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ENTREVISTA A JEAN CLAUDE MALEVAL * POR MARIO SANCHEZ * Particularidades del uso de drogas en las psicosisIntroducción Esta entrevista fue realizada en el año 2001. Francia contaba entonces con sólo seis años de experiencia en el tratamiento a base de medicamentos a usuarios de drogas. El interés era por esta razón, al menos doble: ¿cuál era el punto de vista de un gran semiólogo de la psicosis acerca de los usos de drogas en esta estructura? Por otra parte, ¿el psicoanálisis había integrado alguna evolución a su configuración teórica de la antiguamente llamada “toxicomanía”? La sensación es que la aprehensión del uso de drogas por los psicoanalistas podría ser a veces simplista. Tratando de reducir a estos pacientes a un cuadro de tratamiento dado, el psicoanalista terminaría por no poder aportar nada más que sus suposiciones, u otras interpretaciones fallidas. Le realidad nos solicita en el largo término, nos solicita más allá de lo que podemos “creer”. Pensamos, desde hace ya varios años, que nuestra responsabilidad esta comprometida en el hecho de poder traer claridad y eficacia en el fango de las adicciones. El psicoanálisis tiene las armas que permitirían establecer la semiología clínica precisa de lo que estas personas viven, y de lo que las fuerza a consumir. No siempre tuvo, el psicoanálisis, la humildad y el tesón que le permitirían llegar a esta realización. Es la razón por la cual fuimos a ver a Rennes al señor Maleval, a quien le estamos agradecidos por su trabajo, por su honestidad intelectual y su simplicidad. Esperamos que este intercambio de ideas, este encuentro entre dos lógicas, concéntricas y disjuntas, pueda aportar al debate “sérieux”, en el sentido de Jacques Lacan, de la ideas. Mario Sánchez
Mario Sánchez: ¿Piensa usted que el uso de drogas, en el marco de las psicosis, encuentra su explicación del lado de la funcionalidad clásica de los movimientos de la evolución psíquica, a saber, por ejemplo, la identificación y la suplencia? Jean-Claude Maleval : Este es un punto de debate: ¿el uso de drogas puede servir de suplencia? En un primer abordaje soy un poco reticente a esta idea, siendo que el uso de drogas tiene por efecto la liberación de un goce ilimitado. La idea que una liberación de un goce Otro, un goce no falicizado, podría estabilizar al sujeto psicótico, no tiene nada de evidente. En un cierto número de casos parecería que la identificación al toxicómano, que permite el lazo social, tuviere una función estabilizadora. No podemos decir esto, rigurosamente, fuera del estudio de casos precisos. El uso de drogas puede ser tanto función de suplencia como ser la causa de un desencadenamiento psicótico. Sin embargo, esta última opción es menos frecuente de lo que podría pensarse. Los estudios han demostrado que el consumo de drogas no constituye un desencadenamiento clásico de las psicosis. El fenómeno se presenta aún relativamente raro. En todo caso, el efecto principal que podríamos describir es el de portar un perjuicio a las identificaciones imaginarias. MS: Los dos principios que usted enuncia me interesan, puesto que tocan a presupuestos y deducciones frecuentes, que han contribuido a una verdadera mistificación acerca del uso de drogas. ¿Podríamos realmente pensar que un sujeto psicótico buscaría intencionalmente, a través del uso de substancias, “liberar” el goce Otro, propio de la psicosis, con el corolario de angustia que le es propio? JCM: Podría ser que fuere esto lo que busque, no intencionalmente, sino por intermedio de una búsqueda de placer, o por lo menos de un alivio de la tensión psíquica... En todo caso, no es esta búsqueda lo que lo estabiliza. MS: Tomemos un ejemplo. Un hombre pasa de un modo no productivo de esquizofrenia, por lo tanto sin que esta sea deficitaria, a una visión – en tanto que fenómeno elemental – que lo confirma como paranoico. Consumiendo cocaína, el goce se limita, e identifica al perseguidor bajo la forma imaginaria de un cierto grupo de características, tal como llevar tal tipo de zapatos, tal tipo de pantalones y de camperas... Al cabo de tres días de consumo incesante de cocaína, él los ve la