POLÍTICA, PSIQUIATRÍA Y PSICOANÁLISIS.
EL CASO DE LAS MEMORIAS DEL LANUS 1
SERGIO E. VISACOVSKY* / UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Me gustaría empezar comentando mi sensación de frustración o insatisfacción por el modo en que se ha producido hasta aquí la recepción de mi libro El Lanús (2002) (2). Inicialmente, debo confesar que tenía la pretensión de que fuese leído por un público vinculado al tipo de temáticas en las que yo quise, explícitamente, intervenir, tales como la memoria social, la dimensión política, los intelectuales. Sin embargo, al cabo de un par de años (quizá, pocos para sacar una conclusión), creo que aún no he tenido éxito en relación con dichas expectativas. Por supuesto, digo esto con plena conciencia de la autonomía que adquiere toda obra respecto a sus pretensiones autorales, pero no puedo dejar de expresar este malestar.
No quisiera que esto se malinterprete. El libro sí ha tenido una mayor difusión dentro de lo que habitualmente llamamos el mundo “psi”, tanto psicoanalítico como no psicoanalítico. Esto es importante, porque me ofrece una pista para entender cuál ha sido la línea interpretativa prevaleciente a la hora de identificar a los interesados en el texto: éste ha sido visto como una contribución a la historia del psicoanálisis en la Argentina, básicamente, aunque también de otras expresiones clínicas o terapéuticas, relacionadas con el mundo hospitalario público, principalmente. Pues bien, si esto ocurre, no creo que deba desentenderme de la cuestión; de hecho, el libro toma por objeto un conjunto de experiencias que desde hace tiempo, mucho antes que yo me propusiera escribir algo en relación a las mismas, se las incluía como un capítulo de la señalada historia del psicoanálisis en la Argentina. Por ende, un poco porque así lo han querido buena parte de los lectores, otro poco porque, de hecho, por la propia temática empírica del libro así lo impone, la obra se agrega a la bibliografía existente sobre la conformación del campo “psi” en la Argentina, y dentro de él, muy en especial, del psicoanálisis. En tal sentido, una de sus lecturas será, pues, si constituye o no una contribución a dicha historia; si lo es, por qué lo es; finalmente, cómo está contribuyendo.
En otros términos, ¿ayuda este libro a entender algo respecto a la presencia del psicoanálisis en nuestro país? ¿Responde algunas de las preguntas que muchos, incluidos los psicoanalistas, se han formulado, en torno a su oficio? ¿Permite entender algo de la extraordinaria difusión del psicoanálisis en la Argentina? ¿Confirma o desestima aquellas tesis que la explican apelando a la existencia de alguna peculiaridad argentina? Yo temo que desde ese punto de vista, el libro puede llegar a ser frustrante. Al contrario, pareciera, en verdad, que se desentendiese de estas cuestiones. Pero, en realidad, yo he tenido estas preguntas en mi cabeza todo el tiempo. Cuanto más leía y más escuchaba explicaciones proporcionadas por expertos del mundo “psi”, más entendía que debía alejarme de la tentación de responderlas. O mejor dicho, de armar mi plan de trabajo en función de ellas. La dificultad que afrontaba era: ¿cómo podía responder dichos interrogantes sin dejar de considerar la historia del psicoanálisis como un todo homogéneo? ¿Cómo podía hacerlo sin concebir cada momento particular del mismo, como conservando un principio esencial, inalterable, permanente?
Por la tónica de mis preguntas, mi invitación fue empezar a interrogar situaciones específicas, modos de existencia real y particular del psicoanálisis en la Argentina, que permitiesen estudiar sus condiciones de producción y la variedad de maneras de existir “psicoanalíticos” adoptados en cada contexto singular. Pues bien, este sería mi perspectiva sobre el Lanús: una de los formas de existencia real que el psicoanálisis asumió en la Argentina. Esta visión se veía apoyada no en una decisión a priori, de acuerdo a la cual yo había determinado que el Lanús tenía tal naturaleza, sino que eran los propios relatos de los involucrados directos los que asociaban al Lanús con el psicoanálisis, de muy diversos modos.
