para él (Ideas directivas...).
Obsérvese que Musachi acentúa el “misma”, ya que lo que queda expresado aquí es la división subjetiva pero también hay que decir que esta esfera propia y del Otro no podría haber surgido sino mediante la operación del psicoanálisis - en ciernes en aquél momento- principalmente por un cuestionamiento radical a la concepción del yo moderno.
La intimidad de las mujeres anarquistas queda declarada en un “para todas el goce del cuerpo propio”, si bien la anatomía no fue ni será necesariamente garantía de destino.
“Ni Dios, ni Amo, ni Marido” es el lema que enunciado por aquella voz supone una denuncia de clase (explotadores y explotadas), una posición frente al saber (ya no necesariamente ilustrado) y una relación particular al goce. El matrimonio que hasta allí era corolario del amor romántico, termina entonces en prostitución “Jóvenes, niñas, mujeres en general –declama uno de los escritos- si no quereis convertiros en prostitutas, en esclavos sin voluntad de pensar ni sentir ¡no os caseis!”.

Como es evidente, el desarrollo de esta corriente de mujeres fue muy exiguo. Apenas nueve números y una escasa repercusión inclusive dentro del mismo movimiento anarquista.
Había un aparato discursivo muy sólido que hegemonizaba lo que podía decirse acerca de la mujer, lo femenino y más aún los cuerpos. Me refiero a la medicina del siglo XIX y XX “En el marco de la consolidación del Estado, la corporación médica asoció la feminidad en el comportamiento con ciertas características corporales, como la presencia de la vagina y los caracteres sexuales secundarios. El saber biológico en torno al cuerpo generaba afirmaciones imperativas que sostenían lo que las mujeres debían hacer y aquello que era incorrecto”. (Pablo Ben) Como habíamos mencionado anteriormente, la maternidad era una ley natural, la mujer tenía una sensibilidad biológica para tener hijos y tanto la anatomía como la fisiología, ciencias de un desarrollo extraordinario en estos siglos, legitimaban y daban el estatuto de verdad y objetividad. Nombraban a lo femenino como una "fatalidad objetiva” debido a una debilidad constitutiva. Las mujeres que no querían encargarse del trabajo implicado en la crianza de los hijos eran acusadas de “oposición mórbida a la maternidad”.
Ahora bien, la dicotomía anatómica de los sexos podía desestabilizarse y es así que alguien que legalmente estaba considerada como mujer, podía presentarse ante el médico solicitando una operación que se le devuelva su “verdadero sexo” puesto que se considera masculino.
El cuerpo que antes presentaba la visión de una verdad podía manifestarse equívoco en los casos de hermafroditismo, por ello debía ser silenciado y execrado al dominio de la teratología. La biunivocidad entre biología y fenómenos psíquicos constituía un espacio semántico que hacía decir al cuerpo lo que era femenino y lo que era perverso –notables ejemplos destila la Psicopatología de las funciones sexuales de José Ingenieros (1910).
La bisexualidad, aceptada sólo en el origen de la evolución natural, ya había sido conceptualizada por Freud para explicar las elecciones de objeto. Lo importante radica en la declaración subjetiva de pertenencia a un sexo.

Una de las escenas que más dominaron el ámbito de lo íntimo y más renuentes a la praxis médica fue el parto. El sistema sanitario en las primeras décadas del siglo XIX (ya instalado el Protomedicato) no fue un aliado eficaz para garantizar seguridades que no poseyera cualquier mujer en una situación de parto domiciliario. Fue necesario que ingresara el poder médico mediante cuestiones complejas tales como las “maniobras extractivas internas”. Vale decir que es desde la perspectiva quirúrgica, a punto de partida de una modificación de las estructuras de visibilidad (Foulcault), donde se inaugura un nuevo discurso (obstétrico) desplazando al saber profano de las parteras.
Sin embargo hay que destacar que a pesar de esto y del auge de las maternidades una gran mayoría de las mujeres iban a ir a parir a su casa asistidas por comadronas de barrio. El difícil arte de encauzar el cuerpo femenino provocaba la fascinación de una mirada que tiene donde hurgar, aunque no fue bajo el precio que la institución médica tuvo que pagar, no sólo por las muertes sino también por las locuras. Véase la importancia que toman en ese periodo las locuras puerperales. Las parturientas se descompletan sin el soporte de la mirada de la comadre que en el momento de la separación entre el objeto imaginario –que es el niño que colma su deseo- y el objeto real (el producto) abre un inquietante hiato (P. Lemoine).
Se atraviesa entonces, ya amanecido el siglo XX, un cuerpo –el de la embarazada-considerado como enfermo, inaugurándose una nueva manera de dar a luz: un nuevo espacio, las maternidades (se inaugura la maternidad del Htal. Fernández en 1912 con un personal dedicado exclusivamente a las parturientas); otra visibilidad, se interviene en forma directa sobre un cuerpo manejable, con métodos específicos y medicamentos de probada eficacia. Definitivamente quedaba atrás una historia de intimidades compartidas en el mundo privado.-

Bibliografía:

1) Buttler, Judith, Cuerpos que importan, ed. Paidós, Buenos Aires, 2002.
2) Femenías, María Luisa, Perfiles del feminismo iberoamericano, ed. Catálogos, Buenos Aires, 2002.
3) Freud, Sigmund, Tres ensayos para una teoría sexual, ed. Amorrortu.
4) Foulcault Michel, El nacimiento de la clínica, ed. Siglo XXI.
5) Giddens, Anthony, La transformación de la intimidad, ed. Cátedra, Madrid, 1992.
6) Historia de las mujeres en la Argentina, Autores varios, ed. Taurus, Buenos Aires, 2000.
7) Juana Manuela Gorriti, Autores Varios, ed. Planteta, Madrid, 2001.
8) Musachi, Graciela, Mujeres en movimiento. Eróticas de un siglo a otro. Ed. FCE, Buenos Aires, 2001.
9) Lacan, Jacques, Aun. El seminario libro XX, ed. Paidós.
10) Lacan, Jacques, Escritos I y II, ed. Siglo XXI.
11) Laurent, Eric, Posiciones femmeninas del ser, ed. Tres haches.
12) Lemoine-Luccioni, Eugénie, La partición de las mujeres, ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
13) Maciello, Francine, La mujer y el espacio público, ed. Feminaria, Buenos Aires, 1994.
14) Ringuelet, Giséle, Mujeres contemporáneas, Trabajo presentado en las Jornadas de investigación de la Asociación de Psiconálisis de La Plata, Noviembre de 2002.

Trabajo presentado en el
IV ENCUENTRO ARGENTINO DE HISTORIA DE LA PSIQUIATRIA, LA PSICOLOGIA Y EL PSICOANALISIS Rosario – Diciembre de 2003 – Mar del Plata – Abril 2004

 

 
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