puerta de su casa, desde la ventana. Probablemente no están ahí. Este uso de la cocaína permitió, diríamos, desimaginarizar la relación al otro. Sin embargo, una vieja idea que circula acerca de “los toxicómanos” y que incluye esa noción justifica el consumo a través de una “identificación posible”. JCM: Efectivamente, esto puede parecer contradictorio. Hay que distinguir indudablemente diversos momentos, diversas posiciones subjetivas del dicho toxicómano. El momento del consumo de drogas puede hacer caer ciertas identificaciones, pero el sujeto no está permanentemente bajo el efecto de éstas. Es asimismo frecuente que esto sea sólo de manera intermitente. El sujeto puede encontrar en un grupo consolidado alrededor del consumo de drogas, ideales e identificaciones estabilizadoras, teniendo solamente un consumo moderado. Es por esto que, paradójicamente, el uso de drogas puede en ciertos momentos llevar a atentar contra las identificaciones imaginarias del sujeto y en otros momentos a confortarlas. La respuesta no es tan simple. MS: Si se tratase de un mecanismo psíquico de identificación, él sujeto debería advenir, en un cierto punto, toxicómano sin tener que utilizar drogas. JCM: Absolutamente. No creo que el primer objetivo de su integración a un grupo sea la búsqueda de una identificación. Lo que lo motiva es más bien liberar los límites del goce fálico, y de hecho apelar a un goce Otro. Por lo que concierne al sujeto psicótico, la ley de castración del deseo es desfalleciente: el falo simbólico no está en su lugar, pero en ciertos casos una compensación imaginaria de la función fálica se instaura. Un sujeto psicótico puede experimentar la necesidad de desbordar de su condición a la espera de acceder al Otro goce – sin adivinar la proximidad de esto con la angustia. Eso que él busca no es una identificación, sino concientemente, una satisfacción que desborde eso que él conoce cotidianamente. Para lograrlo, él deberá ir a la búsqueda de una droga donde sabe que la conseguirá. Es lo que incita a un cierto número de toxicómanos a inscribirse en un lazo social. En esta búsqueda, a pesar del goce ilimitado que la motiva, puede ocurrir que estos sujetos encuentren ideales que exalten fácilmente una vida fraternal y marginal, donde algunos de ellos encuentran su refugio.
MS: ¿Piensa usted que utilizando el psicoanálisis para inteligir lo que el uso de drogas implica en las psicosis, no nos arriesgamos una adaptación ortopédica de la suplencia? JCM: Me resulta difícil aprehender esta idea que la droga pueda permitir la elaboración de una suplencia. Me gustaría que se divulgara, si existiese, una sola observación precisa que permita establecerlo o al menos debatirlo. No hay duda que eso incitaría a un examen crítico de la acepción dada al término suplencia, que desde hace algunos años, parece haber sufrido una cierta inflación. Algunos hablan inclusive de suplencia por lo imaginario, por lo simbólico y por lo real. Lacantenía de esto una aproximación más limitada. Según lo que él ha despejado a propósito de Joyce, la suplencia posee tres características mayores: se trata de una invención del sujeto, permite atemperar el goce y guarda una marca de lo que ella suple. Esta es una definición estricta de la suplencia. Tomando el concepto en esta definición rigurosa, parece difícil concebir que la droga pueda tener una función de suplencia. En contrapartida, si se le da una acepción más amplia a la suplencia, ésta permitirá abrir algunas perspectivas sobre la conducción de curas de psicóticos. ¿Deberíamos considerar, por ejemplo, que las identificaciones imaginarias puedan tener función de suplencia? A este respecto en el Seminario III, Lacanhabla tempranamente de “compensación” gracias a las identificaciones imaginarias. Mejor sería entonces distinguirlas de las suplencias en un sentido estricto. Estas últimas son más sólidas que las otras. Aún cuando las identificaciones imaginarias puedan servir de soporte para una estabilización, no dejan de ser lábiles, inestables, y supeditadas al azar. MS: Ciertos analistas sostienen que en la dependencia, el producto no cuenta, y que “lo toxicómano” se juega en lo psíquico y no en lo