Ahora bien, para que este enfoque funcionase, era necesario que yo dejase de saber, preguntarme o intentar establecer qué era y qué no era psicoanálisis. Mi rol analítico no podía funcionar si yo no consideraba ese viejo consejo de Claude Lévi-Strauss para entender el significado de los relatos llamados “míticos”, según el cual el mito es el conjunto de sus versiones; en nuestro caso, todos las versiones del psicoanálisis eran psicoanálisis. De tal modo, la pretensión legítima que todo participante del campo psicoanalítico posee -saber, preguntarse o intentar establecer qué era y qué no era “verdadero” psicoanálisis-, exigía ser abandonada, en procura de alcanzar una posición analítica.
Es en esta clave que yo leo la invocación a Mauricio Goldenberg, el fundador del Lanús, como padre de una genealogía psicoanalítica, cuyos eslabones previos son dos de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Enrique Pichón Riviere y Céles Cárcamo, por ejemplo. Uno puede constatar fácilmente que Goldenberg nunca fue psicoanalista, que nunca escribió como psicoanalista, que incluso mantuvo una relación ambigua y contradictoria con el psicoanálisis. Sin embargo, cuando yo escuchaba a quienes apelaban a Goldenberg como padre de una genealogía psicoanalítica, a quienes lo recordaban aconsejando a los médicos que habían trabajado con él en el servicio del Lanús en la primera mitad de los 1960 para que iniciasen un entrenamiento psicoanalítico en la APA; o a quienes lo habían oído o leído en los años 1990, definirse como psicoanalista, poco a poco fui entendiendo que mi función no radicaba en evaluar y descalificar estas asociaciones, sino en estudiar cómo habrían sido producidas, en qué contextos se empleaban, y con qué efectos concretos en el presente.
Del mismo modo enfoqué la manera en que el Lanús ha sido ligado a la polémica inaugurada a comienzos de los años 1980, y con vigencia aún en los años 1990, en torno a la difusión del lacanismo en la Argentina. Como se sabe, durante los años 1980 se expandió una versión, de acuerdo a la cual el éxito del lacanismo estaba vinculado temporal e ideológicamente a la última dictadura militar. Lo que hice, como en el caso de Goldenberg, fue tratar de entender bajo qué condiciones se había producido la recepción y difusión del lacanismo en la Argentina más tempranamente, en los años 1960, e interrogarme qué sentido tendría, y qué consecuencias, asociar o desligar al lacanismo de ese otro epidosio/significante, la “dictadura militar”. Y aquí, quiero volver al comienzo, cuando comentaba que una de mis mayores pretensiones era contribuir al campo de investigaciones que se han propuesto entender cuáles han sido los efectos, experiencias, elaboraciones, respecto al período 1976-1983, que suelen denominarse “memoria/s sobre la última dictadura militar”. Y los dos casos que estoy mencionando –la invocación a Goldenberg como padre de una genealogía psicoanalítica, y la querella en torno al lacanismo–, tienen sentido para mí en función de que me han permitido estudiar esta problemática, a la que yo llamaría “modos de experimentar el pasado”. Sólo que yo he querido establecer una diferencia respecto a los modos usuales de tratar la cuestión.
Existe un consenso instaurado a partir de la llamada “transición democrática” (ese indeterminado tiempo inaugurado tras la Guerra de Malvinas en 1982), según el cual la experiencia de la última dictadura militar, sus dimensiones inhumanas, fueron de naturaleza tal que produjeron una ruptura crucial con el pasado político nacional, un antes y un después. Aún hoy, el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983) es visto por muchos estudiosos como una instancia catastrófica, que provocó una disrupción inédita en la historia argentina, un impacto que imprimió sus huellas de modo único y permanente en las conciencias, alterando en modo radical interpretaciones previas del pasado y marcando el destino, para siempre, de las futuras. Pero, ¿no estaría esto suponiendo que existen formas de experiencia que se producen en una suerte de vacío, sin precondiciones sociales y simbólicas? Mi idea es totalmente diferente; toda experiencia es producida bajo ciertas precondiciones, que son del orden del presente, y que toda experiencia se vuelve precondición de experiencias futuras.