material de la droga consumida. ¿Para usted el producto no sería aleatorio y sin razón, y cumple una función? JCM: Me parece difícil de imaginar que la función del producto sea aleatoria. El LSD no es el Cannabis. Sus efectos sobre el psiquismo no son los mismos, y los de los neurolépticos o los del alcohol son asimismo diferentes. Ciertamente, estos productos se inscriben en las tres dimensiones: imaginaria, simbólica y real, y no hay que desatender esta última. Podemos intervenir también sobre lo real: es comúnmente admitido que los neurolépticos llegan a atemperar el goce deslocalizado. No se debe limitar el sujeto a lo simbólico. Esto es visible, en la esquizofrenia, gracias a los trabajos que estudian la noción de herencia y de gemelos monocigotas. Todas las estadísticas concuerdan sobre el hecho que un elemento genético interviene. Son datos precisos. Hay una articulación entre lo simbólico que juega de manera muy importante, y un elemento real, ligado a la herencia. Lo imaginario puede atemperar los problemas, o al contrario, puede no estar a la altura para oponerse a ello. Hay que articular las tres dimensiones, pero lo real posee su especificidad. Cada uno puede tener la experiencia de que el alcohol no es el LSD. Aún para el toxicómano, las distintas drogas no son equivalentes. MS: El uso de productos psicoactivos tiene una razón de ser en lo que se podría llamar el advenimiento psíquico. En la evolución psicótica encuentro permanentemente a gente que navega durante algunos años en una suspensión en donde están entre la perplejidad y el enigma 1 , evitando con prudencia la causalidad, pendiente que los llevaría a verbalizar la formula del enigma. Tomo el caso de una joven de 24 años. Ella comenzó a consumir cocaína a partir del momento en que se prostituye, bajo la forma de “crack”. De buena familia, estaba sostenida por una identificación a su padrastro, el segundo marido de la madre. El padre se fue, la madre se juntó con otro hombre que ella invistió muy decididamente en este lugar. Se identificó con él al punto de seguir estudios en la misma rama que ese hombre, era la primera de la clase, y hacía gala de gran rigor... Esta mujer se enojó con su padrastro. A partir de ese momento, ella rompe con la “pequeño-pipí” 2. JCM: Con lo que hacía en ella “oficio de”... Probablemente, la identificación con su padrastro. MS: Ese hombre funcionó como un modelo contrario a lo que ella es hoy día. Hoy vive limitada a la mirada cotidiana de su padre biológico o de su madre. El padre, con quien ella no vive más, se va de vacaciones por cinco días. Son cinco días de alcoholización, de dormir con pesadillas espantosas. El padre vuelve, y eso termina. JCM: ¿cuál es la utilización de las drogas en este caso? MS: en este caso, el inicio fue el uso de heroína, pasaje a la prostitución a través del “crack”, cocaína fumada, que tiene un efecto más parecido al de la heroína, contrariamente a la cocaína aspirada por la nariz. La heroína está más del lado del repliegue. Aún si la sociabilidad continúa, hay una distancia con la mirada del otro, con la relación del deseo que la dimensión del otro instaura. Esta mujer llega a la prostitución, muy orgullosa de haber sido la prostituta que hacía más plata de todo su barrio. Su madre intentaba ir a buscarla, pero sin resultados. Hasta el momento en que el padre biológico interviene. Tratando de parar la cocaína, ella se lanza, compulsivamente en el abuso de benzodiacepinas. Comenzamos a tratarla, las cosas se regularizan. Pasa a una hospitalización y es tratada con neurolépticos. No presenta en ningún momento ningún tipo de fenomenología alucinatoria. Simples confusiones, sí, bajo alta dosis de benzodiazepinas. Tal vez, el hecho clínico más interesante es que esta mujer que estaba medianamente estabilizada, gracias a la intervención de un médico –que la solicita en una conversación larga, del lado psicológico y que trata de hacerla reflexionar sobre todo lo que perdió cuando se prostituía– vuelve a descompensarse. En ese momento, nuevamente aumenta las dosis de benzodiacepinas. ¿Diría usted que se trata aquí de reales movimientos del aparato psíquico, tal como usted los conoce? ¿Vendrían aquí las drogas – licitas como ilícitas – a sostener más bien un desplazamiento económico dentro del aparato? Finalmente, ¿puede un producto llegar por algún medio a destituir el Moi de su función de “testimonio”, instancia reguladora del goce y de lo que el sujeto vive, antes de la realidad? JCM: En los estados paroxísticos hay, efectivamente, una disolución del Moi. El sujeto está invadido por algo que lo sobrepasa. No se trata forzosamente de un automatismo mental, en general se emparenta más con un estado onírico. Los indicadores imaginarios son temporalmente rebasados. Pero los efectos son diferentes según los productos. Pero poníamos, hace un instante, el acento sobre el fenómeno inverso, a saber, la función de compensación del uso de la droga en ciertos momentos de la psicosis. Este último tema es mucho menos conocido. Esto es obra de una clínica a explorar. Usted está mejor ubicado que yo para hacerlo, porque su práctica lo lleva a reencontrar muchos más toxicómanos que la mía. MS: Tomemos un caso clínico: nos envían un joven adolescente con problemas escolares. Este joven contradice a la vox populi que en Francia, dijo durante años que el haschisch es una droga que abre el camino de la “identificación al toxicómano” y eventualmente al consumo de otras drogas más duras. Comienza fumando en grupo. Muy rápidamente la cantidad aumenta, la frecuencia también. Más allá del grupo, comienza a fumar solo. Fuma para obtener un beneficio. A partir del momento en el que se le obliga a que deje de fumar cannabis, incapaz de sostener su propia identificación, desencadena una esquizofrenia. Este joven, muy claramente, fumaba justamente para ahorrarse el esfuerzo económico-libidinal de la identificación. JCM: En ese caso, el haschisch parece haber hecho obstáculo al desencadenamiento de la psicosis. Es de los casos interesantes, porque no nos llegan frecuentemente. Y esta nueva visión clínica puede servirnos a entender que, contrariamente a lo que podríamos pensar, el consumo de drogas rara vez desencadena la psicosis. Eso me recuerda también el hecho que desde hace una veintena de años, la mayor parte de los psicóticos que están en análisis toman neurolépticos. Esos medicamentos tienen tendencia a mitigar el goce, es decir, reconducirlo hacia el lado fálico, en todo caso hacia la limitación. Las drogas, llevan, supondríamos a primera vista, al efecto inverso: una liberación de goce, suscitando tanto sentimientos de éxtasis, como la presencia de objetos angustiantes. Sin embargo, es obvio aquí que el sujeto obtiene también este efecto inverso: es concebible que una droga llegue a aliviar el goce. La cuestión de la suplencia podría ser abordada por este sesgo. MS: Quisiera seguir la pista que usted ha abierto. Muchos efectivamente suponen que los usuarios dependientes de distintas drogas acceden a un goce particular en el consumo del producto. Si tenemos en cuenta las observaciones que enunciamos a propósito del uso de drogas en la psicosis, ¿Cómo se podría todavía pensar que para la neurosis habría alguna misteriosa ganancia de goce? JCM: El término ‘goce’ es ambiguo. Se juega sobre la acepción psicoanalítica que se refiere a una tensión frente al objeto, a veces dificultosa, y la acepción corriente del término que se refiere al placer, y a la reducción de la tensión que le precede. Es por esto que yo utilicé antes el término de “satisfacción”. ¿Habría ganancia de satisfacción en el consumo de drogas? Nadie dudaría a afirmar que ciertas drogas puedan procurar satisfacciones excepcionales; lo que es menos conocido, y tal vez más importante, reside en las razones del apego de ciertos sujetos por las drogas, cuando éstas ya no les procuran casi ninguna satisfacción inmediata.