Desde esta perspectiva, la asociación de Goldenberg con la “democracia” constituye un producto forjado inicialmente durante el pos-peronismo (esto es, después de 1955), pero cuyo sentido variaría profundamente en diferentes momentos. Así, durante la primera mitad de los 1960, se hablará del “modelo democrático” del servicio del Lanús. Luego, en 1967, durante el gobierno militar de la autodenominada “Revolución Argentina”, el Secretario de Salud Pública de la entonces Municipalidad de Buenos Aires, Carlos García Díaz, convocó a Goldenberg como Jefe del Departamento de Salud Mental, quien, con un equipo de colaboradores, llevó a cabo importantes cambios en la estructura y funcionamiento de la atención (como la creación de servicios de Psicopatología en Hospitales Generales y Centros de Salud Mental). Pero en 1968, Goldenberg debió renunciar como miembro de la recién creada Federación Argentina de Psiquiatras, tras invitar al director del Instituto Nacional de Salud Mental, el coronel médico (RE) Julio Ricardo Estévez, a una conferencia en la ciudad de Mar del Plata, de cuya comisión organizadora era presidente. Posteriormente, en 1983, Goldenberg retornó con otro conjunto de colaboradores como parte de un proyecto “restaurador” de la democracia, en la que su relación con los gobiernos de la “Revolución Libertadora” o la “Revolución Argentina” no resultaban problemáticos. Por último, en 1992, Goldenberg y el Lanús eran consagrados en una impresionante conmemoración como la expresión progresista y democrática del psicoanálisis en la Argentina, en oposición no sólo a las instituciones asilares, sino también al lacanismo. Estos cambios muestran, por un lado, cómo las condiciones del presente fueron determinantes para las elaboraciones del pasado; pero, también, las exigencias a las que nos hemos visto enfrentados todos, de diferentes maneras, para resolver las paradojas a las que nos veíamos enfrentados a la hora de formular versiones plausibles del pasado en términos del presente y, a la vez, conciliarlas con las versiones que aún podían ofrecerse disponibles para la interpretación del pasado nacional.
Puede entenderse, así, cómo el pasado político fue empleado para delimitar en los propios campos expertos, formas puras e impuras, formas limpias y contaminadas, formas aceptables e inaceptables, por ejemplo, de “ser psicoanalista”. La apelación al pasado político nacional y, en especial, la asociación con la última dictadura militar, pretendieron tener efectos sobre el presente. Este es un aspecto poco analizado en los estudios locales, tanto sobre “memoria” como sobre los llamados “campos intelectuales o expertos”. Lo que quise destacar a través del Lanús es hasta qué punto estos estudios están realizados desde perspectivas que no interrogan sus condiciones de producción y uso, y, por lo tanto, reproducen las voces de los agentes sociales estudiados. Dicho de otro modo: al igual que con las acusaciones al lacanismo, los estudios participan de las luchas clasificatorias por la imposición de un modo auténtico, verdadero y aceptable de pensar el pasado, y con ello, de sus identidades y posiciones presentes.
1 La siguiente es una reelaboración de la presentación brindada el 26 de octubre del 2004 en la Fundación Descartes, junto Germán García y Marcelo Izaguirre , a quienes les estoy especialmente agradecido por su invitación.
Una primera versión fue publicada en el periódico Etcétera Nro. 57. Bs. As. enero de 2005.
* Profesor Adjunto Regular, Departamento de Ciencias Antropológicas (UBA). Profesor en la Maestría en Antropología Social (IDES/IDAES-UNSAM).
2 El Lanús. Memoria y política en la construcción de una tradición psiquiátrica y psicoanalítica en la Argentina (Buenos Aires, Alianza, 2002).
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