MS: Habiendo leído su trabajo sobre la “Lógica del Delirio”, he podido articular mejor lo que concierne al “aplastamiento del pensamiento”. El ‘pensamiento’ es un término que vuelve a menudo en el decir de mis pacientes. Viven obsesionados por sus propios pensamientos, que les torturan. Es seguramente de su estado psíquico, uno de los elementos que mejor identifican. A la vez, ellos afirman que la heroína, por ejemplo, tendría el poder de “parar el pensamiento”. Evidentemente, éste no se detiene. Sí, se puede remarcar que los productos que consumen tienen el poder de crear, artificialmente, una cierta distancia entre el sujeto y el peso que su pensamiento tenía sobre él. JCM: Un neurótico obsesivo podría decir lo que usted acaba de decirnos, certificándonos su alivio, mientras que el mismo hecho podría ser extremadamente angustiante para un psicótico. Hay que considerar el contexto en el cual esto es dicho, y quién lo dice. Sería imprudente de mi parte buscar aquí una generalización. MS: ¿Piensa usted que es posible que la utilización de drogas pueda instalarse en un punto de la evolución del desencadenamiento de una psicosis, o incluso simplemente en la vida de un psicótico que está confrontado a alguna cosa que retrotrae lo forcluído? Mi hipótesis es que el consumo abusivo de una droga puede intervenir para lograr la economía – en el sentido de una sustracción – de una respuesta, a ese estado de evolución de la psicosis que usted describe como el momento del enigma, o de lo que llama el momento de la perplejidad. ¿Piensa usted que una droga puede ser utilizada con el objetivo de detener esta evolución? JCM: Parece difícil de concebir, a priori, que un producto real pueda hacer de barrera a la perplejidad: no parece que tenga poder para aportar un transplante de simbólico. Una de las características del efecto de las drogas es hacer el impasse sobre el significante, enfrentándose con lo pulsional, y haciendo corto circuito en el fantasma. ¿Cómo podrían estos productos ser utilizados para detener la perplejidad? Puede ser, si consideramos la hipótesis que usted proponía hace un instante, “deteniendo el pensamiento”. Esto nos llevaría del lado del compromiso de las esquizofrenias, buscando hacer advenir la estupefacción para detener el pensamiento. La cosa es concebible, pero mi práctica privada no me dado la oportunidad de la experiencia clínica. MS: Esto representaría una funcionalidad económica: el uso de cierto producto modificaría la economía psíquica de nuestro sujeto, transformando la experiencia que él tendría de ese desencadenamiento. La droga consumida le permitirá la desensibilización del Moi frente a lo que lo invade, a saber: la fenomenología elemental que acompaña al momento productivo. JCM: La perplejidad está generalmente asociada a fuertes angustias. Es probable que ciertos sujetos utilicen la droga para apaciguar esos fenómenos. MS: En su libro 3, usted dice que el Moi es un motor para la evolución de la psicosis. Esto me ha llevado a pensar que el sujeto psicótico, a partir del Moi, está obligado a rendir cuenta de un acontecer psíquico que lo concierne. Ese material se articula poco a poco, gracias a la intervención del Moi. Tomado en este juego por el significante que se desencadena, del enigma propuesto, llega a una respuesta que es la eclosión misma de la psicosis. Es a partir de esta interacción con el Moi que la nueva distribución psíquica de las fuerzas evoluciona, cuando se trata de una evolución delirante, dentro de una forma en la que se va a estructurar. Hay un goce que no es fálico (la fenomenología) y una inevitable lectura subjetiva que lo descifra (fálica, aquella del Moi), y es porque esta instancia que lee tiene un contacto con lo fálico que está obligada a interpretar lo que sucede. JCM: Me parece importante insistir sobre el hecho que hay partes inconscientes del Moi. No hay que aprehender el trabajo del delirio como un trabajo consciente. Este es un trabajo de elaboración donde la dinámica escapa al sujeto. Una contribución del Moi puede intervenir para intentar racionalizar los problemas despertados por el delirio, pero lo esencial pasa inconscientemente. En cuanto a la cuestión del goce fálico en la psicosis, se trata de un punto en el que Lacan se mostró poco explícito. Considerar como él lo hace, que el psicótico es un “sujeto de goce” implica, más bien, que los límites fálicos están para este último rotos. Schreber afirma claramente que Dios exige de su parte “un estado de goce constante”, y que en consideración a la voluptuosidad, los límites que valen para los otros han cesado de serle impuestos. Cuando el sujeto psicótico se estabiliza, ciertos límites acotan su goce, pero no parece que pueda considerarse que ellos sean fálicos; esta noción implica sin embargo que las pulsiones están sometidas a la ley de la castración. MS: Es en consecuencia un esfuerzo de falicización. JCM: Sí, pero una falicización imaginaria, desfalleciente. Un “haciendo en el lugar” del falo puede funcionar en el sujeto estabilizado de estructura psicótica. Sin embargo, no siempre sucede así. Hay psicóticos que enfrentados al deseo del Otro, se encuentran completamente desamparados, incapaces de interpretarlo. Es una coyuntura frecuente de entrada en la perplejidad. Otros no experimentan esta dificultad, y se enfrentan sin angustia al deseo del Otro. Un equivalente de la función fálica opera pues en algunos, seguramente precario, que puede fallar en ocasión de un mal encuentro. En el fondo pareciera que los neurolépticos pudieran orientar hacia una cierta neutralización en la relación con el otro, suscitando una posición subjetiva del estilo de “nada es importante”. O bien, hacia un distanciamiento del otro. Observamos estabilizaciones de las psicosis, donde el sujeto realiza esfuerzos considerables para evitar, cuanto es posible, el encuentro con las manifestaciones del deseo de sus semejantes. Este es, algunas veces, el efecto de los neurolépticos. Es posible que el efecto de ciertas drogas sea del mismo orden. Con la diferencia que algunas son más agradables que otras... MS: Persiste, sin embargo, una diferencia mayor. Los neurolépticos son todos inhibidores de la dopamina. Todos los productos adictivos, todas las drogas tienen por característica común, aumentar precipitadamente la concentración de la dopamina en el espacio intersináptico.
MS: ¿Podemos hablar de satisfacción cuando se sale de la lógica fálica? JCM: Sí. Subsiste en la mayor parte de los psicóticos la posibilidad de acceder a una satisfacción pulsional, correlativa a escenas fantasmáticas puramente imaginarias. Se trata de una satisfacción que no es regulada, que se traduce en particular por un carácter de exceso. Ciertos paranoicos tienen prácticas sexuales que asocian una multiplicidad de partenaires y perversiones sin límite. Ese es el caso particular de muchos fundadores de sectas. Las drogas pueden sin duda también procurar vivencias paroxísticas. Cuando se trata de una satisfacción excepcional, ¿no es eso lo que les induce a consumir nuevamente el producto? MS: Por mi parte, no lo creo en lo más mínimo. JCM: ¿Usted piensa que es puramente un fenómeno de acostumbramiento? MS: Yo creo simplemente que si se tratara de un placer como el que usted indica, la situación que nosotros fuimos viendo desde que aparecieron los tratamientos de substitución, no sería la misma. No puedo creer que tantas personas acudan a un tratamiento que les ayude a detener un consumo que les procura una satisfacción extraordinaria. Creo que romper el matrimonio con el “pequeño-pipí” no es del todo placentero, y si así lo fuere en un inicio, es evidente que lo que esto conlleva es, a término, muy angustiante. Lo cual justifica la inquietud de nuestros pacientes, en particular la problemática fálica del pensamiento. Y una vez más, no creo que el uso de una u otra droga detenga el pensamiento, evidentemente. JCM: El producto apacigua en algunos casos lo que el pensamiento puede tener de penoso, pero muy a menudo no lo logra. MS: El pensamiento continúa. Simplemente, hay una puesta a distancia del pensamiento, su lectura subjetiva es diferente. En ese sentido, el usuario de drogas crea una verdadera discontinuidad. Al mismo tiempo, a fuerza de haber desensibilizado el pensamiento y con el la elaboración psíquica normal, el sujeto no puede proyectar ningún esbozo de una satisfacción, ni siquiera saber cómo podría cambiar la situación actual. Con una nueva dosis de cocaína o de heroína, él puede pensar las cosas de otra manera, y de golpe imaginar lo que va a pasar, esto o lo otro... Es lo que vuelve una y otra vez en el discurso de los pacientes: “si consumo heroína, no necesito hacer todo lo que tengo que hacer. Bastaría pensarlo para que esto se vuelva posible”. JCM: Usted habla de la cocaína y de la heroína. Yo pensaba más en el LSD. MS: Que por otra parte no crea dependencia, ni abuso, ni “toxicomanía”… JCM: Hay mucho menos acostumbramiento. Volvamos sobre esta interesante cuestión del tratamiento de substitución. Cuando adelanté que si había una satisfacción extrema, usted objetaba... MS: Decía que sería muy difícil pensar que si verdaderamente había una satisfacción extrema, vendrían todos a intentar detener el consumo. JCM : Eso no me parece forzadamente contradictorio. Pienso que hay a menudo inicialmente, una satisfacción extrema, pero que eso se paga al precio de una vida cada vez más y más dura, que lleva a la decadencia del sujeto. Es difícil obtener drogas, encontrar cómo pagarlas, la salud se altera... Además, la satisfacción inicial se atenúa considerablemente. Esas dos razones pueden conjugarse para querer detenerse (en el consumo). Ahora, es verdad que si se desinteresan de su estado y se dejan ir hasta la muerte, lo hacen menos en nombre de la satisfacción probada con los productos que en razón de un rechazo al lazo social. MS: Por mi parte, pienso que el imaginario que el uso de drogas desencadena en los neuróticos que somos, es el de una “satisfacción extrema”. Creo que la persona que usa productos, en el abuso y la dependencia –no en el uso ocasional, que es casi una fase recreativa–, no obtiene satisfacción del producto en sí mismo. Antes los psicoanalistas encontraban a estos sujetos en condiciones muy duras. Los veían en realidad durante muy poco tiempo, y hacían lazos clínicos con las grandes líneas teóricas. Es sobre estas bases que nació la fascinación teórica por el flash producido por la heroína, descrito particularmente en el libro de Zafiropoulos: El toxicómano no existe. JCM: Yo comparto esa aproximación según la cual el toxicómano no existe, entendida en el sentido de cómo la conducta toxicómana no puede ser referida a una estructura subjetiva específica. MS: Como todo el mundo, estoy de acuerdo. El mismo autor describe un movimiento del uso del producto, particularmente la heroína, que es efectivamente identificable y que se reproduce de usuario en usuario. En su libro, esto es ambiguo. Por una parte, él declara que el toxicómano no existe, y por otra parte, describe “el flash” estructural. Me decepciona cuando se limita a leer el todo a través de la idea de la satisfacción. Zafiropoulos habla del yo ideal. Por mi parte, me intereso más en la tensión que existe entre el yo ideal y el ideal del yo, que se reduce a nada bajo el efecto de toda droga, hasta una frase que sería: “Yo (Moi) soy exactamente lo que (Je) debería ser”, que permite una situación estable, donde el pensamiento deviene liviano y soportable, inocuo, y no es fálico. JCM: Es difícil hablar de todo eso en términos generales. Las vivencias son muy diferentes. Con el mismo producto y la misma estructura subjetiva, algunos aseguran experimentar satisfacciones inauditas y otros, angustias paroxísticas. MS: Puedo concebir lo que usted dice, tratándose del LSD; eso responde a otros preceptos. Bajo el efecto de este tipo de productos, todo es muy impreciso, no sabemos qué va a suceder. Esto es lo que pasa con el éxtasis. La gente sabe que eso le va a causar deseo de bailar, pero no es más preciso que eso. Y lo mismo ocurre con el alcohol. La razón por la cual éste es lícito, es porque es impreciso. El único medio de hacerlo eficaz es estando borracho todo el tiempo – y es el caso de los llamados alcohólicos. Al contrario, la cocaína y la heroína tienen una eficacia que no tiene nada que ver con el alcohol, que alcanza su objetivo en dosis calculadas.
MS: Acerca del alcohol, Freud escribe en “Duelo y Melancolía” que los tóxicos toman probablemente a su cargo los esfuerzos económicos de represión, y es a partir esto que la energía que había allí para retener el advenimiento de lo que era inconsciente… JCM: [interrumpiendo] Freud dijo efectivamente que eso favorecería la represión. MS: No es lo que me parece que se precisa en la cita que adelanto. Va un poco en ese sentido, pero justamente, falla. Y a través del uso de productos, aquello que debería haber sido reprimido, reaparece. JCM: En el uso de alcohol, es así, efectivamente. Pero es posible que en ciertas circunstancias los productos puedan tener un efecto de contención. La idea que en pequeñas dosis el uso de drogas pueda ser útil para atemperar la psicosis parece interesante. MS: Si la frase de Lacan hubiera sido: “Besar a su madre, es romper el matrimonio con el “pequeño-pipí”, yo no lo hubiese comprendido. No es un acto osado, no es ir contra la estructura que logra este cambio formal. Para él, es un producto químico, las drogas que logran la ruptura del matrimonio con el “petit-pipí”. Y la formulación es, si usted me lo permite, una generalización. En consecuencia, estructural. Cuando yo antes le hablaba de estructura, no se trataba de la estructura subjetiva sino la organización intrapsíquica, estructural. Lacan dice, con determinación, que la droga modifica algo, y que eso se traduce por el hecho que se rompe el matrimonio con el “pequeño-pipí”. JCM: Se trata, en efecto de una indicación de gran valor, pero parece tener excepciones. Podemos evocar el caso donde una euforia ligera permite al sujeto no solamente socializarse más fácilmente, sino también aceptar apremios que serían, de otra manera, insoportables. MS: En la cita a la que me referí antes, Freud habla de estructura. No se detiene en el detalle o el despliegue significante de la historia de un alcohólico. El tóxico viene a reemplazar el esfuerzo económico/natural de la represión, modificando la suerte de la economía psíquica. ¿El hecho de poder señalar cómo funciona el producto no podría ayudar a mostrarnos como el sujeto tiende a funcionar él mismo? JCM: Absolutamente, hay que tomar en cuenta la especificidad de los modos de acción y los efectos del producto, todo guardando el espíritu que estos últimos no son directamente correlativos a la molécula, pero muy dependientes de la interpretación subjetiva que se ha hecho. Cuando usted evoca una capacidad de los productos a una temperancia de los desórdenes para ciertos psicóticos, es necesario constatar que la función de ruptura con el goce fálico señalada por Lacan no es entonces lo que funciona. MS: En el proceso que usted describe, aquel del advenimiento de una psicosis, creo haber comprendido que el sujeto se encuentra confrontado a cosas que le parecen ajenas. Le describía antes este rol de motor que la conciencia cumple. Si este motor es interrumpido, si no encuentra asidero, el desarrollo normal no se produce. Si la parte del Moi que tiene una relación con lo fálico perdiera esta relación porque se rompe el casamiento, la evolución propia de la psicosis se ve alterada, mientras haya producto. JCM: La perplejidad es vivida en plena conciencia, lo mismo que el enigma que puede venir a continuación. En contraposición, la resolución delirante de éste no es conciente, ella viene de otra parte. MS: ¿Podríamos entonces pensar que la percepción del fenómeno elemental es conciente? JCM : El producto puede sin duda atenuar el costado angustiante del fenómeno elemental. Le agradezco por haber logrado hacerme considerar seriamente la hipótesis que antes de esta discusión no me era posible, según la cual habría una función compensatoria del producto que no sería una suplencia. Resta ahora precisar cuál es la especificidad de esta función compensatoria.- _______________________________________ 1 Ver a este proposito: Logique du délire, Jean-Claude Maleval, Masson, Paris 1996. 2 En referencia con la fórmula del Dr. J.Lacan: “no hay ninguna otra definición de la droga queaquello que permite romper el matrimonio con el petit-pipí”, en Jornadas de Estudios de la Escuela Freudiana: Jornadas de Clausura, Lettres de la EFP (1975). El petit-pipí es un término que Lacan toma prestado del pequeño Hans, caso freudiano de una fobia infantil. Las lecturas y comentarios de autores sobre esta cita son numerosas. La fórmula expone que la única definición de lo que Lacan llama “la droga”, será considerada como el elemento que permite una ruptura en la relación que el sujeto mantiene con eso que motiva su angustia y al mismo tiempo enlaza al registro fálico. 3 MALEVAL JC: Logique du Delire. Paris, Masson, 1998.
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El Murciélago Magazine Freudiano Abril/Mayo 2005 |